Un slalom vertiginoso del argentino Alejandro Martinuccio por el costado izquierdo fue la jugada clave de una tarde gris. Lembo quedó de lado al salir a buscarlo en terreno amplio y tampoco pudo hacer nada Óscar Ferro antes de que el argentino entrara al área. Quien concretó la gran jugada fue Pacheco, con un golpe de cabeza que antes dio en la base del palo izquierdo del arco de Muñoz -algo mirador en la ocasión-, lo que después del partido le hizo decir a Diego Aguirre que por mal que esté Pacheco al final ganaron gracias a un gol de él. Ese tanto llegó en el primer cuarto del partido y marcó la diferencia en un juego sin relieve.

El escenario

El encuentro comenzó con una sola modificación en los 22 jugadores que habían sido titulares en el partido semifinal de tres días antes. Por estar lesionado (?), Alcoba fue sustituido por Alejandro González, quien, dicho sea de paso, fue muy eficiente en la última tarea defensiva que cumplió junto con Guillermo Rodríguez.

El Centenario lucía extraño: la tribuna Olímpica se vio semivacía. Por primera vez en su historia mostraba, algo vergonzantemente, un sector central bloqueado por barreras metálicas y presencia policial al efecto. Allí se marcaba la zona neutra ante el temor de que otra batalla como la que se produjo 72 horas antes se reiterara entre parciales de ambos equipos. La separación fue hasta innecesaria ante los muy pocos parciales presentes. La mayoría racional huyó espantada de la “tribuna familiar”. En el primer choque de los grandes la Olímpica había mostrado otra cara inédita: un 85-90 por ciento de parciales aurinegros casi la completaban.

La zona clave del partido

En la media cancha fue donde se marcó la leve superioridad de Peñarol. La labor de Egidio y de Orteman más alguna ayuda de los tres enlaces era superior a la realizada por Varela-OJ-Ferro. Este último, particularmente, jugó en contra de sus características. Marcó, corrió, puso en acción su juego de sacrificio y entrega pero se olvidó de entregar la pelota, cuanto más rápido mejor, a algún compañero que la tratara mejor que él. Aunque en general se aplica el nombrete de comilones a aquellos futbolistas muy habilidosos que se engolosinan con sus virtudes técnicas -y se quedan con el balón todo el tiempo que puedan- renunciando al juego colectivo, el Tito Ferro, en este caso, fue un comilón de virtudes técnicas insuficientes.

Acevedo vio algo de esto, de esa superioridad del rival en la zona media, y reestructuró su composición. Mandó a la cancha a Maxi Calzada, excluyó al sauceño Ferro, e hizo un enroque entre Tata González y Gustavo Varela. Sólo OJ mantuvo su presencia entre los tres volantes. Y el ajuste realizado por Acevedo estaba bien pensado.

Idas y vueltas del segundo tiempo

Sin embargo la preocupación mayor de Nacional fue, al comienzo del segundo tiempo, el efecto de los estragos que hacía la zurda de Gastón Ramírez al tirarse sobre el lateral derecho, arrancando en diagonal hacia el centro del campo. Superado este inconveniente, Nacional tuvo su mejor cuarto de hora. Sobre los 8 minutos un buen ataque colectivo terminó en las manos de Seba Sosa ante centro de Tata González, hubo un excelente tiro libre de Varela que contuvo el golero en vuelo hacia su ángulo superior derecho y, enseguida, un cabezazo de Regueiro dio en el horizontal.

Este buen momento culminó con la expulsión de Maxi Calzada por los 18 minutos. De las cuatro expulsiones de futbolistas, la primera pareció la menos fundamentada, pero muy diversas interpretaciones se dieron y se darán sobre esas apreciaciones arbitrales.

Lo cierto fue que Nacional quedó en inferioridad cuando más precisaba juntar sus fuerzas e ir por el empate.

Ocho minutos después volvieron a quedar igualados en el número de jugadores cuando fue expulsado Urretaviscaya. Y el partido cambió por ese hecho y porque los técnicos accionaron modificaciones. En Peñarol, Diego Alonso se sumó a Frontán, que ya estaba en la cancha, mientras que en Nacional entraron a apoyar la ofensiva el habilidoso Matías Cabrera y Diego Vera. Tampoco esto funcionó para el equipo de Acevedo, porque el sobrino del director técnico sólo estuvo en la cancha cuatro minutos. Se vio forzado a cometer una falta de atrás cuando Martinuccio emprendió otra veloz carrera directo al área desde la media cancha, con el tricolor pisándole los talones, pasando de la conocida metáfora a la cruel realidad.

Otra vez se le hizo cuesta arriba el partido a Nacional y, a pesar de eso, Sosa debió hacer otra buena contención ante un disparo de Regueiro, el Morro participó en dos acciones de peligro cuando lo tomaron de su vestimenta con el consiguiente reclamo de que Martínez cobrara penal o cuando, ya en los descuentos, provocó una falta de Guillermo Rodríguez y en el tiro libre otra vez Sosa salió airoso ante el tiro de Regueiro.

“Atacamos pero de forma entreverada”, dijo Óscar Javier Morales luego de finalizar el partido.

Diego Aguirre quería que su equipo buscara ampliar la ventaja, sobre todo cuando tuvo superioridad numérica, pero el colectivo no tuvo la fuerza suficiente en el final.

Lo que se viene

El triunfo, aunque magro en cifras, le abre a Peñarol la gran posibilidad de alcanzar el título máximo de la temporada con dos resultados posibles, victoria o empate. Incluso serviría perder por un gol si luego se gana en alargue o por penales.

Para Nacional lo ideal sería repetir el 2-0 del partido semifinal o cualquier otro resultado a favor por dos goles o más de ventaja. De esa forma sería el campeón. También llegaría al título ganando por un gol si luego también triunfa en el alargue o en los tiros desde el punto penal.

Las insuficiencias de Peñarol para el partido culminante son claras: no poder contar con Urretaviscaya por la suspensión automática, lo que le crea a Aguirre la opción entre la sustitución directa o el cambio de sistema, la muy improbable vuelta de Gerardo Alcoba y contar con un Tony Pacheco a medio rendimiento, tanto que el sábado ni siquiera ejecutó todos los tiros libres como acostumbra.

En cualquier circunstancia será dable exigir a los contendientes dignidad en la victoria o la derrota y que el fútbol no moleste al resto de la sociedad como pasó el sábado, cuando la capital quedó semiparalizada por una serie de encadenamientos deplorables.

Esta vez, y luego de reuniones diversas, se decidió jugar la final un día de entresemana -mañana mismo- a las cuatro de la tarde. Otra condena para los programadores de la actividad anual, que poca cosa más son los dirigentes del fútbol.