El inicio de este comentario rumbeó para el lado de mostrar una hinchada que les gana el protagonismo a sus jugadores y se convierte en el hecho a destacar. Esbozada esta tesis, puede surgir la vieja duda imposible de dilucidar de quién es primero, entre el huevo y la gallina. Los jugadores, el equipo, han puesto de sí mucho para provocar la reacción exultante de su gente. Tantas veces ansiaron estos triunfos actuales los hinchas aurinegros que no les resulta difícil disfrutarlos a pleno. Hay un ida y vuelta notorio. Jugadores e hinchas van en la misma dirección.

Un 2-0 a los siete minutos llevó a la hinchada al paroxismo. El equipo, además, justificaba el resultado y las palmas de victoria con buen juego, con otras aproximaciones al área rival cargadas de peligro para los defensores. Recién sobre los 20 minutos, River empezó a encontrar un lugar en esa cancha donde era teórico local pero enfrentaba al equipo que siempre se desempeña en ella. El partido ya era partidazo cuando las acciones de gol se sucedían en ambos lados. Carrasco pidió penal en una acción defensiva de Albín poniendo todo -hasta tirándose de cabeza- contra Petete Correa; una entrada a fondo de Aguirregaray era contestada por otra de Andresinho; ante centro de Ramírez, una paloma del Tony no llegó concretarse pero provocó una exclamación de decenas de miles; un cabezazo de Córdoba, hombre de dos áreas, casi se mete si no ponía su cabeza Aguirregaray y rebotó en el horizontal; un tiro muy fuerte de Pacheco desde lejos atajado por Laforia; y se deben admitir varios etcéteras que mantuvieron en vilo a los espectadores. En el medio de todo ello, Carrasco se perturbó -algo que le sucede a menudo- con una mala acción técnica del argentino Jorge Córdoba y lo excluyó. Ambos equipos llegaron al partido con alineaciones estabilizadas. En River no hubo diferencias con las presentadas en las victorias previas ante Nacional y Danubio; en Peñarol, sólo la variante del más veloz Emiliano Albín en lugar de Darío Rodríguez.

El 3-2 final da una pista sobre que la sexta victoria de Peñarol no fue un paseo por ese Centenario que desbordaba alegría. Si el comienzo fue fácil, en el segundo tiempo todo se complicó por la discutible expulsión de Aguirregaray y el evitable penal cometido por Gastón Ramírez con el que, gracias a la peligrosa picada de Jorge Zambrana, River se puso a tiro. Y peor fue cuando, unos 15 minutos después, el equipo de Carrasco, haciendo valer su hombre de más en la cancha, llegó a la igualdad con un gol algo pintoresco con mucha habilidad chiquita puesta en acción. En todo este período River mostró su mejor cara y obligó a fondo al líder. Con el 2 a 2 y un hombre de diferencia todo pintaba para los darseneros. Sin embargo, una sucesión de fallas y una gran pegada del ex River Jonathan Urretaviscaya trajeron por tierra el embale albirrojo. El primer error fue la casi falta que cometieron entre Córdoba y, sustancialmente, el Japo Rodríguez -y que Prudente dio por buena- que fue exagerada (o simulada, dios sabrá) por el Pollo Olivera. El segundo error fue poner sólo dos hombres en la barrera. El tercero, una salida de esa minibarrera por parte del Japo, un hecho inexplicable.

De esa forma, Peñarol pudo perder -al menos del empate lo salvó Seba Sosa atajando un tiro picante de Petete Correa- pero ganó por mínima y en tanto es la sexta victoria consecutiva sacando ventajas claras sobre el resto, causa estruendo, enloquece a sus hinchas y todos piensan que se encamina hacia el título del Clausura. Seis victorias al hilo y 18 goles convertidos son los números que lo avalan. Su juego -que lo enmarca entre los equipos muy ofensivos- lo respalda.