Hace unas semanas, durante un viaje a Uruguay, pude visitar la escuela Grecia de Montevideo y observar a los alumnos hacer sus tareas. Allí, al igual que en la escuela Cassait de la República de Corea o en escuelas de Sudán del Sur, el país más joven del mundo, la necesidad que me plantean los padres y madres, antes incluso que un techo o alimentos, es una educación para sus hijos. Cualquier cabeza de familia tiene claro que un niño que acude a la escuela está recibiendo mucho más que una enseñanza: un camino de libertad y la posibilidad de adquirir competencias que le ayudarán a obtener un empleo. Es el pedido número uno de los padres y madres y es obligación de la UNESCO responder a esa demanda.

Todos debemos actuar ante el hecho lamentable de que hoy 250 millones de niños en edad de acudir a la escuela primaria no puedan leer ni escribir, estén o no escolarizados. Una reciente evaluación regional sobre enseñanza llevada a cabo en 12 países de América Latina revela que uno de cada seis niños no ha logrado aprender lo más básico. No debemos aceptarlo, porque sin educación no hay estabilidad, ni paz duradera ni desarrollo humano posible.

Según el nuevo “Informe de seguimiento de la educación para todos en el mundo” que la UNESCO acaba de presentar, 200 millones de jóvenes de los países en desarrollo no han completado la escuela primaria. Ello equivale a toda la población de un país como Brasil, o a una generación completa que ha perdido el tren de la educación. En América Latina y el Caribe, casi la mitad de la población es menor de 25 años y uno de cada diez jóvenes no han terminado la escuela primaria.

Sin embargo, la educación es de vital importancia no solamente para los niños y jóvenes implicados, sino para la prosperidad futura de todos. Sin conocimientos, los jóvenes no podrán conseguir trabajos decorosos y quedarán atrapados en la pobreza, trabajando por el mero sustento y sin el bagaje necesario para encontrar algo mejor. En Brasil, uno de cada cinco jóvenes en el mercado de trabajo carece de empleo.

Los jóvenes necesitan competencias que les permitan responder a sus necesidades diarias. Esas competencias son también un requisito previo para continuar sus estudios o su formación práctica; por eso, debemos ofrecerles la posibilidad de adquirir conocimientos técnicos y formación profesional (desde plantar vegetales y colocar ladrillos hasta utilizar computadoras). Cuanto más tiempo permanece escolarizado un niño, mayores posibilidades tendrá de desarrollar competencias tales como la capacidad de resolver problemas, tomar iniciativas y comunicarse con los demás, ganando así en dignidad y autorrealización.

Nuestro “Informe” calcula también que, por cada dólar invertido en educar a un niño, se obtendrán entre diez y 15 dólares en crecimiento económico durante la vida laboral de ese niño, una vez adulto. Lo vemos en programas como PROJoven, de Perú, que combina formación en el aula con experiencia laboral y asistencia para buscar empleo. PROJoven ha aumentado en 20% las posibilidades de las jóvenes de encontrar trabajo. En Chile, mujeres pobres con escasa educación están recibiendo dinero en metálico y formación que les permite estar mejor equipadas para hallar empleo.

¿Qué más hacer? Es preciso aumentar la financiación, pese a la situación económica actual. Se calcula que, además de los 16.000 millones de dólares anuales necesarios para garantizar que todos los niños ingresen en la enseñanza primaria, con 8.000 millones de dólares adicionales se lograría el ingreso universal al primer ciclo de secundaria. Parece mucho dinero, pero la inversión es modesta si se compara con los 1,74 billones de dólares que representa cada año el gasto militar mundial.

Queda poco tiempo para mantener las promesas que hicimos hace más de diez años: dar a nuestros niños y jóvenes un mejor comienzo en la vida. Y la crisis económica no puede ser el pretexto que nos haga fallar. Porque capacitar a los jóvenes es brindarles la posibilidad de elegir qué hacer, de salir por sí solos de la pobreza y de desempeñar su papel de ciudadanos, algo que redundará en beneficio de la sociedad, o lo que es lo mismo, de todos.