¡Ay, mamita, los cabezudos! ¡Cómo estuvo eso! Fue con esfuerzo, sufrimiento y tanta tensión como ganas que, en oleadas, iban de la cancha a la tribuna.

Con un plan para buscar de la manera más efectiva y segura la clasificación, unos cuantos aguerridos y seguros futbolistas y un despliegue colectivo en extremo, los de Verzeri lograron la histórica victoria que condujo a la no menos histórica clasificación a la segunda fase.

En los primeros 10 minutos, a pesar del escenario de estudio en el que se movían los dos equipos, hubo una suerte de mejor exposición de los montevideanos. Claro, sabían que los cuidados eran importantes para mantener el cero en el arco, una de las vidas que tenía debajo del colchón el elenco albiverde, fruto del empate en Colombia.

Iban 12 minutos cuando un tiro seco de Mirabaje generó un feo rebote de Berbia. Falucho Silva, rápido como un rayo, pasó por ahí y se la pataleó, y Adrián lo manoteó. Penal. A Líber Quiñónez, casi clandestino goleador del último Campeonato Uruguayo, no lo intimidó la rara posición de Berbia, que se ponía contra un palo con la pelota a 12 pasos, ni la enorme responsabilidad, que pesaba más que todas las mochilas de Sayago y Reducto juntas. Le pegó una quema de aquéllas, que casi le arranca la cabeza al golero oriental que ataja para los de Barranquilla.

Una decena de minutos después, los colombianos, con su ritmo tropical y colorido, se empezaron a adueñar de la pelota y a perturbar los nervios de los racinguistas. Acuña le pegó fuerte un par de veces, pero fue un derechazo de Palacio el que casi congela los corazones de los miles de uruguayos que ayer eran de Racing, y, para peor, unos segundos después el Rusito Vega la sacó en la línea.

Hubo cuatro, cinco, seis ataques más de esos que vienen con el recibo de la Coronaria, pero fallaron, o Contreras estuvo muy bien, o la sacaron como pudieron. Los barranquilleros pudieron haber empatado ese primer tiempo, pero no lo hicieron. Ganaron el imaginario ping pong de jugadas de gol, pero perdieron en el marcador, que, además, a careta sacada, poco importaba en comparación con lo que significaba conseguir la clasificación para la fase siguiente.

La segunda parte arrancó más parecido a los primeros minutos, pero con Racing mucho más asentado, con Darío Flores, el hermano mayor de Robert, aquel 5 de Peñarol, 8 de Wanderers, líbero de River y ayer 10 al estilo veterano, pisándola y amasándola, durmiéndola todo lo que pudo, haciendo de Comportangel contra la acidez producida por el Junior con ese juego valderramesco de Giovanni Hernández, ahora sumado a la potencia del Gordo Arzuaga.

Fue un ratito nomás, porque ¡cómo juegan esos colombianos! Toque y toque, pelota abierta y chutazos, pero, como dicen que fue antes y hoy por la mañana, los comentaristas queyalas sentenciarán la valía de ese fuerte triángulo final. Los defensas uruguayos sacaron fuerte y duro, y capearon buena parte del temporal.

En eso estábamos cuando, ya con el santalucense Román Cuello tratando de aguantar algún bochazo que le mandaran al área, Racing logró armar un fulminante contragolpe culminado con dolor y contracturas por Líber Quiñónez, que se la puso contra el palo a Berbia para conseguir la clasificación.

Es justo y está bueno. ¡Bien ahí!