En 1955 Juan Domingo Perón amenazó con bombardear la antena de radio Carve en Montevideo si ésta no cesaba su apoyo a aquellos que promovían el derrocamiento del presidente argentino. El gobierno de Luis Batlle Berres, presionado por la cancillería del país vecino, suspendió la transmisión de la radio por una hora, pero luego la emisora siguió promoviendo la campaña contra Perón, que dicho año culminaría con su derrocamiento por un golpe militar. El episodio es representativo de uno de los momentos de mayor fricción entre ambos países durante el siglo XX. La convivencia entre Perón y Batlle Berres fue extremadamente tensa. Ambos se vieron con sospecha. El discurso de integración latinoamericanista (que se vio como expansionismo), la cercanía con el franquismo y las prácticas antiliberales del gobierno peronista, fueron vistos como una amenaza por el presidente uruguayo, quien tenía una clara conciencia de la debilidad de nuestro país en el contexto regional, era definidamente antifranquista y firme aliado de Estados Unidos en el inicio de la Guerra Fría, y que, por último, pero no con menos importancia, veía a Perón como el más fuerte aliado de su principal adversario político, Luis Alberto de Herrera.

El episodio también puede ser contado como uno más de la larga lista de rivalidades entre ambos países que se vienen dando desde fines del período colonial. A lo largo de su vida independiente el pequeño Uruguay siempre temió la influencia de sus dos grandes vecinos y diseñó complejas alianzas en materia de política exterior, que buscaban neutralizar la influencia de uno apoyándose en el otro y contando con el apoyo de alguien externo a la región. Durante el neobatllismo Brasil y Estados Unidos actuaron como un contrapeso contra la supuesta amenaza argentina.

El renacimiento del peronismo en su versión kirchnerista impactó, creando una suerte de réplica de las maneras en que la sociedad uruguaya discutió acaloradamente el fenómeno en los años 50. Ya no se trata de herreristas defensores del peronismo y liberales antiperonistas (neobatllistas, socialistas, comunistas), pero sentimientos similares se han filtrado en la política uruguaya. José Mujica y Tabaré Vázquez han sido representativos de ambas sensibilidades.

Sin embargo, muchas cosas han cambiado desde la década del 50: ni el peronismo ni las relaciones internacionales son las mismas. El kirchnerismo actual tiene muy poco de los componentes conservadores autoritarios que fueron una parte constitutiva del primer peronismo, y difícilmente se lo podría presentar como un “fascismo”, según se hizo con aquél. Por otra parte, las relaciones en la región han cambiado. Desde el comienzo de los años 90 se impulsaron procesos de integración que, si bien han sido extremadamente complejos, tendieron a fortalecer su posición en el contexto internacional. Esta apuesta ha sido promovida por actores políticos de diversas filiaciones ideológicas, debido a que el contexto posterior a la Guerra Fría planteó la necesidad de refugiarse en bloques regionales. En ese marco, se intentó mantener una actitud de cortés distancia hacia Estados Unidos, reconociendo su liderazgo económico pero preservando cierta autonomía en la resolución de los problemas de la región.

Ciertamente esos lineamientos deben haber tenido que ver con que la política exterior unilateral y agresiva que impulsó Estados Unidos a partir de 2001 concitara pocas adhesiones en América del Sur. El acentuado imperialismo marcado por la invasión a Afganistán (2001), a Irak (2003) y las acusaciones de crímenes contra la humanidad, encontraron a los países latinoamericanos volcándose hacia el “progresismo”. América del Sur se estaba alejando de Estados Unidos y ningún actor local lo llamaba para intervenir.

Las declaraciones realizadas por Vázquez en un colegio del Opus Dei y reafirmadas en una publicación especial de El Observador parecen no contemplar gran parte de los procesos arriba mencionados. Aunque manejar una hipótesis de conflicto militar puede ser una actitud responsable para un presidente que debe velar por la seguridad de sus conciudadanos, parece mucho más razonable preocuparse por evitar los procesos que llevan a generar dicho clima. Las actitudes de Vázquez hacia el gobierno argentino durante su mandato, y hoy con declaraciones y visitas a Hermes Binner que buscan incidir en la política del país vecino, parecen reeditar viejas rivalidades más cercanas a los años 50 que a la situación actual de América del Sur.

Por otra parte, lo que Vázquez contó acerca de la solicitud de apoyo a Estados Unidos, en el momento de mayor aislamiento de George W Bush, implica una ruptura con gran parte de la política exterior impulsada por los gobiernos posdictadura en la región y un gratuito favor a una de las más agresivas administraciones norteamericanas. Entre el intento del TLC y este gesto de Vázquez parece ser que algunos miembros del anterior gobierno apostaron en 2006 y 2007 a ser el caballo de Troya de Estados Unidos en la región. Si dicho proyecto hubiera prosperado, los costos en materia de soberanía, así como en riesgos de conflicto con los países vecinos, hubieran sido mucho mayores que los sufridos por la cuestión de la pastera.

Paradójicamente, el líder más crítico del kirchnerismo en la izquierda uruguaya actuó con el mismo estilo personalista que caracteriza al populismo argentino. Vázquez fue capaz de cancelar la discusión de ideas de acuerdo a su capricho personal, y su fuerza política aceptó ese capricho. Lo que sus declaraciones volvieron a poner en el tapete es que hubo un momento en la política exterior de su gobierno que tuvo muy poco que ver con los principios políticos de la fuerza política que lo llevó a la presidencia. Aunque esto resulta evidente, no se ha discutido. El debate sobre política fue sustituido por el de candidaturas. Tal vez sea una buena ocasión para evitar que una vez más el árbol tape el bosque.