En 2010, "El secreto de sus ojos", dirigida por Juan José Campanella, se convirtió en la segunda película argentina en ganar el Oscar a mejor película extranjera. Este hecho generó mucha atención en torno a ella y a sus autores, y permitió descubrir que se trataba de una adaptación de una novela de un tal Eduardo Sacheri, llamada "La pregunta de sus ojos". A partir de ese momento, para el mundo entero la obra anterior y la figura de Campanella generó mayor interés, y lo mismo pasó con Sacheri. Así, algunos descubrieron que este docente de historia nacido en 1967 en Castelar, provincia de Buenos Aires, ya contaba con varios libros en su haber, siendo el primero el tomo de cuentos Esperando a Tito, de 2000. En estos días estuvo en Montevideo para presentar su recopilación de cuentos de fútbol La vida que pensamos en la Feria Internacional del Libro, ocasión que aprovechamos para hablar de su obra, de la forma en que su vida cambió a partir de la película de Campanella, del lugar de la literatura futbolera y, obviamente, también de fútbol.

-¿Cómo es que un profesor de Historia decide ser escritor?

-Se dio de grande, cuando ya estaba terminando mis estudios de Historia y empezando a trabajar en la docencia. Surgió como un modo de poner en orden mi cabeza o mis sentimientos, no con el proyecto de convertirme en escritor. Fue un acto de catarsis personal, de sacar cosas afuera, no directamente sino inventando ficciones que de algún modo rozaban mis pensamientos, miedos y obsesiones. Recién cuando esto empezó a crecer y vi que a otras personas podía gustarles lo que yo escribía y que significaba algo para ellas, empezó a despertarse el deseo de publicar un libro, y cuando publiqué uno, de publicar otro.

-¿Escribir sobre fútbol formó parte del proyecto original o se fue dando?

-A falta de plan inicial, se fue dando. Siempre me convocaron las historias de mi propio mundo, el que tengo alrededor. Un pueblo, provincia de Buenos Aires, casas bajas, veredas, vecinos, vidas rutinarias y comunes como las de cualquiera. Ése es mi mundo, y puesto a anclar los personajes y sus vidas, el fútbol aparece, porque en esas vidas hay fútbol.

-¿Cómo fue entrar al ambiente literario para un tipo que venía de otro palo?

-¿Entré? Yo creo que estoy medio afuera del mundillo literario. En Argentina hay un circuito académico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA [Universidad de Buenos Aires] que tiene su carrera de Letras y su canon de autores escogidos, y claramente no estoy en ese canon. Soy más bien un francotirador que viene de otro lado y publica desde otras lecturas y otros gustos. Igual me gusta mucho más que mis libros los lean los pibes del secundario que lo lean en Filosofía y Letras, más allá de que también me gustaría que se leyeran ahí. No me molesta estar por fuera. En el ambiente es como en todos lados: hay gente muy piola que está bueno conocer -y me he dado unos gustos por esto de las invitaciones internacionales- y hay de la otra.

-¿Cómo viviste el proceso de armado de "El secreto de sus ojos" y la repercusión que tuvo la película?

-Adaptar una novela al cine es un esfuerzo importante porque tenés que sintetizar un montón de cosas, renunciar a otras, modificar cosas que en un libro funcionan pero en una película no. Ahora, ponerte de acuerdo con un director es todo un trabajo, porque es otro lector, distinto de vos. Hay un trabajo delicado de aceptar cosas y hacer acuerdos. Uno no puede ponerse duro y decir “el libro dice esto”, porque cuando alguien lo lee ya dice otra cosa. Y si ese lector es director de cine esa otra lectura es tan válida como la tuya y tenés que discutir en ese terreno, de visitante. Lo que pasó después fue una sorpresa detrás de la otra, porque la película se estrenó, la vio un montón de gente, ganó el Oscar, la película y el libro viajaron por todo el mundo. Fue una apertura hacia el mundo que yo jamás pensé que me podía pasar. Fue un estrés importante por la exposición, porque los escritores por lo general no somos gente muy visible ni muy proclive a andar sacándonos fotos y dando entrevistas. Pero si te gusta el durazno bancate la pelusa.

-En la literatura argentina hay una fuerte tradición de literatura futbolera, fundamentalmente las obras de Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa. ¿Cómo te parás ante esa tradición?

-Me gustan mucho los dos. Hay otros más que hemos escrito después, pero los dos que abrieron una posibilidad y que legitimaron un espacio fueron precisamente ellos, cada cual en su estilo. Soriano con más preocupaciones de escritor serio y el Negro con esa cosa siempre festiva, burlona, de caguémonos de la risa con lo que estoy escribiendo. Fueron excelentes escritores que, como les gustaba mucho el fútbol, también escribieron de fútbol porque era parte de su mundo. Cuando escriben te das cuenta de que el fútbol también es parte de su mundo; eso lo vuelve valioso porque no están impostando ni hablando de un mundo que en realidad no conocen.

-¿Sentís que la academia o la crítica tiene una postura peyorativa ante el fútbol?

-En Argentina hubo un prejuicio muy fuerte, sin duda. Un prejuicio que, extrañamente, fue compartido por la izquierda y la derecha: para la izquierda el fútbol es el opio de los pueblos y para la derecha es cosa de negros. Creo que en los últimos años se ha erosionado en parte esa desconfianza; en ese sentido, esto que te decía de Soriano y Fontanarrosa no es menor. Si tipos que escriben muy bien se permiten escribir sobre fútbol, también legitiman un espacio, abren un territorio donde los que venimos después nos podemos mover.

-Tus personajes son los más irracionales por el fútbol que hay en la literatura argentina futbolera. ¿Hay una intención de construirlos así?

-No hay una búsqueda voluntaria. A mí me gusta encontrar lo que hay de excepcional en las vidas comunes y rutinarias. Todas nuestras vidas están armadas como una cadena casi infinita de normalidades y cosas previsibles y reiteradas, y de repente hay cosas que no, vínculos que nos sacan de eso. Ahí es donde me gusta detener la mirada, en lo excepcional, que puede venir de la mano de un acto irracional en una persona súper racional, o una toma de riesgos en una persona habituada a las certezas de la pequeña burguesía.

-El fútbol parece ser una instancia igualadora, en la que hasta el más infeliz puede tener un momento de gloria y felicidad...

-El fútbol es como la vida mejorada, porque tiene la enorme ventaja en relación a la vida de volver a empezar, de regenerarse. Nuestra vida no se regenera, como mucho se emparcha un poco, pero el fútbol puede estar en el peor de los mundos pero en algún momento termina y después vuelve a empezar, y cuando vuelve a empezar lo hacés de cero. Por eso suelo rechazar un discurso tremendista sobre el fútbol. Yo soy hincha de Independiente; cuando se fue al descenso me pasé meses discutiendo con los que decían que el descenso es la muerte. Para mí el descenso es el descenso y la muerte es la muerte. Porque si el descenso es la muerte, al final el fútbol es tan terrible como la vida, y yo necesito que no sea así de terrible.

-¿Cuando Independiente descendió te sentiste como Abelardo Tagliaferro, el personaje de "Motorola"?

-Sí, me acordé de él. No me tocó bajarme de un taxi y atarme una bandera al pescuezo como hace Tagliaferro, pero sí me tocó estar en la cancha y cantar por mi club, y la verdad es que me sentí emocionado de poder haber participado en eso. Creo que los hinchas de Independiente hicimos historia ese día, tanto como la hicimos cuando ganamos las copas Libertadores: es mucho más difícil ser digno cuando las cosas te van como el orto, y yo creo que fuimos dignos. Nos fuimos cantando, saltando y llorando. No aplaudíamos a los 11 burros que terminaron descendiendo, aplaudíamos una camiseta, un modo de entender el fútbol, una filosofía del juego y la memoria de una gloria. Eso no te lo saca el descenso. Espero que dentro de unos años se siga hablando del 15 de junio de 2013, cuando Independiente se fue cantando.

-¿Va a haber relato sobre eso?

-No sé, en general las cosas necesitan sedimentar, decantar mucho, para que se transformen en un relato. “Me van a tener que disculpar”, que habla sobre el gol de Maradona a los ingleses, lo escribí en 1996, diez años después. Igual, no sé si me voy a atrever a hablar del descenso en un cuento; me gusta apelar a otros equipos porque no me gusta cerrarme como una cosa sectaria de lo mío. Me gusta pensar que en el fondo lo importante no es de qué equipo sos hincha sino qué tipo de hincha sos.