La música del azar

Dicen que cuando Paul Valéry terminó de leer Una tirada de dados, poema de Stéphane Mallarmé que inauguró varias líneas de la poesía del siglo XX, le dijo a su autor que ningún otro texto concebido por un ser humano se parecía tanto a una constelación. ¿Qué quiso decir? Una constelación, si tratamos de desandar su comentario, podría aparecérsenos como una multitud de entidades que trazan, para un ojo remoto, una figura que es tanto arbitraria como justificada, no por una cualidad de las entidades en cuestión sino por el acto mismo de ver, como las nubes o las manchas de humedad. Los fragmentos que componen Nocilla Experience, segunda parte de la trilogía Nocilla (la primera, Nocilla dream, no ha sido distribuida en Uruguay) tienen algo de eso. Quizá porque Fernández Mallo, su autor, viene de la poesía, porque ha reflexionado sobre la poesía (otro de sus libros que no se consiguen en Uruguay es Pospoesía: hacia un nuevo paradigma, finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2009), porque su estrategia de narrar a partir de sus teorías poéticas (o pospoéticas) encontró en esa fragmentación la única manera de generar un libro sólido, un libro válido, un libro significativo. No “un libro más”, otra novela de ésas que empiezan con frases como “la marquesa salió a las cinco” o que cuentan una vez y de la misma manera esa vieja historia de amor y desamor. Pero hay más en la trilogía Nocilla (nota al pasar: Nocilla es la marca de una muy popular crema de cacao y avellanas que empezó a venderse en España hacia fines de los 60): el lector va descubriendo, a medida que avanza en las novelas, un proyecto de configuración del mundo, esencialmente incompleto, un proyecto disperso pero no en ruinas, porque de alguna manera logra escapar al tiempo y crear la ilusión -en plan JG Ballard- de un presente eterno y tenue, fijado como el núcleo que atraerá (o magnetizará, como a las limaduras de hierro) tantas figuras dispersas en las cercanías. Es que la lectura de Nocilla experience logra contagiar al lector de una sensación de facilidad, de fluidez lubricadísima, de sencillez o incluso de vacuidad. Pero al cerrar el libro (los libros, mejor dicho) comienza el efecto Mallarmé-Valéry, y los contornos o perfiles, las figuras -arbitrarias, una vez más, pero ineludibles- aparecen como por arte de magia, abriéndose exponencialmente un universo que parecía imposible que estuviera allí, como en aquel cuento de Levrero en que desar- mar un Zippo implica el despliegue de un mundo. Ofrecer, entonces, una imagen posible de la trilogía no es más que señalar un dibujo más entre todos los que permiten esos puntos. Y aunque en gran medida eso puede decirse de la literatura en general (cada texto como infinidad de sentidos posibles y en potencia), en las tres Nocilla está claro que esa operación es ficcionalizada, que esa conciencia, si se quiere, es el eje del (los) texto(s). Julio y Cortázar Así, parte de un trazado posible: en Nocilla Experience hay un personaje llamado Julio, que ha escrito una novela llamada Rayuela. El lector ya habrá identificado al escritor alto y de barba que dijo muchas tonterías sobre el jazz, escribió cuentos geniales y también otros tantos lugares comunes sobre París; aquí, además de esta Rayuela, ha escrito otro texto, Rayuela B, que consiste en definiciones de tipo matemático que describen configuraciones de entidades, a veces personajes, a veces significados, casi siempre sincronías (como aquella que en la otra Rayuela era presentada como el encuentro inevitable entre Oliveira y la Maga), influencias, “grados de separación” y más. Pero Fernández Mallo hace otra cosa también: presenta ambas Rayuelas, ambos textos, el del Julio histórico y el del suyo (¿ucrónico? ¿fantasmal?), yuxtaponiéndolos de manera que la prosa de Cortázar suena edulcoradísima, falsa, retórica hasta la náusea, todo aquello que el “enormísimo cronopio” decía detestar. Se trata de los clásicos mecanismos de puesta en abismo o metatextualidad, o como quiera llamárselos (los hay en Borges, Calvino, Pirandello, Lem, Alasdair Gray, Carlos Rehermann), pero descontextualizados, puestos sobre la mesa con las patitas al aire, con los garfios vacantes para trazar otras figuras. En ese sentido, no hay nada “nuevo” en Nocilla, aunque se la haya presentado -junto a la obra de otros escritores, entre ellos Mario Cuenca Sandoval, Mercedes Cebrián y Vicente Luis Mora, también reunidos bajo los términos de “afterpop” y “generación mutante”- como la “nueva narrativa española”. O, mejor dicho, sí lo hay (la novedad, después de todo, no está en las cosas sino entre ellas): porque todo eso tan “viejo”, aquellos trucos que viene usando desde hace siglos la literatura entendida como “de vanguardia” (Cervantes, Sterne), es decir, la fragmentación, el recurso a la cultura pop, las citas apócrifas, la apelación a otros lenguajes más desestimados como la fotografía y la historieta, aparece aquí renovado, extrañado, como si fuera la primera vez que nos topamos con esas estrellas y, por lo tanto, el dibujo que trazamos -que tenemos que trazar- se vuelve otro.

-¿Qué tanto de experimento tiene tu trilogía Nocilla, en el sentido de que pueda tener algún “resultado”, algo que te haya aclarado el panorama y a partir de ahí vos puedas construir? O sea, ¿cómo es Agustín Fernández Mallo después de estas novelas?

-Es una buena pregunta, porque ni yo lo sé. La verdad es que es muy interesante, porque no sé hasta qué punto haber escrito todo esto, y que haya tenido el éxito que ha tenido, no sé de qué manera me estará cambiando. Lo que estoy escribiendo últimamente no va tanto en el tono fragmentado como sí en el tono de Nocilla lab, que es otra manera de fragmentación, porque el monólogo inicial es una fragmentación mental absoluta. Pero no lo sé, tengo que investigarlo.

-Lo que dijiste de Nocilla lab me parece interesante porque se nota una diferencia entre Lab y Experience, y tiene que ver con la manera de disponer esa fragmentación. El lector comprende casi de inmediato cómo funcionan los pequeños episodios o fragmentos de Nocilla experience, cómo se acoplan los fragmentos, pero eso no sucede en Nocilla lab, que sorprende mucho más, y el hecho de que sea la última de la trilogía da la sensación de que todo desemboca ahí, que viene a completar las otras dos.

-Pero fue espontáneo, ¿sabes? Nocilla dream, que no está aquí en Uruguay porque está en otra editorial, en Candaya, es muy parecida a Nocilla experience; de forma es exactamente igual: son fragmentos, con citas intercaladas, apropiacionismos, quizá más abstracta. Nocilla dream es un poco más dura, pero sí, hay una continuidad. Y yo acabé Nocilla experience y sentí que no me apetecía seguir por ese camino. Podría haber hecho otra más, pero a mí mismo no me apetecía, quería experimentar otras cosas. Yo escribo muy espontáneamente. Un día me encontré una libreta, de éstas con espiral, en blanco; estaba de viaje, y tenía una idea inicial. Entonces me puse a escribir y noté que llevaba diez horas escribiendo, a mano, porque no tenía laptop, y al día siguiente, y al día siguiente, y entonces, coño, ésta es la tercera Nocilla, y no sé por qué me salió así. Seguramente no quería seguir investigando esa fórmula fragmentada porque de momento veía que había hecho todo lo que podía hacer en ese formato, y mi intuición poética no daba para más. Entonces busqué una salida.

-Ahora bien, esa ausencia de programa de la que hablabas no impide que luego no teorices sobre lo que has hecho. Has escrito un ensayo sobre el tema, Pospoesía: hacia un nuevo paradigma.

-Pospoesía lo empecé en el año 2004 pensando sólo en la poesía, para tratar de explicarme qué demonios estaba haciendo, y después se cruzó con la escritura de las novelas. Pero cuando escribí las Nocillas no estaba pensando en pospoesía; fue al final que dije ¡joder!, esto es una clara aplicación de la pospoesía a la narrativa, y ahí terminé el ensayo, pero todo fue a posteriori. Además está el asunto de que para mí lo más importante es la poesía; incluso en la narrativa, porque si estos libros no estuvieran atravesados por metáforas, por giros poéticos, conectados de una manera casi de haiku, para mí no valdrían nada. Incluso en el ensayo. Para mí los ensayos tienen que tener algo que me llame de una manera poética; si no, me puede interesar algo en concreto, algo técnico, pero no me emociona. Para mí el ensayo Pospoesía es un poema; un poema con máscara de teoría.

-Nocilla lab termina con un cómic. ¿Qué me podés contar al respecto?

-En Nocilla lab hay fotografías también, está la representación de una vida, alguien que narra su vida sacándole fotografías al azar al televisor. Es todo un asunto del simulacro, que a mí me viene por Borges, y luego al final está el cómic. Mucha gente me ha preguntado por qué al final está ese cómic, y fue una sensación muy curiosa, porque yo escribí eso en papel, en narrativa, y no me funcionó. De repente me dije: pero si yo vengo poniendo imágenes por todas partes, vivo en una cultura audiovisual, hago yo mis propios experimentos visuales, tengo mi blog… Entonces hablé con Pere Joan, que es un excelente dibujante de cómic y muy amigo, y entonces lo vi. Luego me decía: joder, el escritor contemporáneo debe poder usar las herramientas necesarias cuando las crea necesarias, ¿y por qué no un cómic?

-¿Pero vos tenías alguna relación especial con el mundo de la historieta?

-No, no.

-Entonces lo que está ficcionalizado en Nocilla lab, que Pere Joan te enseñó a “leer el espacio entre las viñetas” como manera de “entender” la narrativa gráfica…

-...eso es verdad.

-Es tu experiencia real.

-Es mi experiencia real.

-Porque parece una lectura muy fértil, muy interesante. Por eso, volviendo a lo que te decía de la experiencia de lectura, Nocilla dream se lee de un modo muy homogéneo, si bien su estructura es fragmentaria, porque el lector le encuentra la vuelta a las pocas páginas. En cambio en Nocilla lab es más complicado, por lo que vos hablabas recién de la fotografía, pero también porque incluís textos en otros formatos tipográficos, como de máquina de escribir…

-Ésos son más parecidos a los poemas en prosa que hago.

-Es como si tomaras hojas de la máquina y las pegaras en el libro, o sea que también son como fotografías; y luego viene el cómic, lo cual da una sensación, no de progresión, porque no es que “vaya” a algún lado, pero sí de proceso… Y aunque la producción no haya sido sistemática, como vos dijiste, al final sí funciona de ese modo. Con esa sensación de collage, que me hace preguntarte si de alguna manera vos te sentís o te querés sentir un “artista total”… porque lo único que falta acá es la música.

-Bueno, yo toco la batería pero no compongo.

-Tendría que haber una edición de la trilogía con un CD.

-Precisamente, en mi blog [blogs.alfaguara.com/fernandezmallo] se puede descargar “la película del proyecto Nocilla”, una especie de documental hecho con cámaras caseras, todo hecho por mí, montado por mí en mi casa, ahí solo. Lo hice cuando se editó Nocilla dream; no tenía mucho que hacer y empecé a experimentar en imagen. Me gustó mucho el resultado. Hay entrevistas, a Pere Joan, a otros teóricos, y son como los extrarradios del proyecto Nocilla. Es como te decía recién: cuando necesité el cómic, lo puse, y cuando necesité el video, también. Para mí esa película forma parte del proyecto.

-La música está muy incorporada, por eso hay una banda sonora implícita.

-Para empezar todas las canciones que se citan, Radiohead, Broadcast.

-¿Y qué música escuchás día a día?

-Pues escucho cantidad de música. Lo único que no escucho de verdad es flamenco o la música caribeña, que para mí es una tortura. El resto, escucho de todo. Últimamente he estado escuchando el último disco de Portishead, estuve escuchando folk, vuelvo a escuchar cosas que hace años que no escuchaba.

-¿Y cuál sería entonces esa música a la que volvés, tu banda sonora?

-Desde que tengo uso de razón está The Police, un grupo medio desprestigiado entre los indies pero que para mí fue un enormísimo grupo. Está Joy Division, The Smiths, quizá de los grupos más importantes que ha habido en mi vida, Radiohead, especialmente con OK Computer, que como The Smiths cambió la música británica en los 80, Radiohead la cambió en los 90. Y a partir de ahí escucho cosas desde Belle and Sebastian hasta Portishead, Magnetic Fields.

-Ése sería un eje posible.

-Sí, y a lo último ya se deriva porque no sé bien qué pasa en mi vida. Pero The Police, The Smiths y Radiohead con OK Computer, para mí es algo inamovible.

-¿Hay algún autor uruguayo reciente que te interese especialmente?

-Como poeta, Rafael Courtoisie, que tiene un poemario impresionante que se llama Estado sólido. Cuando yo empezaba a escribir poesía con cosas de física y de ciencias salió ese poemario, y para mí fue un referente muy importante y en Pospoesía lo pongo. Es de lo que más me interesa de lo que hay por aquí.