Planificado para estreno en julio en la O2 Arena, Londres, el ciclo de conciertos This is It de Michael Jackson no se llegó a estrenar por la muerte de la estrella, el 25 de junio. Hubiera sido el primer ciclo de conciertos de Jackson desde 1997, y desde 2006 no cantaba en público. El interés era enorme, y se agotaron pronto las entradas para un total de 50 funciones (alrededor de un millón de espectadores, un récord más para MJ).Quedó una buena cantidad de material filmado de los ensayos, rodado para el making of de un futuro DVD del espectáculo y para el archivo personal de Jackson. Una vez que murió, Kenny Ortega -quien junto con Michael Jackson creó y dirigió el espectáculo y es también director de cine (la exitosísima serie High School Musical, por ejemplo)- fue una elección lógica para montar de apuro este documental, concentrado en forma casi exclusiva en dar una idea de lo que hubiera sido el show frustrado y su proceso de realización. Cubre desde la conferencia de prensa de marzo hasta los últimos días de ensayo en California, previos al traslado a Londres (que no llegó a ocurrir). No hay ningún dato biográfico o histórico. Unas pocas y breves imágenes que vemos de los Jackson Five serían, al parecer, parte de un tributo incluido en el espectáculo. Los pocos datos explicativos surgen en tres o cuatro intertítulos.

Lo que la película muestra es realmente fantástico: escenografías de varios pisos de altura, prácticamente una puesta compleja para cada canción, con maquinarias, efectos especiales (incluida tecnología desarrollada especialmente para el evento), proyección de material en simultáneo o prefilmado, y cuidadas coreografías interpretadas por virtuosos. En un momento vemos una gigantesca estructura de acero como de un rascacielos estadounidense en construcción, poblada de bailarines, frente a un panorama proyectado de una Manhattan crepuscular. Para “Thriller” se preparó una nueva filmación, similar al clip famoso, pero todo en 3D. Para “Smooth Criminal” también se hizo una filmación en que Jackson, en blanco y negro y vestido de gángster, interactuaba digitalmente con Rita Hayworth, Humphrey Bogart y Edward G Robinson. En otra filmación, las imágenes de una decena de bailarines tomados con croma son convertidas digitalmente en un ejército de decenas de miles frente a un monumento ruinoso en forma de M. La banda era sensacional, capacitada para tocar algo cercano al mejor funky del planeta, y ahí se destacaba Oriantha Panagaris, especie de guitar heroine que toca casi tan bien como Joe Satriani y es además una rubia preciosa (la descubrió Prince). Como en tantas películas estadounidenses hay una gran valorización del esfuerzo, de la disciplina para alcanzar un objetivo, y vemos detalles del entrenamiento físico cotidiano de los bailarines, incluido el detalle pintoresco de una profesora de danza enseñándoles la forma correcta de agarrarse los cojones a lo Michael Jackson. Aunque Jackson no había agregado absolutamente nada nuevo en veinte años a su manera de bailar, moverse, cantar o componer, tampoco se nota aquí cualquier decadencia. Los cincuenta años que las cirugías plásticas quizá ocultaban de su rostro tampoco aparecían en absoluto en su forma física intacta, con la flexibilidad, agilidad y energía de siempre. No hay nada aquí que permita anticipar la muerte inminente. Es una presencia escénica fabulosa, con su gesticulación nerviosa y la capacidad de generar silencios e inmovilidades cargados de tensión, que cesan con algún movimiento brusco que la banda sabía reforzar con un toque perfectamente sincronizado. Aunque repetidamente dice que lo perdonen porque se está ahorrando la voz, lo oímos cantar magistralmente. La película insiste, además, en el control detallista que ejercía sobre cada detalle escénico, coreográfico o musical, planteando lo que quería con dulzura pero con determinación, apoyado no sólo en su condición de patrón, sino en un know how evidente que suscitaba un enorme respeto. Cuando sostiene por casi un minuto una improvisación de movimientos sobre una base esquemática de batería (en “Billie Jean”) o mantiene una tensa y expresiva cadenza vocal al final de una balada, vemos la hinchada de los bailarines y técnicos, en ese momento ociosos, admirados con tamaño talento.

Hay también unas terrajadas increíbles, como las imágenes de la niña tierna en medio de un revuelo de mariposas anaranjadas en “Planet Earth” o la misma niña abrazando el globo terrestre en “Heal the World” (ambos son mensajes ecológicos), o incluso un momento “emocionante” en la coreografía, que consiste en levantar ambos brazos y oscilar de un costado al otro, algo que en muchas otras situaciones se hubiera planteado como chiste. En esos momentos recordamos que el autor de “Beat it” es también el de “We Are the World”.

La película empieza con un montaje de declaraciones de algunos de los 12 bailarines seleccionados (luego de un casting entre miles de personas de todo el mundo) para This is It. Varios de ellos fueron admiradores de Jackson cuando niños, alguno empezó a bailar por él, y la emoción es entendible, aunque las expresiones bordean lo religioso (hablan de “inspiración” y de “sentido de la vida”), lo cual queda reforzado por la imagen siguiente, de un halo místico frente al cual surge sobreimpreso el nombre de Michael Jackson. El documental tiene el mérito de dejar varias canciones completas, que permiten al espectador realmente disfrutar de la música (hay una costumbre infame en documentales musicales de sólo aludir a las canciones y pasar a otra cosa). La parte visual es un parche hábilmente armado a partir de distintas jornadas, incluso con distinto vestuario, ubicación y luces (lo cual no se disfraza en absoluto). Planos tomados en alta definición son montados con otros en video común (con un encuadre más chico para atenuar el contraste de granulación).

Una cierta incomodidad puede venir del hecho de que nunca sabemos precisamente qué estamos viendo: las canciones fluyen homogéneas y perfectas mientras las imágenes saltan de un ensayo al otro, y nunca sabemos qué es sonido directo y qué es trabajo posterior de sincronización. De la misma manera, es evidente que no se trata de un documental-verdad, dispuesto a deslizar también posibles aspectos conflictivos u oscuros, a la manera de Let it Be o de Madonna: Truth or Dare. El Michael Jackson de esta película nunca se equivoca, se deshace en constantes “I love you” y “God bless you”, se preocupa por los males ecológicos y sociales que aquejan al planeta, es creyente y ama a su familia, está cercado de un equipo dedicado y de una eficacia y compenetración absolutas, y nadie siente el menor estrés. El gusto que sentía cuando joven, de actuar el hombre lobo, el amante depredador, el smooth criminal o el bad no se manifiestan en este ser homogéneamente dulce, salvo en la agresividad potencial y nerviosa de sus gestos bailados.

Por una extraña jugada de marketing (o será por un apretadísimo acuerdo comercial, no se difundió el motivo) la película se está exhibiendo en todo el mundo por no más de dos semanas, es decir, hasta el jueves 12, en forma independiente del éxito.