Hasta allí llegaron niños del Centro Ingreso Varones Escolares (CIVE), niñas del centro Aguaribay, y chicos y chicas del Espacio Prado de INAU. Al ingresar integrantes de la comisión directiva, de la secretaría y socios del club los esperaban con gorros con visera para hacer frente al sol. Algunos chicos recibieron con entusiasmo el regalo e inmediatamente se pusieron la visera de costado y comenzaron a bailar al estilo Wachiturro.

Casi sin escala se dirigieron al juego inflable y la cama elástica contratados para que la tarde fuera completa. A los pocos minutos, muchos saltaban sin parar. Pero no estaban todos, todavía faltaba que ingresaran, a su debido tiempo y con otra destreza, los chicos del Espacio Prado, que da refugio a niños con diversas discapacidades.

Desplazándose en sillas de ruedas, con bastones, andadores o de la mano de los educadores, llegaron hasta donde estaban todos los demás y se unieron al lugar donde iniciaba la tarde de diversión.

Caña en mano

Las niñas fueron las primeras en querer ir a pescar. En fila india transitaron por el muelle que desemboca en el club y llegaron hasta el final, donde los esperaban con muchas cañas. Cada una se sentó al borde del muelle y escuchó con atención las indicaciones que daban los miembros del club.

Los adultos eran responsables de recargar las carnadas de forma que no hubiera cortes ni incidentes con los niños. Repartieron las cañas, enseñaron a tirar la boya al agua y dieron las reglas básicas: "Presten atención a la boya y, cuando se hunde, la sacamos rápido".

Si bien las indicaciones parecían sencillas, al principio costaba que las niñas mantuvieran su mirada en la boya y reaccionaran a tiempo. Se distraían con las boyas de otras cañas y los instructores debían recordar: "Mirá tu boya que se hundió”. Además, se enredaban las tanzas y se perdían con facilidad las carnadas.

Cuando la concentración empezó a prevalecer, comenzaron a salir los pejerrey de diversos tamaños. Una de las primeras en sacar fue Tania, ni bien comenzó a ver los resultados no se distrajo más, al tiempo que daba piques de pesca a sus compañeras. Sentada junto a ella estaba Jenny, quien sacó un primer pececito y exclamó: “¡Me encanta el pescado con arroz!”. Para las dos era la segunda vez que pescaban, lo que se reflejaba en su accionar un poco más seguro que el del resto.

Andrés, integrante de la comisión directiva, tiraba cebo al mar para facilitar la llegada de los peces a la vez que daba directrices para mejorar la técnica. En conversación con la diaria, señaló orgulloso a las instructoras que se desempeñaban en el muelle, y dijo: "Ella es mi hija, ella también y ella es mi señora". Estar en familia hacía más linda la actividad que definió como "preciosa". Sostuvo que lo fundamental es la "concentración" en la boya y saber esperar. En cuanto a la presencia de los pequeños en el club comentó que los chicos además de disfrutar permanecen tranquilos. “¿Cuándo viste tanto niño junto y tan quieto disfrutando?”, enfatizó. Casualmente en ese momento sólo se oía el sonido que hacían las olas al chocar contra las piedras y contra el pequeño muelle. Pero el silencio duró pocos segundos porque en ese momento Alejandra, otra de las pequeñas, sacó un nuevo pejerrey y lo celebró con un grito de alegría: “¡Ya voy tres!”. La exaltación de ese momento no concordaba con la primera reacción que tuvo a los pocos minutos de tomar la caña, cuando la dejó y dijo con firmeza: "Yo no quiero pescar". Pero cuando vio que los peces empezaban a salir, y sus compañeras a celebrar, no quiso ser menos. Andrés, explicó que, según su experiencia, era probable que al principio a Alejandra le diera miedo, cosa que se hacía evidente porque no se acercaba al borde; "tiene vértigo", comentó. Pero la cosa cambió cuando vio que podía pescar igual sin que sus piernas colgaran sobre el agua y pegándose a las espaldas de algunas de sus compañeras.

No faltó quien tuvo que pegar la vuelta y volver a la zona de juegos donde se encontraban los demás, por el malestar que les generó estar en tierra no tan firme.

Después fue el turno de los varones del CIVE y, finalmente, de los niños del Espacio Prado. Si bien se los veía entretenidos en los juegos y parecían poco interesados en la pesca, cuando llegó la hora, fueron hasta allí y vivieron la experiencia que para algunos fue nueva. En tanto, las niñas salían de recorrida en pequeñas tandas en un bote que les permitió ver la ciudad desde el Río de la Plata.

Escuelita

La escuela de pesca funcionará los lunes hasta que comiencen las clases. El último día de actividad habrá un campeonato en el que participarán todos los que recibieron instrucción de los hogares invitados de INAU. Patricia Ovsejevi, secretaria de Club de Pesca Ramírez, detalló que distintos intereses motivaron la apertura de la escuelita. En primer lugar, para compartir el “encanto” por pescar y que “disfruten lo lindo que tiene el mar”. Además, mencionó los conocimientos que los niños adquieren sobre el cuidado y comportamiento del medio ambiente y la naturaleza, y la posibilidad de que muchos conozcan de cerca el mar.

Graciela, docente del área de recreación de INAU, evaluó que los chiquilines “no se olvidan nunca” de este tipo de actividades. Detalló que los niños viven en hogares en los que pueden permanecer hasta los 12 años, y quienes no son adoptados, son derivados a otros centros una vez superado el límite de edad. “Es incalculable todo lo que les aporta a ellos esto; el compartir con los demás chiquilines y pasar la tarde estar en un espacio así”.