Esta película se aguardaba sin grandes expectativas y está teniendo pésima recepción crítica. En cuanto proyecto comercial, es una producción de Dan Lautner, papá de Taylor Lautner, concebida como primer vehículo protagónico para el joven sex-symbol (el indígena hombre-lobo de la deleznable serie Crepúsculo). El director John Singleton supo tener prestigio y fue responsable por el clásico Boyz’n the Hood (Los dueños de la calle), pero últimamente se puso a hacer tonterías como + rápido + furioso.

Viendo la película, si buscamos cosas criticables, las hay. Singleton es uno de los directores negros que emergieron en la cola de Spike Lee y se caracterizó en toda su carrera por una compenetración con la situación de los negros estadounidenses, y es realmente desconcertante ver que en la presente entrega el personaje negro es lo más “tío Tom” que se pueda imaginar (Gilly parece existir para apoyar a Nathan, por quien corre riesgos y hace largos desplazamientos, a cambio de ni siquiera un muchas gracias, es el payaso y el desgraciado virgen de la barra, mientras que Nathan, el blanco carilindo, se queda con las cheer leaders, que son ellas mismas todas blancas). El título tiene poco que ver con la historia (nadie es abducido) y parece sacado de una reserva de palabras impactantes aptas para películas de acción, y se da la rareza de que el título en castellano es más adecuado que el original.

Hay alguna gruesa incongruencia en los fundamentos de la historia: hacia la mitad de la película descubriremos que todo gira alrededor de una lista de traidores que un agente de la CIA le sacó a un espía serbio, y los esfuerzos de éste por recuperarla. Lo trucho es que se trata el archivo digital como un elemento único a recuperar (como si fuera, por ejemplo, un valioso diamante o el halcón maltés) y no algo fácilmente copiable y que, una vez robado, la información ya se coló; además, no se aclara por qué el agente estadounidense tardó años en entregar la lista a los jerarcas de la CIA, como correspondía y como va a hacer hacia el final, generando todos los líos que alimentan la acción.

La visión de la CIA incluye un “sinceramiento”: sí, los agentes de elite de la CIA no respetan la Convención de Ginebra, conspiran, son impiadosos, matan -todo esto en forma abstracta-, pero el resultado de su acción son los conforts cotidianos que los personajes y los espectadores disfrutan -en forma bien concreta-. Nathan, el personaje depositario de la identificación y admiración de los espectadores, va a descubrir que la CIA son sus orígenes, sus figuras materna y paterna, las enseñanzas que recibió y gracias a las cuales logrará sobrevivir. La acogedora figura de su terapeuta -quien va a ser también la salvación en un momento complejo y la nueva madre hacia el final- es un rifle saliendo de una ventana lejana y disparando contra quien lo amenaza. Es claramente preferible a la crueldad de los agentes eslavos enemigos y tiene la saludable capacidad de purgarse de algún inevitable fruto podrido que surge en su seno.

Por supuesto, no es por los aspectos racista e imperialista con que la crítica estadounidense saltó malvadamente contra esta película (no creo que muchos los hayan siquiera advertido ni que consideren que son un problema). Se trata, sencillamente, de una de esas roscas sádicas cuando un producto surge con mala estrella, desatando el ejercicio de ver con qué habilidad literaria uno va a pisotear al loser.

Y sí, la película es ante todo un vehículo para Taylor Lautner, que no es ninguna maravilla como actor pero tampoco es tan malo como dicen (es como si sólo vieran en él una condensación de las chotadas de Crepúsculo). Y sí, hay abundantes planos de él sin camisa exhibiendo su musculatura, y todo un énfasis en escenas de amor para hacer suspirar a las chiquilinas de 13. Pero dentro de estas limitaciones, los realizadores realmente se esforzaron en hacer algo por encima de lo rutinario y en hacer valer el precio de las entradas, con algo muchísimo mejor que el promedio de películas juveniles. Quizá justamente la necesidad de contemplar a adolescentes de ambos sexos pautó un tipo de atención, que viene siendo raro, al envolvimiento emotivo y su preparación, que a su vez imprime un ritmo más mesurado, más compuesto.

Durante el primer acto (excepto su culminación en la explosión) la acción es ínfima, pero se construye en forma suficiente toda la trama de relaciones entre Nathan y sus padres adoptivos, Nathan y Karen, Nathan y Gilly, y todo ello efectivamente se va a usar en la carrera que constituye el resto del film. La inspiración básica parece haber sido North by Northwest (Intriga internacional), de Hitchcock, en la que un personaje se ve involucrado en un lío que no comprende bien y es obligado a huir simultáneamente de las fuerzas del orden y de un grupo de villanos ilegales, mientras intenta seguir ciertas pistas para tratar de entender qué está pasando y tratar de librarse del lío.

Entonces la película, a partir del segundo acto, es una serie de secuencias ubicadas cada una en un escenario particular y llamativo, que propicia distintos peligros y situaciones: un hospital, una persecución en auto, un viaje en tren, un estadio de béisbol lleno de gente. La diferencia con el clásico de Hitchcock es que desde el inicio quienes huyen ya son una pareja, y que son adolescentes casi adultos y no personas maduras, lo que le da un “color” totalmente distinto, impregnado de elementos de angustia juvenil, ritos de pasaje, primer gran amor, deberes para el preparatorio y una banda musical llena de canciones pop y en la que la música incidental también está basada en guitarras eléctricas, bajo y batería.

Hay situaciones bastante creativas (la explosión de la que escapan zambulléndose en la piscina -vista desde adentro del agua, con todos los fragmentos de la casa cayendo sobre ellos-, la pelea dentro del tren, el enfrentamiento quieto en el estadio. Las escenas de acción son bastante contenidas: truculentas sí, pero limitadas a algo más cercano a lo verosímil. Así, un disparo de un arma de grueso calibre mata a una persona de una vez, una piña no tiene el poder de proyectar al que la recibe un par de metros hacia atrás y duele en la mano del que golpea, cuando Nathan salta de una altura no razonable se lastima la pierna.

Hitchcock está directamente reconocido en el “efecto Vertigo” (zoom in combinado con travelling out sobre el primer plano de un personaje impactado por una sorpresa estresante), que a su vez se puso de moda cuando lo repitió Spielberg en Tiburón, y también hay mucho de este director (sobre todo los comentarios de cámara bajo la forma de avances hacia determinados personajes en momentos clave).

En fin, las fans de Taylor Lautner (sobre todo) van a vibrar, los fans no quedarán tirados, y para todos los demás es una película de acción con espíritu de matiné, un tratamiento que hace justicia al know how de Hollywood y una muy buena producción.