Ya lo he dicho otras veces, pero se hace necesario decirlo una vez más: la defensoría de los lectores tiene competencia específica sobre los contenidos informativos de la diaria, y no sobre la eficacia o ineficacia de su distribución. Lo aclaro nuevamente porque la mayoría de los mensajes que me llegan a la casilla de correo de voz hacen referencia a cuestiones relativas a la llegada del diario (si llega o no llega todos los días, si el suscriptor quiere un cambio de día o de dirección, si lo dejan en el jardín o debajo de la puerta, si el envoltorio es o no es necesario), y no a asuntos relativos a lo que la diaria publica. Dicho esto, corresponde hacer otra aclaración de orden: los mensajes que recibo en la casilla de correo de voz deben decir cuál es el problema o a qué artículo se refiere. No es tan importante, en esos casos, la información personal del lector. Lo explico porque el tiempo disponible para grabar el mensaje no es mucho, y no vale la pena perderlo en datos que no son relevantes. Por último vuelvo a decir algo que dije al asumir esta función: no puedo devolver llamadas telefónicas para conversar sobre temas que no me son explicitados. Por todas estas razones insisto en que es preferible, para entrar en contacto con la defensoría, escribir a la casilla de correo electrónico o usar el sitio disponible en la página web de la diaria. Así se asegura una respuesta rápida y que permite dar y pedir aclaraciones cuando no es claro el problema que se plantea.

Ahora sí, despejados esos puntos, voy a referirme a una situación que encuentro preocupante: durante el último mes, la mayoría de los temas que los lectores me plantearon tuvieron que ver con asuntos que ya habían sido tratados en columnas anteriores. Es obvio que los lectores no tienen por qué haber leído todas las columnas que la defensora publicó a lo largo de un año y poco, y también que, aun habiéndolas leído, pueden no estar de acuerdo con lo que yo dije y volver a exigir atención sobre ciertos puntos. Lo que me preocupa de eso es que seguramente los lectores que sí las leyeron puedan cansarse de encontrar, una y otra vez, alusiones a los mismos temas (el humor, el respeto a ciertos temas sagrados, las palabras usadas para referirse a esto o aquello, las columnas de opinión, lo que dice un entrevistado, etcétera).

Por otra parte, el hecho de que siempre surjan los mismos asuntos indica que o bien los lectores no los relacionan (lo que dije una vez sobre un chiste puede no valer, a su criterio, para todos los chistes), o bien no nos ponemos de acuerdo en el tratamiento de ciertas cosas. Por ejemplo, a pocos días del 1º de mayo recibí el mensaje de un lector que se quejaba de que en las páginas de humor se hubiese hecho un chiste alusivo al sacrificio de los mártires de Chicago. No me sorprende tanto el hecho de que alguien piense que es de mal gusto un chiste, cuanto el hecho de que no perciba que lo que he dicho en anteriores oportunidades sobre el humor y lo sagrado vale tanto para la figura del Papa como para los próceres patrios, los presidentes extranjeros, los políticos vivos o muertos y los mártires de cualquier causa. Y lo que he dicho es que el humor es, por definición, irrespetuoso. Puede ser, además de irrespetuoso, malo. Puede no hacer reír a nadie. Puede ser considerado de mal gusto o inoportuno, pero no se puede pretender del humor que se rija por las reglas del respeto que rigen a los demás registros discursivos. Siempre hay perímetros infranqueables para algunas personas, pero éstos no son los mismos para todo el mundo, al menos en lo que respecta al humor. Por otra parte, leer siempre literalmente un chiste es negarle su potencial revulsivo: en el caso del chiste sobre el 1º de mayo, era posible leer una crítica a quienes olvidan el origen del festejo y dedican ese día a hacer un asado con los amigos. Y, considerando las circunstancias políticas actuales, esa crítica podía tener destinatarios específicos. Sin embargo, leer el chiste como una mera falta de respeto cierra toda posibilidad de entenderlo como una llamada de atención sobre los asados entre amigos de ese día.

Por último, quisiera hacer una observación sobre la cuestión Amodio Pérez, aunque ya me referí a eso en una columna anterior. En estos días, y poco antes de que El Observador difundiera la presunta fotografía de Amodio, las respuestas a las preguntas que le había hecho en público y los contenidos epistolares que los otros medios no habían dado a conocer, un lector me escribió para decirme, palabras más, palabras menos, que no le conformaba la explicación de la diaria sobre la autenticidad de las cartas y que, en última instancia, los lectores eran quienes debían decidir si creer o no, pero en conocimiento de todos los datos. No tuve tiempo de responderle: cuando iba a hacerlo ya había salido toda la información en El Observador y la cosa perdía interés (yo, igualmente, iba a insistir en que compartía la posición de la diaria en este caso). Sin embargo, el editorial del semanario Voces de la semana pasada me hizo pensar que debía volver sobre este asunto. Luego de felicitar a El Observador por la labor periodística que le permitió contactar al mismísimo Amodio y dar a conocer las famosas cartas, además de la opinión del tipo sobre diversos asuntos, el editorial de Voces recuerda una famosa frase de Horacio Verbitsky (aunque no lo nombra) que dice que es noticia todo aquello que alguien no quiere que se publique. Siempre me pareció infeliz la frase, dicha así, fuera de contexto y en formato de póster. Porque la verdad es que el periodismo (la frase de Verbitsky dice “periodismo” y no “noticia”) no sólo es más que eso, sino que debería ser otra cosa. Porque está lleno el mundo de cosas que alguien no quiere que se sepan por diversas razones: porque son irrelevantes, porque son impertinentes, porque son personales, porque son poco interesantes, porque causarían pánico o dolor, porque no agregarían nada a un mundo ya demasiado saturado de datos innecesarios. Periodismo, a mi entender, y en este caso, es tratar de descubrir a qué o a quién puede serle útil todo este circo alrededor de Amodio Pérez. Y no lo que Amodio Pérez, o alguien que dice ser Amodio Pérez, tenga para decir. Por eso sigo apoyando la decisión de la diaria respecto de las cartas, y espero que haya, en la redacción, quienes se estén haciendo esas preguntas y estén trabajando para encontrar las respuestas.