-En una entrevista con el portal de la Universidad de la República (Udelar) usted decía que había "muy poca capacidad de entender el desarrollo juvenil y adolescente del país". ¿Qué pueden aportar desde la investigación la Udelar y la Facultad de Psicología a la problemática, ahora que la baja de la edad de imputabilidad es un tema de agenda?

-Lo que hemos promovido desde la Udelar es un análisis serio y riguroso de la información. La propuesta [de bajar la edad de imputabilidad] que se impulsa es totalmente insolvente; maneja información errada en algunos aspectos y es falaz en otros. El Consejo de la Facultad de Psicología hizo en agosto de este año un pronunciamiento específico de rechazo a la medida. Ya tenemos una normativa vigente -el Código de la Niñez y la Adolescencia- que prevé la posibilidad de juicios y sanciones penales para adolescentes entre 13 y 18 años. No necesitamos una modificación en ese sentido. En los últimos siete u ocho años los delitos de los menores no han aumentado, y según los números que maneja la Suprema Corte de Justicia [SCJ], son más contra la propiedad que contra la persona. En los últimos 15 o 20 años ha aumentado la lógica de la política del encierro: andamos arriba de los 9.000 hombres y mujeres privados de libertad, y los resultados de esa estrategia no son buenos. Según la SCJ, de los 260.000 adolescentes entre 13 y 18 años, menos de 1.000 están vinculados a infracciones y, de ésos, 350 cometieron delitos graves. Menos de 6% de las infracciones cometidas en el país son por parte de adolescentes. Una contribución que la Udelar puede hacer es no tomar posicionamientos exaltados frente al tema. Nosotros tenemos que contribuir a establecer otro relacionamiento con los jóvenes, y creo que eso está muy relacionado con la situación del país: en el proyecto de mundo adulto en el que vivimos, logramos establecer muy debilitados lazos colaborativos, cooperativos, de implicación e involucramiento con los adolescentes y jóvenes. [El adolescente] tiene que vivir en un colectivo social que tenga sentido, que le proponga una alternativa y que no le dé nada en la boca. Si las principales medidas que el colectivo propone son encerrarlo más, no parece que haya un aporte. El país está en un momento en el que tiene determinadas posibilidades pero, por ejemplo, bajamos históricamente los indicadores de pobreza generales y los de niños y adolescentes siguen siendo diferencialmente más altos que el resto de la población.

-¿Es nuevo esto de depositar ideas negativas en el grupo de los menores?

-Hay investigadores, como el doctor Luis Eduardo Morás en el ámbito de la sociología o el profesor Víctor Giorgi, de nuestra facultad, que en los últimos debates han mostrado referencias bibliográficas sobre qué decía la prensa de esos años en cuanto a qué hacer con los jóvenes y los adolescentes. Son de la última década del siglo XIX y la primera del XX. Lo que tengo claro es que básicamente lo que el mundo adulto uruguayo hace en relación a los adolescentes y jóvenes no provoca una integración, una alianza productiva. Me consta que hay docentes y grupos de estudiantes en todo el sistema educativo que logran experiencias micro de aprendizaje, pero necesitamos que sean generalizables a un nivel que no tenemos.

-Mercedes Rovira, que iba a asumir como rectora de la Universidad de Montevideo (UM), hizo algunas declaraciones polémicas sobre la homosexualidad. ¿No hubiese sido necesario que la Udelar se pronunciara al respecto?

-Las declaraciones fueron más que bochornosas. Lo que no hubo fue un pronunciamiento del Consejo Directivo Central [CDC], pero el Consejo de la Facultad de Psicología ha venido trabajando en varios temas que tienen que ver no solamente con el reconocimiento de los derechos sino con visualizar un mundo mucho más amplio en lo que tiene que ver con el reconocimiento de la diversidad. Recuerdo que cuando ocurrió lo del asesinato del joven chileno [Daniel Zamudio, muerto el 27 de marzo en Santiago, en un ataque homofóbico] el Consejo se pronunció, y me parece que fue un gran aporte vincular el hecho que ocurrió a miles de kilómetros con la situación de jóvenes en Uruguay que también fueron víctimas de situaciones similares. Me pareció una conexión entre lo global y lo local muy interesante. Creo que la Udelar tiene que pronunciarse -como lo ha hecho- contra todo tipo de discriminaciones, pero también tiene que cuidar el no bailar la música que tocan otros. En ese sentido, acepto el cuestionamiento que puede estar en la pregunta de ustedes, pero les propongo que se visualice que hemos tenido pronunciamientos positivos, promoviendo determinados contravalores (si es que puede llamárseles así) a los que fueron formulados en esos ámbitos. Se me caería la cara de vergüenza si ustedes me preguntaran por este tema de la UM y yo dijera que no sólo no hay un pronunciamiento sino que tampoco hemos hecho nada sobre uno de los temas de discriminación más fuertes que hay en este país. Tenemos una línea de trabajo con eventos, actividades y grupos de trabajo que este año ha tenido ritmo prácticamente quincenal.

-Está instalado el tema de la regulación estatal del comercio de marihuana. ¿Cuál es su posición?

-El Ejecutivo ha sorprendido -lo digo sin ninguna adjetivación- con algunos movimientos dentro de la propuesta. Estamos hablando de un proyecto sumamente innovador en las políticas públicas en todo el mundo. Mi posicionamiento es favorable. Tiene tres o cuatro características que son muy valiosas: es integral, tiene dimensiones sanitarias, económicas, represivas. Hace un análisis (usando una expresión psicológica) gestáltico. Es innovadora en el sentido de que promueve un abordaje de una plena responsabilidad individual y colectiva, y pone al país como link en el ciberespacio; en Uruguay se están discutiendo, no determinadas ideas caducas del siglo XIX sino ideas innovadoras, del siglo XXI, que no tienen automáticamente la partida de éxito asegurada, y eso es valioso socialmente.

-¿Es posible abrir este debate hacia otras drogas, como la cocaína?

-En la agenda de las adicciones, necesitamos establecer otras visualizaciones sobre lo que llamamos drogas lícitas. En cualquier lista abreviada de los principales problemas sanitarios de este país están el consumo de alcohol y de psicofármacos. Hay varios indicadores que muestran eso. En el caso de la cocaína, hay estudios del año pasado, que hablan de un aumento tremendo del consumo en Uruguay, aunque lejos de los niveles de Estados Unidos o Europa. El consumo de cocaína parece ligado a determinados estratos sociales, económicos, culturales; está asociado con un imaginario del éxito, la creatividad o la cultura yuppie, pero aparece también como ocultado. Aun en los números que maneja la Organización de los Estados Americanos [OEA] de incremento para Uruguay, siguen siendo cifras bajas.

-¿Bajas con respecto a la realidad o al momento de compararlas?

-Precisamente lo que no sabemos es la realidad. Ésos son datos bajos en cuanto a densidad de la población o si lo comparamos a nivel internacional. En todo caso, a este país le vendría muy bien construir una agenda mucho más amplia sobre las adicciones. Eso necesita actores públicos, privados, ciudadanía. No le hago la agenda a nadie, pero el consumo de psicofármacos es un tema de interés para el PIT-CNT porque está vinculado al cumplimiento de la responsablidad laboral.

-Generalmente se asocia la salud ocupacional más con andamios, con la seguridad en el trabajo.

-Eso está cambiando. Las dos últimas rondas de Consejos de Salarios han profundizado mucho las cláusulas referidas a las condiciones de trabajo. Los riesgos del andamio están vinculados al espacio público, mientras que el consumo de psicofármacos está más ligado al espacio privado. Y la construcción de agenda pasa por ubicar temas que están opacados en el espacio público, como sucedió con el debate por la despenalización del aborto. Cuando dejo de asumir que mis problemas son sólo míos y que son del colectivo es cuando puede convertirse en tema de agenda.

-¿Por qué está opacado socialmente el consumo de cocaína? La pasta base sí es un tema de discusión pública.

-Tal vez porque el consumo de cocaína aparece vinculado a una determinada estética, en contraposición al consumo de pasta base. Sin caer en satanizaciones, pareciera que hay un sector social al que el narcotráfico le asignara que consuma tal cosa y otro al que le asigna otras, o que es más propenso a esos consumos. Sin embargo, un informe de 2011 de la Junta Internacional de Estupefacientes vincula el consumo de cocaína en América Latina con la muerte, con casos de homicidio. Salvando las distancias y sin ánimo de moralizar, pareciera que existen drogas de cuello blanco y drogas de otro cuello. Uno puede pensar, como hipótesis, que a diferencia de otras adicciones, el consumo de cocaína está vinculado con la producción, la creatividad o el disfrute. Eso puede tener que ver con ese opacamiento social. Hay que poder construir un pienso para ver qué pasa realmente con el consumo o qué lugar tiene, ésa es tarea de los investigadores. Pero como dice [el psicólogo social] Gabriel Eira, preguntarle a la gente qué opina sobre el consumo de algo no nos dice nada directamente sobre el consumo de esa persona.

-Recién asociaba el consumo de cocaína con el éxito social, algo que también podría vincularse con cómo caracterizamos al nuevo uruguayo. ¿Puede ser que la cocaína no desentone en esa conceptualización?

-Si por nuevo uruguayo entendemos todo lo tiene que ver con un determinado consumo, con el acceso a ciertos productos o servicios, o con el turismo..., planteado así, en términos de imaginario hollywoodense, claramente no desentona.

-Una sensación es que el consumo de cocaína está cada vez más generalizado. ¿Es una exageración plantearlo así?

-No creo que sea una exageración, aunque no tenemos indicadores. Tal vez dentro de algunos años encontremos que esa idea del nuevo uruguayo inauguró la agenda sobre el tema. El consumo en Uruguay, no solamente de ilegalidades, sino de las legalidades santificadas, es impresionante.

-¿Cuáles serían esas “legalidades santificadas”?

-La carne, las bebidas cola, la comida chatarra. No sé tampoco cuán alejados están esos tres aspectos del nuevo Uruguay, pero modificar determinados hábitos, no solamente de ingestas -por ejemplo, el sedentarismo-, no es sencillo. Determinados sectores de uruguayos lo sentiríamos como una verdadera agresión a nuestros derechos fundamentales.