-Te definís como una activista de la cultura y del software libre.

-Sí. A esta altura no sé qué soy, pero me defino como una activista, eso seguro. Pero yo siempre dije, y lo sostengo, que estudio para ser mejor activista. De hecho, me divierte estudiar estos temas precisamente porque para hacer activismo hay que estudiar. Por ejemplo, escuchar [en las conferencias ciudadanas] que todos los países del primer mundo se desarrollaron por contar con altos márgenes de propiedad intelectual [idea planteada por Daniel Drexler], cuando no hay un solo documento académico que lo sostenga, es increíble. Y hay cantidad de documentos históricos que tiran abajo esa presunción: no existe ningún país que se haya desarrollado con respecto a altos márgenes de propiedad intelectual. Desafío a los que lo afirman a que me presenten un caso, yo les puedo mostrar diez que comprueban lo contrario. Estados Unidos, que parece ser el modelo del país avanzado, se desarrolló sin reconocer los derechos de propiedad intelectual de los extranjeros. Este país, hoy en día, tiene un sistema distinto hacia adentro, su ley interna es de las más flexibles del mundo. Pero hacia afuera piden que todos los demás países sean extremadamente represivos. Tratan de evitar que los demás países hagan cosas que ellos sí hacen (por ejemplo, tienen un sistema de fair use muy amplio y nosotros no). Yo hice mi tesis sobre la incorporación de los derechos de autor como uno de los derechos humanos. Esta discusión de 1947 y 1948 no tiene desperdicio y es la misma que mantenemos hoy: si son derechos humanos o no, cuál es su alcance, si son políticas públicas, si son utilitaristas o del bien común, si es una materia que debe integrar los derechos humanos o si son temas de comercio o derecho internacional. Estados Unidos se negó, tanto en la Declaración de Derechos Universales como en el Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Se negó hasta el último día a aceptar los derechos de autor como derechos humanos.

-¿Y los demás países?

-Los que pujaron esto fueron los franceses, y los acompañaron los latinoamericanos. La incorporación de los derechos de autor en las declaraciones se las debemos, principalmente, a las naciones latinoamericanas.En cuanto a los derechos de propiedad en general, establecieron que está limitada al bien social, incluso es limitable por el bien público, con lo cual aun la propiedad tangible tiene limitaciones vista desde el bien social.

-¿Esto se ha trasladado a casos concretos?

-El tema académico, por ejemplo, es grave. Por lo que he visto de Uruguay y por lo que conozco de Argentina, las excepciones con fines educativos son muy magras. En Argentina no podemos fotocopiar siquiera un capítulo de un libro para estudio, cuando contamos con un sistema de educación público, altamente incluyente, ampliamente abierto en cuanto a estrategias de generación de oportunidades y de igualación social. Todo el sistema educativo en nuestros países es un área clave para la generación de oportunidades en el ascenso social. Obviamente, después hay cuestiones que el sistema educativo no logra paliar. Pero al menos tenemos esto, a diferencia de Chile y otros países. Incluso cuando se tiene la limitación de que los materiales esenciales para cursar no están disponibles, o están disponibles y son muy caros, o en buena medida no se consiguen. Muchas de las cosas que leemos en las universidades son materiales que están agotados, o no son atractivos para el mercado, o los leemos fragmentariamente. Yo soy profesora en la Universidad de Buenos Aires, y en un cuatrimestre leemos partes de diez o 12 libros distintos. Si un estudiante de 20 años tuviera que comprarlos todos, estaría expulsado del sistema educativo. Las bibliotecas de nuestras universidades tampoco dan abasto. Es imposible estudiar sin fotocopias, como también es muy aventurada la afirmación de que estudiar de fotocopias perjudica el espíritu crítico de los estudiantes, porque si ellos tergiversan lo que leyeron -al leer sólo un capítulo-, estamos frente a un problema de evaluación docente. Pero más allá de esto -todos estudiamos de fotocopias y no carecemos de espíritu crítico-, hay una cuestión y es que los autores deben bajarse del pedestal. Ellos creen que son seres iluminados que merecen un trato distinto del resto de los mortales que somos autores: vos escribís, yo escribo, los docentes escriben y los músicos amateurs tocan música. Quitemos al autor de esa imagen mítica como fundador de la identidad nacional. Todos somos la identidad de nuestros países. O no: ésta también es una cuestión que está bastante en cuestión. Pero más allá de esto, escribir -creo que esto lo decía Oscar Wilde- es entregarse al malentendido. Cuando vos escribís algo te sometés a la interpretación de tu lector. Y no entender esto es no entender teorías de la comunicación de las más básicas. Incluso esta idea del ser uruguayo o el ser argentino en la canción es cuestionable. León Gieco, por poner un ejemplo de la “argentinidad al palo”, no sería nadie si no hubiera escuchado a Bob Dylan. Incluso lo más típico de la cultura uruguaya, como son las comparsas de tambores, vienen del África profunda. Si la cultura no dialoga no es cultura, y si la cultura no circula no es cultura. Entonces, sí, pensemos una ley para promover a los artistas y la vida cultural, para que Uruguay tenga producciones propias, pero sin seguir la idea de yo soy la uruguayicidad -o como sea que se llame- encarnada.

-En artículos de prensa has dicho que la ley penaliza prácticas socialmente relevantes y que no ha servido para que la mayoría de los autores e intérpretes “gocen el derecho de una vida digna”.

-Exacto. La primera cuestión que me parece súper valiosa de la iniciativa de Sumar... es que hay que desmitificar que el tema del derecho de autor les incumbe sólo a los autores y a sus abogados. El primer punto favorable es que éste es un tema ciudadano que nos afecta a todos, porque todos somos, en alguna medida, autores y todos necesitamos participar en la cultura, es un derecho humano. Insisto en el tema de que la cultura no es sólo la canción que está editada, el fonograma, sino también las comidas típicas, la vestimenta, el lunfardo. Son muchas las identidades culturales; es necesario ampliar el concepto de cultura. También hace a la cultura el acceso a ella. Incorporar a los ciudadanos al debate es clave. Necesitamos dejar de repetir el discurso que emiten las partes interesadas, porque en esto hay partes interesadas y mucha plata dando vuelta. El otro día discutía con la Sadaic [Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música], quienes aseguraban que ellos eran responsables de llevar un plato de comida a la mesa del autor, en esos términos. Por supuesto que uno quiere que cada trabajador tenga un plato de comida y pueda ofrecerles un nivel de vida digno a sus hijos; ése es un derecho fundamental tanto de los autores como de los periodistas, de las enfermeras, de los torneros. Es un derecho que no se le puede negar a nadie y que nadie plantea negarles a los autores. Ellos planteaban que una ley lo debía asegurar junto a toda esa perorata de más protección, y yo les respondí que el último balance que vi de Sadaic -de 2011- arroja una recaudación de 480 millones de pesos en un año; eso es mucha plata en Argentina, no conozco muchas empresas que facturen esa suma. Por eso, si la entidad que los nuclea factura semejante suma, no se entiende que vengan a llorar por un plato de comida en la mesa del autor, al que ellos representan y al que le deben el reparto del dinero. Si no, ¿a dónde va el dinero? Esto sucede en todas las gestiones colectivas, que son muy útiles en un sentido, pero, por otro lado, es necesario sanearlas, hay que volverlas transparentes. La gestión colectiva beneficia a un sector; ellos mismos lo dicen: “Si recaudar es difícil, más difícil es repartir”. Está bien lo que planteaban el primer día de Sumar..., de conseguir listas de todo lo que pasan en las radios y la televisión, pero de ser así también se les deberá pagar mucho dinero a las gestoras norteamericanas y europeas. De lo que Sadaic reparte va al extranjero más de 50%.

-Entonces, ¿más que proteger al autor nacional se protegerían intereses extranjeros?

-El intento de reforzar y proteger la Ley de Propiedad Intelectual no radica en la protección de los músicos de acá, sino de proteger a la gran industria discográfica extranjera. Éstos son los primeros beneficiarios y los que bajan el discurso de que hay que tener más protección. Y aquí los artistas más relevantes ponen su cuerpo y su cara en defensa de esos intereses, y después los que estamos con el imperio somos nosotros.