-Me estabas contando que la mayoría de las preguntas que te han hecho sobre Relocos y repasados suelen ser variaciones sobre un par que siempre son las mismas. Debe ser complicado que te hagan entrevistas sin tener tus anteriores obras vistas.

-Claro, sí, sobre todo porque yo salí medio de la nada. Achuras no la conocía casi nadie, y además está eso de que soy joven y es medio raro. Al menos a mí, en la escuela de cine, me decían que si quería ganar el Fona [Fondo para el Fomento y Desarrollo de la Producción Audiovisual Nacional] tenía que tener al menos 30 años. Yo gané cuando tenía 27 y creo que eso es una anomalía total. Creo que no había pasado antes y fue una casualidad, ese año, eso de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Espero que eso se rompa y se le den más seguido premios a gente más joven.

-Además está el hecho de que era bastante impensable para el Fona un proyecto como el de Relocos y repasados.

-Sí, fue muy raro. Yo, en realidad, cuando le presenté el proyecto a [la productora] Salado, fue onda “tomen esto, a ver qué hacen”. Pensábamos que íbamos a tener inversores afuera, onda privados. Nunca pensamos que íbamos a ganar un fondo estatal. Yo tenía sólo el guion. Lo escribí y lo archivé, lo tuve casi un año así, archivado, porque no sabía a quién dárselo, y después en un momento tenía un amigo que trabajaba en Salado, que me decía que estaban recibiendo guiones y ta, lo mandé y se copó.

-¿Se lo mandaste cuando estabas en la escuela de cine?

-Se lo mandé justo después de dejar la escuela. Terminé la escuela y estaba en un momento de qué voy a hacer con mi vida, un momento un poco de desesperación, y de la desesperación surgió escribir ese guion. Esa cosa de “tengo algo un poco más comercial, voy a ver si alguien me lo puede agarrar”. Venía escribiendo sobre temas más raros, esos sí que era difícil que fueran elegidos.

-El tema de la vagancia había sido bastante retratado en 25 watts, pero lo que me llama la atención es que 25 watts todavía tiene un resabio posdictadura y en cambio esto es de otra generación, se despegó de aquello.

-Sí, la diferencia generacional... en realidad no es tan grande. Vos pensá que la generación de Rebella y Stoll es más como si fueran nuestros hermanos mayores, no nuestros padres. Creo que lo de no haber vivido la posdictadura es toda la diferencia.

-También hay un componente de clase, de clase alta o media alta, mucho más notorio.

-Sí, eso también. Eso juega un poco también con el tema de las drogas. No sé, no fue intencional tampoco, me di cuenta después. En general, las drogas en películas como Trainspotting siempre agarran gente de clase media, un poco más bajo, y ahí te metés en el terreno de “ah, el problema de las drogas en los bajos estratos sociales”. El tema de las drogas en las clases más altas es un tema que re existe, pero nadie piensa sobre los jóvenes de clase media y alta que se drogan. No se ve como un problema. Es algo que existe, hay un montón de padres que ni piensan que sus hijos están metidos en eso. Se trata de sacar un poco ese mantel. Me ha pasado de amigos que han ido a verla con sus padres y es muy gracioso cómo los padres, una vez que salen del cine, les dicen “así que aquella vez que…”.

-O sea, en ese sentido tu película puede tener un efecto devastador para un montón de jóvenes que habían consumido tranquilamente hasta ahora.

-Ja, ja, no..., para mí es una cuestión de “vamos a encarar un poco”. Vamos a sacar un poco la hipocresía de que esas cosas pasan. No hay muchos referentes de películas que aborden ese tema así. A no ser las comedias yanquis, pero no abordan el tema de las drogas en general, sino el tema del porro. Así que no sé.

-Lo curioso es que uno puede percibir algo cercano a la apología en el hecho de que, a pesar de todo el consumo, nada deriva en algo tan terrible, como suele pasar en el cine.

-Yo creo que sí suceden cosas terribles, pero la comedia lo aliviana, en realidad. Es de eso de lo que la gente no se da cuenta. Hay gente que piensa que la película dice “drogate y te vas a divertir pila”, pero al loco que toma éxtasis lo llenan de mierda y lo cagan a palos, y la mina que toma keta queda paralizada y en realidad no la pasa muy bien, ella misma lo dice. El que toma merca tiene un bajón tremendo. No sé, te muestran un montón de facetas y trato de mantener las cosas un poco más ambiguas. Sí, la pasás bien, la pasás mal, pero lo que importa es que tengas responsabilidad sobre lo que estás ingiriendo y consumiendo. Los pibes se juntan, se mandan una cagada y es culpa de ellos.

-Con respecto a la selección de personajes, Santiago Quintans es Jesse Eisenberg, no hay vuelta...

-Sí. Yo a él lo conocía de la calle, literalmente de la calle, de encontrármelo en situaciones completamente random. No de encontrármelo siempre en el mismo lugar: era como una cosa de destino que iba acercándonos cada vez más, hasta que un día él me dijo “bo, quiero actuar”. Yo ya había pensado en él para la película y después me pasó de ir a ver Adventureland y Joaquín [Tomé], que siempre había seguido el proceso, me dice “mirala porque el actor es igual a Santiago”. Y la puse y en la primera escena de la película, que arranca igual, vi la cara de él y fue “oooh, ya está”. Después también vi un video de él hablando a la cámara, un monólogo re largo, y ta. No es actor él, a mí me importó la personalidad. Fue algo que hice con varios personajes, eso de ver la personalidad de cada uno y ver cómo se podía amoldar con el personaje y mejorarlo y enriquecerlo, porque estaban medio esquemáticos los personajes en el guion.

-Eso que decís es muy curioso, incluso a nivel físico de los personajes.

-Bueno, yo hago cómics también, capaz que tengo ese ojo de ver o buscar a la gente muy expresiva, ésa que sólo con la cara ya te cuenta todo. Ponía más ímpetu en eso que en lo actoral. Por ejemplo con Luciano [Demarco]: la vez que cayó al casting fue unánime. Todos decían “no podés elegir a otro, es nacido para hacer ese personaje”.

-Y Elías [Joaquín Tomé] tiene un papel a lo Jonah Hill.

-Bueno, mi inspiración básica a la hora de hacer la película fue Superbad. Salí del cine y tuve una especie de epifanía, porque era una estructura de comedia adolescente re perteneciente al género, pero con personajes que tenían una personalidad y algo muy auténtico, distinto de todo lo demás. Todo partió de la escena del principio, del gordo hablando por teléfono con el pibe. En Relocos y repasados visualmente es la misma, está calcado.

-De Achuras hasta acá, ¿en qué creés que avanzaste?

-Principalmente en el tipo de películas que veía yo. Cuando hice Achuras tenía 20 años y estaba súper cerrado en lo de las películas de terror y películas adolescentes. Es como esa cosa que elegí, como esa cuestión de la posadolescencia de “me identifico con esto y me agarro de esto, pero lo demás no, porque no soy yo”. A medida que empecé a juntarme con amigos de la escuela de cine que tenían gustos similares, pero otras sensibilidades, de repente empecé a ver David Lynch 
y un montón de cosas que se fueron incorporando.

-¿Qué pensás que pasa con el cine clase B y Uruguay? Porque si bien no hay tanto como en otros países, en proporción no es tan desestimable.

-Sí, no muchos largos, capaz. Está Muñeco viviente, después está Guzmán Vila y después está Ricardo Islas, que es el referente de verdad.

-¿Qué opinás del cine de Ricardo Islas?

-Ah, lo tengo allá arriba, zarpado. Creo que no se lo respeta ni ahí como debería respetárselo, porque, si te ponés a pensar, es el único director uruguayo con una filmografía de verdad. Islas tiene casi 20 películas, nadie le saca eso. Para mí, más allá de cantidad o calidad, es importante tener -a mi juicio- una obra suficientemente grande para poder estudiarla y decir “ah, mirá, este tipo empezó acá, siguió acá y marcó una evolución”. Yo quiero hacer muchas películas justamente por eso, por el crecimiento. Prefiero ser más desprolijo, pero probar más cosas. Islas es un tipo que nunca paró de hacer películas, tuviera medios o no. Y además, me re gustan sus películas, es un director de género totalmente legítimo, más allá de las truchadas técnicas.