Manyas es una película que apareció con tan buen timing (al menos, en lo comercial) que hasta parece lógica. Si a la clasificación de Peñarol a la final de la Copa Libertadores (luego de muy malas campañas que llegaron a su punto cúlmine con los gritos de “que se vayan todos, que no quede ni uno solo” en el 2009) le sumamos algunos extraños fenómenos mediáticos como El Tano Pasman, de River, y El gordo de la Colombes, uno puede ver que el camino estaba pavimentado para un producto de tal naturaleza.

El negocio era redondo, y hasta cierto punto extraño en lo que refiere al tiempo que demoró en salir algo similar a escena. Siendo el fútbol la más indiscutible pasión de un país como el nuestro (que tiene más efectos coagulantes en la población que cualquier consigna política, artística o humanística), es curiosa la escasa aparición de dicho deporte que ha tenido en la historia cinematográfica uruguaya. Quizás ya haya salido un montón de material en VHS y en DVD, de esos que suelen incluirse en revistas encaramándose en cierto triunfalismo luego de algún logro pero, hasta la fecha, Manyas es la primera película uruguaya a mayor escala dedicada, no al fútbol en sí, o al fútbol y sus implicancias sociohistóricas, sino a los hinchas.

Volviendo a lo dicho, el negocio era redondo, y a la película, a poco tiempo de estrenarse, le sobran las cifras para ser el film más visto en la historia de las producciones uruguayas. Sin embargo, la lógica espectatorial no debe tomarse en cuenta como si fuera la de cualquier película. Cabe mencionar que muy posiblemente, independiente de cualquiera de sus fallas y logros, una película como Manyas estaba destinada a ser exitosa por la misma lógica que la retrata: el film no es meramente un film, sino que es un acto de fe, en el que rige una lógica de rito, una procesión a verla, más que una sencilla apreciación artística. Por estas mismas razones se debería pensar si habría que juzgar la película con la misma lógica que cualquier otra del circuito comercial. Evaluar, no tanto si el film trasciende lo meramente ritualístico para acariciar otros elementos artísticos, sino si es posible evaluarlo como una obra separada de toda la maquinaria de fanatismo que la sostiene (esto se puede ver hasta en el cambio de las costumbres del público en las salas, donde se percibiría una nueva territorialización de las mismas como un espacio de tribuna, con gente gritando o haciendo comentarios en voz alta desde las butacas, comportamientos que serían inconcebibles en la mayoría de las otras proyecciones). No es un documental que intenta desenterrar una verdad objetiva. Tampoco es una ficción, es manyaxploitation.

Manyas comienza por una sucesión de cuadros fijos, en los que van desfilando un montón de hinchas, cada uno exponiendo su punto de vista sobre lo que para ellos significa ser de Peñarol. Enseguida, sea uno del equipo que sea -aunque es probable que la gran mayoría de los verdaderos hinchas de Nacional odien el film y todo lo que se relacione, tal como odian cualquier artefacto, animal o persona que esté coloreado de amarillo y negro-, percibe cierta simpatía que emanan los personajes. El tipo que vendió la moto de la empresa donde trabajaba para ir a ver la final con Santos, el gordo que logró colar Rottweilers vestidos de Peñarol a la hinchada, el relator que se mide constantemente la presión mientras relata el partido, la señora que putea en la cancha como si fuera Violencia Rivas, el pibe que se pelea con la novia por la foto del Tony Pacheco en la mesita de luz… Hay una dimensión de su naturaleza como entrevistados en la que a uno no le queda otra más que creerles.

Quizás este sentimiento no sea igual con la película en sí, sobre todo al comienzo, que hay un montaje bastante tosco entre un entrevistado y otro, que podría pasar desapercibido si no fuera por otros videos de mayor factura audiovisual (generalmente burdos en sus intentos de ser “poéticos”, a no ser por el detalle del diluvio de estrellas, tras la derrota contra Santos, que sí está muy bien rodado). Estos videos, que intentarían dar un mayor nivel al film, en su lógica más publicitaria terminan por hacer más notorios los cortes, volviendo a la obra una masa bastante irregular. Parecería por momentos que no hubiese habido demasiado criterio, no tanto en el material a mostrar (que en cierto punto está articulado en base a segmentos, como los tatuajes, las casas peñarolenses, los hinchas en el exterior o la bandera), sino en los filtros y los rumbos estéticos. Es así como, por ejemplo, en un momento, como salido de la nada, aparece un video de Youtube que parece armado en powerpoint y que dura más de tres minutos, cortando notoriamente el ritmo del film. Viéndolo un poco más desde su esquema de producción, parecería una fiesta popular, en donde todos pueden entrar y donde cada uno hace lo que quiere/puede.

La película no termina de desbarajustarse y, por más que cae en algunas falacias (como la de los dos hinchas de Peñarol que acusan a las barras de Nacional de vandalizar sus graffitis, cuando no perciben o no señalan la realidad de que sus mismos graffitis son, en sí, actos vandálicos -algo que en el fondo deben saber bien, considerando la elección de uno de los entrevistados de usar pasamontañas) y algunos sentimentalismos evidentes -y esperables-, nunca deja de ser efectiva en lo que realmente propone: la celebración de una pasión, mostrando algunos de sus máximos exponentes (y, evidentemente, obviando otros temas como los de la violencia, no sólo explícita, sino en los mismos cánticos). Incluso, se habló de la censura de algunos entrevistados, como uno que prometió que si Peñarol campeonaba en la Libertadores, se cortaba una falange, testimonio que terminó desapareciendo del material final, al parecer, para que fuera una película apta para toda la familia. Aun así, la naturaleza de los entrevistados no es regular. Curiosamente a lo que podría esperarse, los entrevistados más interesantes son los hinchas más directos y menos pensados, siendo la participación de otros personajes como Fernando Niembro, Rafael Bayce o Carlos Maggi los momentos menos interesantes del film, con un montón de teorizaciones archiconocidas que poco aportan a lo que es la temática. Incluso esta ineficacia se percibe hasta en la edición de la película, siendo este tipo de entrevistados los que más cortes y menos continuidad tienen en sus participaciones, muchas veces terminando en un collage de frases que el film las vuelve de perogrullo.

Evaluándolo de una manera estrictamente cinematográfica, Manyas es una película que en su irregularidad tiene algo de amateurista. En lo estrictamente emocional, justamente lo más amateurista (como las filmaciones con celular que un hincha metódicamente se dedica a hacer dentro de la tribuna), es curiosamente lo más efectivo del film. Y en lo comercial un auténtico golazo. Ahora es momento de apostar cuánto tiempo va a pasar para que salga una película llamada Bolsos.