-La Escuela Freudiana de Montevideo cumple 30 años, habiendo atravesado un marco histórico nacional de lo más variado. ¿Cómo fueron los comienzos de la institución?

-En los comienzos era un grupo llamado Grupo Freudiano de Trabajo. Éramos siete que trabajábamos también con psicoanalistas del exterior, intercambiábamos tanto respecto de la clínica como de la producción teórica. Ya teníamos numerosas publicaciones, incluso habíamos organizado varias jornadas internacionales, y llegó un punto en el cual quisimos establecernos ya no como grupo sino como una escuela que tuviera como objetivo la formación de analistas, la transmisión y la enseñanza del psicoanálisis.

-¿Hubo resistencias?

-Sí, muchas. Tuvimos que sostener mucho tiempo convocatorias en las que venía gente pero también había muchas sillas vacías. Hubo quienes no tomaron a bien que hubiera otra institución que tuviera como objetivo la formación de analistas, y todas esas presiones de aquel que siente que se abre algo nuevo. Toda fundación es de alguna manera una transgresión a lo que ya está instituido; aunque no es una perversión, sí es algo que transgrede y, como tal, nunca se ve con buenos ojos. Le pasó a [Jacques] Lacan, les ha pasado a todos.

-Lacan es un autor muy difícil para lanzarse a abordar su obra de primera sin hacerlo pivotear con otros autores o incluso cotejarlo con personas dedicadas específicamente a eso. En ese comienzo, cuando había tan poco material y lectores, ¿no se sentían medio desorientados?

-Para eso nosotros teníamos el intercambio con otros que, internacionalmente, trabajaban con los textos de Lacan. Cuando comenzamos a trabajar con los textos, en 1974, Lacan estaba vivo y produciendo sus seminarios, por lo que lo que nos llegaba eran algunos textos, sobre todo en francés. Después empezaron a llegar los otros textos, las transcripciones de los seminarios, los escritos de Lacan en español, pero inicialmente nos manejábamos con los textos que teníamos.

-¿Esta diferencia de condiciones marcó un punto de diferencia entre la formación lacaniana uruguaya y la francesa?

-La uruguaya era una realidad muy diferente de la francesa. En París estaban muy divididos por la obra de Lacan, pero sobre todo por la transmisión directa de Lacan. La transmisión directa generaba transferencias de afecto muy fuertes, de amor y de odio, y nosotros desde acá nos ubicábamos en una posición de lectores. No éramos analizantes, no tuvimos una relación de enseñanza directa con él, entonces estábamos un poco más lejos de las pasiones de los franceses alrededor de la figura de uno de los padres del psicoanálisis.

-¿Cree que eso fue una ventaja?

-Me parece que sí. Cuando nosotros fundamos la reunión lacanoamericana -“lacanoamericana” es un término que acuña Lacan cuando dice: “Voy a ver qué pasa en América con mi enseñanza, ahí donde mi persona no hace pantalla para lo que transmito”-, evidentemente estábamos en una posición distinta de la de los franceses, diferente a la de quienes habían sido sus analizantes por años, a quienes iban a sus seminarios, a quienes de alguna manera competían con otros para ver si eran queridos por Lacan o apreciados en lo que escribían. Nosotros teníamos sus textos, que es la parte más rica.

-En cierto punto Lacan se podría quejar de eso, pero él hacía cierto uso instrumental de esa pantalla.

-Sí, pero él cuando dice esa frase está reconociendo que hace pantalla, que él hace obstáculo. El obstáculo no estaba en lo que escribía porque era muy riguroso; estaba en la relación personal. Él también, al igual que Freud, intentó custodiar lo que escribió aún en vida y después lo legó en herencia. En esa custodia aparecían las diferencias con todos los analistas.

-De todos modos, es curiosa esa custodia de parte de alguien que no escribió tanto como los seminarios que dio, cuya obra está disgregada en seminarios y cosas que la gente transcribió de él, más que por él mismo...

-Sí, tenía una modalidad diferente de la de Freud. Freud se transmitió fundamentalmente por el escrito. Lacan se transcribió por el escrito y por lo oral. Ahora, hay en lo oral de Lacan algo que tiene que ver con un concepto psicoanalítico que es el de “escrito” y el de “letra”. En Lacan eso que él habla, eso que él dice oralmente tiene un efecto de letra en quienes lo escuchan, por eso es que no se puede pasar por la lectura de Lacan sin rechazarla o conmoverse, sin que te toque. Ése es el efecto de la letra. Entonces la división entre lo escrito, en el sentido de “publicado”, y lo oral tiene otra dimensión: es aquello que tanto lo publicado como lo expresado en una expresión oral tiene un efecto de letra para aquel que lo escucha o que lo lee. Ahí recuperamos un concepto fundamental: no tanto en el dispositivo que se usa para transmitir sino en el efecto de lo que se transmite. Nosotros, de entrada, aunque nos costara -aun no entendiendo mucho de lo que decía-, sentíamos que habíamos sido tocados por la letra de Lacan.

-En lo propiamente clínico, ¿qué cree que se encuentra en Lacan que marca una diferencia con el resto de las psicologías?

-Como el trabajo clínico se basa en un trabajo teórico, toda la teorización que hace Lacan de lo que es el inconsciente, del inconsciente como causa, que es lo que hay que trabajar a los efectos de hacer algo con los síntomas, con la 
inhibición, con la angustia, con los actos; desde ahí ya partimos de una diferencia que es teórica, que es el inconsciente. A partir de Freud hay distintas corrientes psicoanalíticas que piensan el inconsciente de forma diferente. Para nosotros el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Todo el trabajo es a partir de lo que se dice. Después hay otra diferencia desde el punto de vista clínico, de cómo manejamos las sesiones, el tiempo de las sesiones, cómo intervenimos. Sabemos que las sesiones de duración variable fueron uno de los elementos que hicieron que la Sociedad Psicoanalítica expulsara a Lacan; nosotros hemos seguido a partir de eso. Pero hay algo que es fundamental: cómo se coloca un analista en la cura, con sus pacientes. Y es la de no saber, no saber qué van a producir sus pacientes. No es el analista sabio que le va a reiterar lo que ya sabe y las recetas que tiene. Siempre es algo original, algo nuevo. Es esa posición de no saber, aunque no sea que el analista no sepa. Es lo que nosotros llamamos “una ignorancia docta”.

-Hoy en día hay un auge de seguros de salud y terapias cortas en las que se hace hincapié en la resolución de problemas focales, específicos. ¿Cuál es el lugar de la teoría lacaniana con respecto a estos análisis?

-Para nosotros eso es muy claro y viene desde Freud. Él, ya en la Conferencia 32, decía que hay gente que está muy apurada en curar los síntomas. Para nosotros los síntomas se curan por añadidura del análisis: trabajando las causas es que se puede ir modificando los síntomas. Por ende, no apuntamos a una psicoterapia breve o a un elemento que haga rápidamente levantar un síntoma, porque después se vuelve a crear otro ya que lo esencial del síntoma no se tocó. Nosotros lo que le proponemos al sujeto es que se pueda conocer en lo que habla, poder trabajar las causas en las cuales está determinado y a partir de ahí ir a los síntomas. El síntoma no como enfermedad sino como un anudamiento propio de la estructura en determinado momento. Nos parece que eso que se hace en psicoterapias focales, breves, que van sobre una temática, no va lejos. El síntoma después sigue insistiendo. Como psicoanalíticos trabajamos en el discurso para crear la causa y a partir de ahí hacer algo con los síntomas.