A más de 40 años de muerto, Chaplin ha seguido conmocionando al mundo del cine; en 2009, un coleccionista llamado Morace Park compró por E-Bay, al precio de cuatro míseros euros, una lata con cintas indefinidas en la que terminó topándose, para su sorpresa, con Zepped, película del primer período de Chaplin que había circulado por distintas bocas de cineastas como solamente un mito. El film, que se había mantenido enterrado (presumiblemente por litigios con el estudio), abrió la cancha a futuros e inmediatos descubrimientos.

No mucho tiempo después, ya en 2010, una de las mayores noticias del séptimo arte envolvió nuevamente a la figura de Chaplin; en una venta de antigüedades, un coleccionista compró por 100 dólares un carrete de acetato en el que se encontraba A Thief Catcher, producida en los estudios Keystone en 1914, a la que se puede ubicar entre sus primeras películas (considerando su autobiografía, que señala el comienzo de su labor cinematográfica en aquel mismo año) y, sobre todo, entre las primeras en las que encarna a su arquetípico personaje Charlot.

Cuando ya parecíamos tener Chaplin para rato, también en 2010, George Clarke, un director de cine europeo, descubrió, no otra película, sino un detalle en ella que generaba nuevas incógnitas y debates (al menos extracinematográficos): en determinado momento de El circo, de 1928, puede verse, en una esquina de la pantalla, a una mujer, una extra, hablando por un celular (o algo así). En un video colgado en YouTube, Clarke se dedica a pasar una y otra vez la imagen, en ralenti o en cuadro por cuadro, y el objeto que porta la mujer contra su oreja -acompañado del gesto- parece un artefacto traído por un viajero del tiempo.

Independientemente de la veracidad de este último dato, con esta selección de acontecimientos se intenta introducir la idea de cómo el séptimo arte, en cualquiera de sus formas, parece no tener un fin o tiempo de expiración determinado, lo que no sólo demuestra su capacidad de releerse, redescubrirse o reinvertarse ideológica o semióticamente, sino también su capacidad de resurgir de las cenizas en su mismo formato material.

Levántate y anda

La cita viene al caso por una selección de films que figuraron en la grilla en el XXIX Festival Cinematográfico Internacional de Cinemateca, próximo a finalizar, que cuenta, como vedette de su penúltima noche (hoy, viernes, a las 17.00 en Sala Cinemateca, con el acompañamiento al piano de Stephan Graf von Bothmer), con la última versión restaurada de Metrópolis, histórica película que, acorde al megalómano espíritu de su director, Fritz Lang, parece siempre inacabada.

Las historias de redescubrimientos de las comúnmente conocidas como Películas Lázaro (haciendo eco de la referencia bíblica) suelen ser tan interesantes como los propios films. Además del antes mencionado caso de Chaplin, muchas veces la búsqueda de los films puede colindar con un espionaje privado para rastrear rollos olvidados y semienterrados alrededor del mundo. Tal es el caso de El atalante (1934), película que, tras la muerte precipitada de Jean Vigo (que filmó durante todo el rodaje acosado por una septicemia que terminó por impedirle ver el resultado final), nunca se pudo adecuar a las ideas originales de su autor y fue descuartizada y hasta rebautizada un montón de veces, lo cual en los 30 y 40 no era una práctica tan extraña, ya que había estudios que hacían varias versiones de un film para adaptarlo a la naturaleza diferente de los mercados y países en que se pensaba colocarlo.

También los escenarios de descubrimiento pueden ser más intrincados, como es el caso de La pasión de Juana de Arco, considerada por muchos la mejor película de la historia, que se daba prácticamente por perdida hasta que fue encontrada en el depósito de limpieza de un hospital psiquiátrico de Noruega por un conserje prácticamente desprovisto de cualquier conocimiento cinematográfico.

Incluso Uruguay fue escenario de descubrimientos similares: en 1994 se encontró la china Amor y deber, de Bu Wancang, protagonizada por Ruan Lingyu en 1931, pocos años antes de que la actriz se suicidara con barbitúricos. Cualesquiera sean las historias detrás del descubrimiento, la ya de por sí deslumbrante película de Lang cuenta con 25 minutos perdidos que rellena algunos agujeros de guión, dándoles mayor profundidad a algunos personajes secundarios y permitiendo ciertas nuevas relecturas ideológicas.

Construyendo países

Queda claro que el redescubrimiento del film no es sencillamente preservar, cual fósiles de dinosaurio, algo que se había mantenido intacto con el correr del tiempo. La película, como efecto y productor de cultura, como elemento semiótico de membrana porosa, no sólo cambia en sí mismo de acuerdo a los tiempos en los que es reencontrado o reexhibido, sino que también tiene el poder de transformar el tiempo en cuyo descubrimiento lo inserta.

Entre las otras películas que integran la selección de Cine recuperado: Huellas del celuloide, nos encontramos con películas como Babelsberg, de Este a Oeste (que parece, en cierto punto, un interesante agregado a la proyección de la película de Fritz Lang, considerando que repasa la historia del mítico estudio donde tomó completa forma el cine alemán expresionisa), Cinema Komunisto (que también se remonta al auge y la caída de un estudio de cine -más que estudio, una cine-città- que son los Avala Film yugoslavos), En la basura del canal 4 (que recrea la historia particular del Paraná brasileño desde los 60 hasta los 80 a partir del descubrimiento de un montón de rollos encontrados en la basura de los estudios) y Fantasía lusitana (un retrato poco conocido del Portugal neutral durante la Segunda Guerra Mundial). Estos cuatro films beben de la fuente del estilo de found footage, películas armadas a partir de material encontrado, alterado y, más que nada, editado, dando nuevas resonancias y sentidos. El caso de estas películas tiene un horizonte propiamente histórico y político: todas ellas ven un mundo que fue, pero en esa lectura se intenta replantear preguntas del presente.

Cinema Komunisto presenta una particular idea de un cine que creó, casi de la nada, un país que nunca existió o que al menos, si lo hizo o ilusionó con serlo, fue durante el tiempo de vida del Mariscal Tito, ese gran elemento coagulante que, a poco tiempo de su muerte, demostró ser el único tornillo que mantenía unido a un crisol de pueblos próximo a dinamitarse. Esta película serbia va tan lejos en su opción por el found footage: el formato es propiamente documental, intercalando las imágenes recopiladas con entrevistas del presente a personas vinculadas con la gran maquinaria de los Avala Films, articulada aforísticamente sobre la base del found footage y ciertos refranes de la zona, pero centrándose en la Yugoslavia (más que nada, Serbia) pos 1991.

La construcción de la memoria y el debate, llevado a términos de la neurociencia de qué información ha de ser retenida y cuál descartada, atraviesa el film En la basura del canal 4, aun así, manteniéndose atada a la articulación presente-pasado, intercalando entrevistas. En este sentido, la más jugada estilísticamente de estas películas de cuño más político e histórico es Fantasía lusitana (João Canijo, 2010), que nunca se desprende de las imágenes y los sonidos de archivo y logra en su edición un contrapunto interesantísimo, una ambigüedad radical y nunca definida entre ese oasis artificial -esa fantasía privada, podría decirse- que fue el Portugal de Carmona y Salazar, y la naturaleza del mismo gobierno, anticomunista, fascista y clericalista. Canijo opta por no decir nada específico de aquel gobierno; sólo tenemos la voz encarnada de algunos de los refugiados europeos que convirtieron durante aquellos años a Portugal en una gran metrópolis pluricultural (entre ellas, la voz de la musa de Fassbinder, Hanna Schygulla). En todo caso, la crítica llega de forma flotante pero contundente.

Buscando a Oiva

La gran película de Cine Recuperado es La sombra del iceberg, dirigida por Antti Seppänen, finés al que tuvimos la suerte de conocer en su visita a Montevideo con motivo del festival. El director cuenta en el film, exclusivamente hecho a base de fotos y material encontrado, que un día, en un mercado de pulgas de Helsinki, se topó con una caja repleta de cintas de 8 mm que, al reproducirlas en su casa, descubrió como un verdadero tesoro, un montón de imágenes recopiladas por una misma persona misteriosa que parece haber filmado escenas en todo el globo durante larguísimos años: El Cairo, Europa del este, Norteamérica, el glaciar Perito Moreno.

Este personaje fantasmal, descubierto más tardíamente como Oiva (y que llevó al director a buscar información hasta en documentación del Ejército, donde incluso consiguió cartas enviadas por el misterioso hombre), parece, al estar en todos lados, nunca haber estado en ninguno, como si su esfuerzo de estar en constante viaje estuviera anclado a cierto anhelo de desmaterialización.

La película no sólo es la reconstrucción de un personaje incierto, sino la de un mundo desmontado y reformulado sobre la mesa de disecciones. El ojo de Oiva-Seppänen nos muestra, en 8 mm, otro mundo, similar a esa refundación y taxonomización nueva de Nueva York hecha por Jem Cohens en Lost Book Found (donde, similar al caso del finés, tras el descubrimiento de un cuaderno de notas anónimo hecho de obsesivas listas de lugares y objetos de la ciudad neoyorquina, éstos llevan al mismo director a ir tras ellas, capturándolas de una manera completamente diferente). La edición de Seppänen, meticulosa pero nunca fría -y muy ayudada por la perfecta banda sonora-, es para quien escribe lo mejor que se llegó a exhibir en este festival.