En la columna anterior decía que intentaría, en la medida de lo posible, ir un poco más allá de lo que las normas y criterios preestablecidos indican para la vigilancia de los contenidos periodísticos. Me refería con eso a tratar de profundizar en aspectos que no constituyen faltas a las normas éticas o de estilo, pero que mantienen o perpetúan injusticias o asimetrías. Sucede que la diaria difícilmente incurre en faltas de tipo ético (al menos, no me ha tocado tratar con ningún caso), pero en cambio recibe numerosas críticas precisamente por los espacios que no son, propiamente, informativos: las críticas de la sección Cultura, las columnas de opinión y las páginas de humor.

Precisamente sobre columnas de opinión se manifestaron dos lectores recientemente, y me interesa traer esas intervenciones como problema para que pensemos juntos en las múltiples formas de recepción de los contenidos de la diaria.

El primer caso es el de un lector que consideró ofensiva la columna de Diego Zas titulada Belle époque, publicada el martes 24 de julio. El lector (cuyo nombre no diré porque él lo prefirió así) impugnó el uso de la palabra progres en la columna de Zas y también en otros artículos de la diaria, y la respuesta de Marcelo Pereira explicando los usos y alcances del término no fue suficiente para convencerlo de que la expresión no hacía referencia ni a los trabajadores, ni a los que trabajan “por un bien común, por una sociedad mas justa, por la igualdad” (que fue como el lector se refirió a sí mismo y a su familia). No fue posible, a pesar del intercambio de mensajes y explicaciones, convencer a ese lector de que la ironía es un recurso válido en una columna de opinión.

Distinto fue el caso de Silvia, una lectora que reclamó porque la columna de Marcelo Jelen titulada Dibersos, publicada el 20 de julio, no mencionaba, entre los colectivos discriminados socialmente, al de las personas con discapacidad. Del intercambio de mensajes con Silvia (quien entendió perfectamente que la defensora de lectores no puede impugnar la opinión de un columnista y también entendió que la diaria no tiene, por el momento, un espacio de cartas de los lectores) surgió que su inquietud se orientaba a “un tema de Derechos Humanos del que nadie habla, y de un colectivo que a menudo no puede defenderse solo”.

la diaria ha publicado muchas veces artículos relativos a la temática de discapacidad y a la situación de ese colectivo. Sin embargo, es posible reconocer en la queja de la lectora una demanda que no tiene que ver necesariamente con la cobertura informativa del tema, sino más bien con la condición de invisibilidad a que parece condenado un colectivo que no se concibe, o no es concebido, al modo de una “minoría”, en el sentido que los estudios culturales dan a ese término.

El reclamo de la lectora en torno a un asunto de derechos humanos que no es reivindicado políticamente, que no es bandera de nadie y que no puede manifestarse en irrupciones escandalosas en la vía pública en nombre del orgullo y la diferencia, deja al descubierto cierta línea de clivaje del discurso progresista (me tienta decir “progre”) y combativo que parece dispuesto a hacerse cargo de las exigencias de algunos discriminados pero no de todos. En ese mapa, las reivindicaciones de los colectivos nucleados en torno a la raza, la creencia, el género o las preferencias sexuales parecerían ser fácilmente “inscribibles” en un discurso político (porque siempre es posible rastrear el origen histórico y material de la injusticia), pero eso no sucede a la hora de dar cuenta de las dificultades concretas y la violencia simbólica con que cargan quienes sufren una discapacidad.

Así, Silvia no pudo introducir el asunto sino como una respuesta a la columna de opinión de Jelen, en la que se mencionaba a dos grupos distintos de discriminados (los homosexuales y los planchas) pero no se hacía referencia a los discapacitados. Claramente, y Silvia lo dijo, no era una queja contra Jelen, sino un llamado de atención ante esa inequidad inherente a la naturaleza misma de la diferencia instalada por la discapacidad (algo del orden de la salud, y tal vez del azar) en comparación con las diferencias instaladas por cuestiones como la raza o la sexualidad, pensables políticamente.

Las columnas de opinión casi siempre reciben quejas, pero son una parte fundamental del intercambio entre un medio y su público. Aunque cada columna exprese únicamente la opinión de quien la firma, es recibida por la totalidad de los lectores de la publicación, y dialoga con ella. Y los lectores de la diaria también tienen opinión y exigen mucho más que datos. Por eso, aunque no corresponda a la defensora intervenir para laudar conflictos entre columnistas y lectores, sí le corresponde agradecer a quienes escriben para poner en evidencia, como decíamos antes, esas zonas del discurso en que las injusticias pasan desapercibidas.