-¿Por qué hacer dos discos a la vez?

-Cuando empecé a armar las canciones del primero, al mismo tiempo empezaron a surgir nuevas canciones. Había mucho material que se estaba componiendo a la vez y que no tenía nada que ver entre sí. Tenía un grupo de canciones que ya estaban determinadas para un disco, que iba a grabar con Guillermo [Berta], pero a la vez estaban surgiendo estas otras canciones, casi sin querer, que no tenían nada que ver y que en seguida me remitieron a Ezequiel [Rivero]. Mientras estaba grabando La vida en los árboles, lo llamé y le dije: “Mirá, tengo este grupo de canciones que me gustaría grabar contigo”, 
y el loco se copó y empezamos a grabar los dos discos a la vez. 
No fue algo buscado ni nada. Me pareció divertido experimentar, a ver qué pasaba.

-Y pensabas editarlos al mismo tiempo, pero ahora te arrepentiste.

-Sí, yo soy una persona muy ansiosa. Cuando estaba grabando mi primer disco ya estaba pensando en grabar el segundo, y eso llevó a que no le tenga ningún cariño al primero. Es un disco que no quiero y que casi ni respeto.

-Es raro, porque hay un proceso evolutivo muy gradual entre los tres. No los podrías cambiar de orden.

-Para mí sí se nota un proceso evolutivo, en cuanto a acercarse al tipo de canciones que quería hacer. Me sigue costando mucho encontrar un estilo. Pau [O’Bianchi, compositor de Tres Pecados] empezó a hacer canciones, por ponerte un ejemplo, ya sabía el tipo de canciones que quería hacer y lo que quería decir. El envase, la producción, es otra cosa, pero vos ves que el tipo se identifica con esos temas.

-Pero no hay un quiebre radical entre los tres discos. En todos es muy reconocible tu forma de componer y de cantar.

-Claro, pero de pronto me refería más bien a las letras. Yo escucho Guadalupe 1994 y los arreglos, las melodías están bien, pero las letras son tan adolescentes... Es como un Franny Glass mala onda. Le tengo cariño pero con condescendencia.

-Yo tengo la impresión de que -más que en Franny Glass o Carmen Sandiego, por tirar dos nombres que trabajan con el intimismo- en tus letras hay un componente muy autobiográfico. Especialmente en La vida en los árboles, parece haber un componente muy catártico.

-Cuando estaba componiendo La vida en los árboles estaba escuchando en una forma casi obsesiva a John Darnielle [líder de The Mountain Goats]. Él escribe historias y en todas las historias está él, y se nota. Hay canciones en La vida en los árboles que tienen mucha bronca, como “Canción para un día cualquiera”, que están directamente inspiradas en la forma de escritura de él. La guitarra es prácticamente igual.

-Son discos muy guitarreros, pero el instrumento en el que te formaste es el piano...

-Muchas fueron compuestas con el piano, pero tenía ganas de tocar la guitarra. Guillermo toca el bajo y alguna guitarra en La vida en los árboles. En Alaska somos sólo yo y Ezequiel.

-El nombre del primer disco remite, si no me equivoco, a El barón rampante, de Italo Calvino. El nombre Alaska, ¿es por la canción “Stephanie Says”, de The Velvet Underground (“all of her friends call her Alaska”)?

-En el primer caso sí, en el segundo es casualidad; ojalá fuera. En realidad es una referencia al clima general del disco. Con Ezequiel dijimos que nuestra meta era hacer el disco más oscuro de la historia del pop uruguayo. No salió así, salió bastante más alegre y luminoso. Además hay una referencia bastante directa a mi pareja, que usa “Alaska” como nombre artístico, y también a mi disco favorito de Bruce Springsteen, Nebraska. Los nombres de mis discos generalmente tienen muchos significados.

-Pero vuelvo a lo autobiográfico: vos hacés canciones sobre tu familia, tus parejas, tu oficio; son muy transparentes para quien te conoce. Eso es muy poco uruguayo.

-Sí, tengo un ego muy grande, tal vez, y me gusta desparramarlo por ahí... En verdad es la forma que encuentro de escribir y armar una canción. Yo no siento que tenga muchas cosas importantes para decir. Rechazo la idea de hacer una canción con un discurso político para cambiar el mundo; no me sale, lo respeto, pero no me sale. No podría hacer un manifiesto antiminería, me gustaría, pero no puedo. Lo que me sale es decir lo que me está pasando y dejar de disfrazarlo, jugar con el “soy yo o no soy yo, es él o no es él el que canta”.

-Sin embargo da la impresión de que trataras de ajustar cosas de tu vida en canción.

-Puede ser; la primera función que yo le encontré a la música fue la de un gran antidepresivo. Un excelente canalizador de broncas, de tristeza, de nostalgia, de la sensación inminente de que nada tiene sentido. Fue la primera sensación que sentí tocando, desde pendejo. Y eso no ha cambiado tanto. Me gusta mucho el melodrama. Es un remedio increíble; el resultado puede ser bueno o malo, pero a mí me hace bien. Hay gente que tiene que salir a correr, otra que necesita tres whiskies para achicar, para mí es la música...

-Con Sinatras habían llegado a un punto en el que tenían cierta audiencia y llegaron a tocar en eventos muy grandes. Cuando te lanzaste como solista empezaste a tocar mucho, pero en librerías, en un circuito de muy bajo perfil. ¿Fue un proceso de prueba?

-Al principio sí, fue una cosa de “tengo que tocar en los peores lugares de Montevideo y si me tiran con cosas, bien, me hago hombre”. Una tontería, pero también estaba no sentirme confiado en mis canciones como para respaldarlas y llevarlas a lugares de mayor exposición. Yo no me la jugué por mi primer disco. Con La vida en los árboles esa sensación fue mucho menor, pero el disco con el que sí estoy orgulloso es Alaska, es el que se parece más a lo que quiero hacer ahora. Pero La vida en los árboles también es un disco que me encanta.

-Es menos accesible.

-Absolutamente. Tiene uno de los mejores temas que hice nunca, “La vida en los árboles”, pero es un instrumental. Yo no soy un ejecutante virtuoso pero manejo la teoría, conozco las armonías, me siento mucho más seguro en el terreno de lo instrumental que en el de lo cantado. En Alaska me sentí mucho más seguro.

-Pero en Alaska la voz está más tratada y cambiaste el fraseo, lo hiciste un poco menos limpio.

-Cuando terminé de hacer La vida en los árboles yo no quería hacer más discos pulcros y cristalinos, quería hacer un disco mugriento, sucio, imperfecto. Y la persona perfecta para eso era Ezequiel. Tanto él como Guillermo son muy del pop, pero la idea de Alaska era que sonara casero, que sonara como el disco de dos tipos que se encerraron en un cuarto y lo hicieron. A los anteriores, por momentos los sentía muy pretenciosos.

-Empleás algunos conceptos muy violentos en términos de letras, y en Sinatras solían hacer bastante ruido. ¿No te tentó llevar esa clase de violencia al canto?

-Sí, estoy en eso. Incluso empecé a tomar lecciones de canto.

-¿Para gritar?

-Para manejar mejor la voz. No quiero cantar con trémolo ni vibrato, no quiero llegar una octava más arriba.

-Ahora vas a tocar con Garo Arakelian, un músico de otra generación pero que también trabaja con lo íntimo. ¿Cómo es eso?

-Es un tipo muy perspicaz, que lee muy bien y sabe escuchar. Garo tiene eso de que, cuando está hablando contigo, te hace sentir que sos la persona
más importante de la 
habitación.