En mercados más importantes que el uruguayo se hubiera invertido más dinero y mano de obra para terminar antes esta película y así aprovechar, en forma sensacionalista, el fervor futbolero que siguió al Mundial de 2010 (como se hizo, por ejemplo, con el documental sobre Michael Jackson, aparecido poco tiempo después de su muerte). Qué suerte que no pasó así: el apresuramiento nunca hubiera permitido redondear algo tan acabado y complejo como 3 millones.

El panorama general del proyecto ya fue bastante difundido. Jaime Roos logró el privilegio de acompañar una delegación de prensa uruguaya durante el Mundial, y con él estuvo su hijo, el holandés Yamandú, que trabaja como camarógrafo y fotógrafo profesional en su país natal. Éste, al parecer, filma todo el tiempo todo lo que ve, y esa costumbre estaba incorporada al proyecto desde el inicio, de realizar un diario de viaje que podría convertirse en una película: hela aquí. Los centros de gravitación son cada uno de los siete partidos de Uruguay (en los que Jaime solía ubicarse en la tribuna y Yamandú al lado de la cancha, con los demás fotógrafos y camarógrafos) y entre medio tenemos pantallazos de aspectos de Sudáfrica y también escenas más cotidianas de los Roos junto al equipo de periodistas (si se puede llamar “cotidiana” a la mirada casi desde adentro a un Mundial).

El fútbol canción soy yo

Casi toda la banda musical está hecha de canciones compuestas o producidas por Jaime, reactivando el hecho de que esa música impregna el paisaje sonoro del Uruguay y, especialmente, es parte del sonido de la relación del Uruguay con el fútbol (no todas las canciones de la película tienen textos futboleros, pero comparten el estilo de las canciones futboleras y encajan con ellas). Aparte de eso, la película no se preocupa por reforzar la relación entre el Jaime que vemos y el que suena en las canciones: jamás se lo ve con una guitarra en la mano o componiendo (como mucho, cantando borracho y disfónico, es decir, en forma nada profesional, su propia canción en un karaoke). Por ahí la música aflora en la metáfora del equipo como una orquesta que ejecuta la partitura del maestro Tabárez, o en la sensibilidad para reconocer la ironía de que los tambores de candombe (descendientes de tambores africanos) quedaron siendo los únicos que sonaban luego del segundo gol contra Sudáfrica.

En un sentido superficial, la película podría haberse hecho con otra figura pública simpática e inteligente que hubiera optado por usar las canciones de Jaime en la banda musical. Pero no, no hubiera sido lo mismo. Aquí es la misma voz la que narra y dialoga y la que canta en las canciones, y escribo “voz” en sentido simultáneamente literal y metafórico: la misma cabeza redactó los textos narrados en voz over y los cantados, y armó el “texto” de la película (montada, para reforzar la idea, por Jaime junto a Mauro Sarser, otro músico de candombe-beat). La primera imagen que se ve (luego de una primera tanda de presentación de los créditos sobre fondo negro y al sonido de una llamada de tambores) va a ser la de Jaime haciendo el mismo gesto (cuyo sentido él va a explicar en cámara) de las tapas de Mediocampo y Cuando juega Uruguay. Es como la “tapa” de la película. Y cambia mucho tener en cuenta que esa cabeza creativa e interpretativa es la que encauzó, en forma ineludible, el color musical y poético de la relación entre el Uruguay y el fútbol (desde la primera canción de su primer disco en 1977, “Cometa de la Farola”, que fue ella misma la primera murga-beat, pasando por su tratamiento épico del candombe y todo el proceso de dignificación social de la murga).

Father and son

Lo que Jaime y sus canciones significan para la cultura uruguaya no son el único factor que diferencia su presencia de las intervenciones más o menos divertidas que puedan tener los presentadores de algunos programas de viajeros o aventureros de Discovery o National Geographic. Hay en la película una inmersión más profunda que lo que suele haber en ese tipo de documentales, en una dimensión personal, privada, que, al igual que en las canciones de Jaime, no se separa de la dimensión social o conceptual. Así que además de tener como “presentadores” a los Roos, que son dos personas ocurrentes, bienhumoradas e inteligentes, hay toda una línea que tiene que ver con la relación entre un padre y un hijo que por motivos de distancia geográfica se ven sólo esporádicamente, dos personalidades creativas y muy firmes que encuentran una manera de interactuar sin aplastar el uno al otro y en un marco de admirable respeto mutuo, y algún aspecto confesional de Jaime, que toca aquí y allá la referencia a un momento de angustia de motivación difusa, a ciertas desprolijidades vitales, a su decisión de llevar adelante, al regresar del viaje, un cambio radical en su forma de encarar la vida.

La condición de extranjero de Yamandú modifica la textura de la película, transitando caóticamente entre el inglés (con subtítulos), la uruguayez y un momento importante en holandés -tres idiomas que refuerzan el tópico de una película que vincula a Uruguay y Sudáfrica, además de la situación de un extranjero que por razones de genealogía y de arraigo adquirido hincha decididamente por Uruguay, aun cuando disputa contra su propio país. Es intrínsecamente divertido ver a Jaime -con la voz destrozada de gritar goles- imitar a don Corleone, o a Yamandú piropear a cuanta sudafricana preciosa se le cruza por el camino, y esos elementos personales, que supuestamente aportan poco al hecho central (el Mundial), sí aportan, al generar una plataforma personal consistente para vibrar por empatía con las emociones y situaciones futboleras y para-futboleras que ellos viven. Éstas, por supuesto, en este caso tienen un potencial excepcional: el proceso transitado por la selección en ese Mundial podría haber sido preparado por un hábil guionista (uno con toques de genio en el partido Uruguay-Ghana), y estuvo cargado de drama y arte. Como resume Jaime al final, es como una fábula.

Estrenando un mito

Lo dramático de la peripecia celeste era una ventaja y también un peligro. La guerra de Troya también es tremendo cuento, y todas las películas al respecto son una porquería. La especie humana tiene entrañada la necesidad del relato mítico, de recurrir una y otra vez su repertorio de historias, pero no todas las realizaciones concretas de la estructura virtual de un mito valen lo mismo.

Esta narración no es para nada una lluvia sobre lo mojado. Lejos de ser una mera rememoración o rumiadura de los partidos, tenemos la experiencia privilegiada de verlos en pantalla grande, en alta definición, con ángulos preseleccionados (y no improvisados en la urgencia de la trasmisión televisiva), algunos de los cuales resultan novedosos, pero además, dispuestos, seleccionados y comentados luego de un análisis cuidadoso de los hechos, y expuestos en función de eso, sin las dudas que el impotente periodista puede tener cuando trasmite.

Jaime Roos tiene una cabeza bastante analítica, mucha compenetración con el fútbol pero también con otros aspectos que rebotan en el fútbol (cuestiones de geopolítica, identidad cultural, dinámica y conducción de grupos, sentir colectivo) y además es cinéfilo. Como Scorsese en Toro indomable, adoptó la táctica de darle a la cobertura de cada partido un enfoque totalmente distinto (enfoques que tampoco son estables, sino que tienen su elaborada forma interna). Algunas de las hazañas de Forlán, Suárez, Cavani, Muslera y compañía, se pueden apreciar con mucha perspectiva. El partido Uruguay-Ghana está tratado con un suspenso tal que me pasó lo inimaginable: el cosquilleo en la panza, como si existiera la chance de que Abreu no encajara su penal decisivo (que Jaime califica como “el gol más insolente que vi en mi vida”). Y hay que ver también esa tesis audiovisual sobre la parcialidad del arbitraje de Uruguay-Holanda, contundentemente demostrativa, y que suscita una profunda sensación de injusticia.

La experiencia cinematográfica acumulada a duras penas por Jaime al haber acompañado detalladamente la realización de cuanto clip, cuanto especial televisivo y cuanto video lo involucró en los últimos treinta años, las imágenes fantásticas tomadas por Yamandú Roos dentro y fuera del estadio (enriquecidas en los partidos por mucho material de archivo), y las colaboraciones invalorables de un montajista tan musical como Sarser y de un tremendo sonidista como el Mono Reyes en un trabajo muy detallista, rindieron un documental que realmente vale como cine. Hay planos imponentes: el travelling por un estadio de noche visto de lejos con el aura de las luces, la hélice del avión con el paisaje sudafricano abajo y que de pronto brilla cuando le da el sol, el contorno tenue de la hélice girando contra un horizonte crepuscular, el primerísimo primer plano de Forlán antes de patear su penal contra Sudáfrica, la secuencia de fotos fijas de Suárez en su gol contra Corea. Y aspectos fantásticos que van más allá de lo visual: muy buenos fragmentos de entrevistas con los jugadores y con el mismísimo Ghiggia; la noción que se va acumulando de la sabiduría magistral de la conducción de Tabárez; el silencio que se establece para el comentario final sobre la derrota ante Holanda; otros muchos silencios abruptos (ya que el ritmo cinematográfico impone cortar una canción magnífica, mejor guillotinarla alevosamente que disimular con un fade-out; y por otro lado, hay pocas músicas más deliciosas que el silencio que interrumpe el zumbido incesante de las vuvuzelas); la sustitución en los créditos finales de “Cuando juega Uruguay” (representación cancionística de las emociones de la hinchada) por los sonidos naturales documentales de una hinchada (acusmática, que no se ve). Y mucho más. Esta película se suma como uno de los mejores documentales uruguayos y un gran tributo al fútbol. Otro gol de Jaime.