Ya se sabe. Las palabras casi nunca son inocentes. La objetividad depende de los objetos, y quien escribe no lo es. La elección de un vocablo sobre otro, aunque rápida o instintiva, es siempre una decisión.

Nuestros lectores parecen ser en buena medida conscientes de esto y desde siempre han manifestado sus inquietudes al respecto.

Por ejemplo, Fritz Schapira hace referencia a un artículo del 20 de abril, que en el cuarto párrafo señala: “Brovetto vociferó que ‘la derecha está preocupada por nuestra unidad desde hace 38 años’”. “Al escriba que califica así a la forma en que se expresó o suele expresarse el Ing.

[Jorge] Brovetto, tengo el derecho a calificarlo por lo menos como ‘osado’”, comenta Schapira.

El lector da en el clavo. “Decir”, “señalar”, “manifestar”, “admitir”, “apuntar”, “vociferar”, “indicar”, “reconocer”, “exclamar”, “susurrar”, “agregar”, “confesar” son todos verbos con distintas connotaciones.

Casi no hay contraindicaciones contra los más llanos, como “decir”, “agregar” o “manifestar”. Pero a la hora de mencionar lo dicho por un sujeto, el periodista debe cuidar el uso de aquellas palabras menos neutras, como “reconocer” (¿realmente puede dar fe el periodista de que la fuente citada está admitiendo que es cierto lo que otro dice, o que está de acuerdo con ello?), “admitir” (¿la cita indica una aceptación de un argumento o manifiesta algún tipo de confesión?), “exclamar” (¿fue dicho en voz alta, con fuerza y vehemencia?), o “vociferar”.

“Vociferar”, según el diccionario de la Real Academia Española (RAE), supone, en su primera acepción, “publicar ligera y jactanciosamente una cosa” y “vocear o dar grandes voces”, en la segunda.

Este defensor no escuchó a Brovetto cuando dijo lo que se registró que dijo, ni sabe el tono que utilizó. Pero, en todo caso, se atreve a pedir cuidado a la hora de elegir los verbos.

Sexo Dos lectores, Estela Acosta y Lara y Jorge Larrosa, plantean un error muy común en las páginas de la diaria, que reproduce un desvío cada vez más habitual en la prensa castellana influida por la sajona.

“El artículo escrito por Lourdes Rodríguez en la página 2 del ejemplar del martes 10 de marzo [...] me hizo pensar más en una tienda y lencería que en el importante tema que se estaba tratando”, arranca Larrosa.

Tras enumerar una larga lista de apariciones de la palabra “género”, el lector recuerda que ésta “tiene en español los sentidos generales de ‘conjunto establecido en función de características comunes’ y de ‘clase o tipo’”. “Para designar la condición orgánica, biológica, por la cual los seres vivos son masculinos o femeninos, debe emplearse el término ‘sexo’”, agrega, citando a la RAE. “Es decir, las palabras tienen género (y no sexo), mientras que los seres vivos tienen sexo (y no género)”.

Acosta y Lara, haciendo referencia a una columna de Rafael Sanseviero, indica que hay “gravísimas confusiones entre palabras y cosas, sexo biológico (de animales y plantas) y género gramatical (de las palabras), género literario (de los textos) y ‘género’ en ese nuevo sentido que le dan los cientistas sociales”.

La palabra “género”, utilizada en lugar de “sexo”, deriva del uso que suele dársele en inglés, en que “sex” está asociada con el acto sexual, y en que, como recuerda el lector, sí se utilizan expresiones tales como “gender-based violence’ o ‘gender violence’, que se refieren en inglés a la violencia contra las mujeres”.

Con “género” sucede algo similar a lo que ocurre con otras expresiones foráneas que venimos comprando día a día en nuestra prensa.

Como el preocupante caso de “hemisferio” o “hemisferio occidental” como sustituto de “continente”, para referirse a nuestra América.

Remata Larrosa, con toda lucidez: “Una de las tareas más importantes de nuestra independencia cultural es también mantenernos soberanos en el idioma que empleamos”.

Extranjerismos El lector Carlos Acosta Larralde plantea el mismo tema de los extranjerismos.

Toma como ejemplo una crítica cinematográfica de la que extrae las palabras “indie”, “cine pochoclero”, “maletero”, “white trash”, “losers”, “delay”. “Disfruté y entendí todo (casi: no sé bien qué es ‘indie’) pero entre argentinismos u otros ismos, más de una vez quedo pensando qué habrá querido decir”, sostiene el lector.

Alejandro Gil plantea la incorrecta utilización de otra palabra extranjera que gana terreno en Uruguay: “bizarro”.

Con ironía plantea: “No era tan malo ser bizarro”. Ese vocablo ha comenzado a utilizarse, tal como ocurre en inglés y francés, para marcar “que algo es raro, extravagante, tal vez con ciertos ribetes patéticos”. Sin embargo, la palabra, en español, quiere decir algo totalmente distinto.

En su primera acepción es sinónimo de “valiente”, y en la segunda, de “generoso, lucido, espléndido”.