La zurda de Egidio le da de lleno a la bola que rebota aturdida por los cánticos aurinegros en el talud de la Amsterdam. Hace 10 minutos que empezó el partido y Peñarol todavía no ha inquietado el arco rival. El planteo de Rampla es sencillo: la orden del general fue meterse en la cueva, trancar bien las cerraduras y esperar los ataques del adversario atrincherados detrás de la puerta de la mitad de la cancha. Cuando al comienzo, en un par de oportunidades, los hombres de Del Capellán pasaron el mediocampo buscando evitar la asfixia, la respuesta inmediata mirasol fue casi letal.

Los contragolpes son el arma ofensiva más punzante del equipo aurinegro. Apenas Arévalo Ríos recupera, Urretaviscaya y Ramírez salen desde su campo en quinta a fondo. Pero el arsenal futbolístico, desde que Aguirre comanda el escuadrón, permite abrir el frente de ataque con diversas maniobras. Peñarol tiene fuerza y oficio en defensa (aunque es también donde muestra sus mayores debilidades), mucha marca en la mitad de la cancha, una combinación interesante de dinámica, precisión y velocidad por las bandas, y buena pegada en la delantera. A estas virtudes deben sumarse la confianza, antes escasa, que el director técnico ha impreso en sus jugadores.

Los picapiedras, que habían perdido los últimos dos encuentros frente a Tacuarembó y Fénix, lucen un escudo troyano inmenso: un trío en la retaguardia bien plantado, dos carrileros que se repliegan y tres volantes de contención en la mitad. Correctos relevos y aplicadas coberturas permiten que los picapedreros mantengan el control del cotejo durante la primera media hora de juego. El mediocampo conformado por Novick, Barreto y Broli destruye sistemáticamente el juego que propone el contrincante. Sus delanteros, Guevara y Dzeruvs, contribuyen más en la recuperación de la pelota que en la creación. El arma más poderosa de Rampla es el orden táctico. Pretenden el empate, sin tapujos, para alejarse del descenso y acercarse a la zona de copas.

Mientras que el golero de Peñarol juega más con los pies que con las manos, Aguirre hace enroque con Urreta y Ramírez. La rotación no es exitosa: las diagonales que ensayan ambos son abortadas con violencia, mediante despejes o infracciones, por el fondo ramplense. Pero Peñarol insiste, y arremete al final del primer tiempo con expediciones a las espaldas de los laterales-volantes Perujo y Lapolla. El arco defendido por Álvarez está sitiado. El gol es inminente. Moiraghi, enredado en el área entre una jungla de franjas amarillas y verdes, negras y rojas, cabecea sin gracia un centro de Pacheco y convierte en su propia valla. El juez silba el final del primer tiempo.

La segunda parte tiene tufo a un largo etcétera. Sin embargo, los de la villa muestran nuevas armas: con remates de media distancia y envíos al área exigen al guardameta Sosa, quien responde una y otra vez de forma acertada. Minutos después y en el otro arco, tras un córner cedido por Pacheco, Ramírez estampa el segundo gol carbonero al conectar el esférico con la frente. El descuento de Rampla llega con una anotación de Guevara, quien libre de marca también convierte de cabeza. Finalmente, nadie movió el 2 a 1.

Con pocas y pobres herramientas Rampla alcanzó las redes del arco aurinegro, vulnerable. Por su parte, Peñarol ganó el noveno partido consecutivo de este Clausura, alcanzando su récord histórico en victorias al comienzo de un torneo, un pétalo dentro del pobre jardín del pasado reciente. Pero también mostró las debilidades de su potencial deportivo. En primer lugar, el líder del campeonato tiene la mejor línea de volantes del medio local. La ausencia forzada de Orteman por acumulación de cinco tarjetas amarillas fue aceptablemente cubierta por el Pato Sosa. En segundo lugar, goza del gran momento de Antonio Pacheco, quien, aunque no frotó su lámpara, fue el asistente de ambos goles en la jornada sabatina. En tercer lugar, la defensa de Peñarol no parece tan solvente.

El sábado Peñarol jugó uno de sus partidos más pacatos de esta temporada. Su nivel de juego tal vez ha disminuido en las últimas dos fechas. No debería extrañar la presencia de altibajos en el rendimiento de los equipos e individualidades. Pero tras haber transcurrido la mitad del campeonato, es oportuno medir el poderío del líder de una de las tablas, sin exageraciones, y no sólo ofrendar rosas por triunfos cabalísticos.