Cuando asumí como defensora de lectores de la diaria dije que aspiraba a no transformarme en una figura que tramitara burocráticamente las quejas de los que se arrimaran a su mostrador. Tenía la idea de configurar, entre los lectores, la diaria y la defensoría, un ámbito en el que se hiciera más tangible el modo en que circula la información. Un espacio en el que se pudiera, además de dar respuesta a las inquietudes de los lectores, pensar en las condiciones concretas en que se produce la noticia, en las herramientas que se usan, en las palabras que se eligen y las posibilidades que hay, o no hay, de problematizarlas. Muchas veces, creo, logré un intercambio verdaderamente rico con lectores insistentes e inteligentes, que plantearon sus discrepancias no sólo con la forma en que la diaria se había ocupado de éste o aquel asunto, sino con la respuesta que yo les había dado. Muchas veces las quejas de los lectores tuvieron como respuesta explicaciones o disculpas de los periodistas y editores, y otras tantas veces los lectores agradecieron la explicación y dejaron clara su intención de colaborar para que la diaria, el medio de prensa que habían elegido para informarse, fuera cada vez mejor. De todos esos intercambios, algunos se vieron reflejados en las columnas que se publicaron a lo largo de estos meses, pero muchos -posiblemente la mayoría- se resolvieron sin llegar a ser usados nunca como ejemplo, o sin ser mencionados públicamente. A todos los lectores que me escribieron, les respondí, siempre. Todas sus inquietudes llegaron a las personas responsables en la redacción de la diaria, y me atrevo a decir que la mayoría obtuvo respuesta, aunque no siempre haya sido la respuesta esperada. Y claro, muchos de los problemas denunciados una y otra vez no se pudieron solucionar definitivamente, y es posible que no se solucionen nunca, porque forman parte de los avatares de la redacción de cualquier medio de prensa.

Esta larga introducción, como habrán adivinado, significa que me estoy despidiendo. Después de algo más de un año de ejercer como defensora, tengo la impresión de que estamos en un punto de estancamiento, y de que la única forma de salir de esa situación es que otra persona tome la posta. Desde hace algunos meses veo que los asuntos se repiten, y mi hipótesis es que, de los lectores dispuestos a comunicarse (porque hay que saber que no todos los lectores, por críticos que sean, están dispuestos a comunicarse con la redacción, o a pedir que alguien salga en su defensa), muchos lo hicieron y ya no lo hacen. Esto puede deberse tanto a que sus inquietudes fueron satisfechas como a lo contrario: yo no fui un canal adecuado para que sus planteos fueran atendidos. Lo cierto es que, por hache o por be, estoy volviendo una y otra vez sobre los mismos asuntos: el humor y sus límites, las opiniones de los columnistas, los gustos de los editores y los críticos de cultura, las preferencias de los periodistas deportivos, la línea editorial que se trasluce en ciertos temas, la escasa difusión que se le da a eventos organizados por militantes políticos.

Creo que ya dije en demasiadas oportunidades que la diaria es una publicación privada hecha por personas que tienen sus propias convicciones y que asumieron un compromiso en torno al modo en que harían periodismo (ellos lo han explicado muchas veces, mucho mejor que yo), y no es, de ningún modo, aunque ése sea su eslogan publicitario, una publicación “de sus lectores” en el sentido en que es de cada uno su muro de Facebook o su cuenta de Twitter. En el mismo sentido dije, y vuelvo a decir, que defender a los lectores no es darles siempre la razón así como se le da, a priori y sin discutir, la razón a un cliente. Y en ese punto, precisamente, es que creo que radica el problema, porque parecería estar implícito en la expresión “defensor de lectores” algo del orden de lo beligerante (sólo es posible defender a alguien si es atacado) y algo del orden de la pertenencia (si es “de los lectores”, no debería ser “de la diaria”, pero hete aquí que la diaria le paga el sueldo). Por eso, en mi opinión, la mera existencia de una figura como la del defensor de lectores traza el camino de su final, al menos en un escenario como el que tenemos (tal vez distinta sería la cosa en un medio público, por ejemplo).

La mayoría de los lectores entiende rápidamente cuáles son los límites de la defensoría, pero una minoría insiste en reclamar que no se hace lugar a sus demandas personales. Algo que puede ir desde exigir disculpas por una viñeta de humor, o por no haber mencionado el aniversario de un equipo deportivo, o por haber hablado bien (o mal) de cierto escritor, o por no haber nombrado a tal o cual artista en una entrevista de dos páginas. Puedo entender que alguien se decepcione o se sienta dolido por cualquiera de estas situaciones, pero no puedo entender que pretenda que sus sentimientos deban traducirse en una reivindicación pública, y mucho menos que crea que si sus reclamos no son atendidos es porque quien debía defenderlo fue engañado, o comprado, o actúa movido por intereses espurios. Un riesgo inherente a la existencia de defensorías (de lo que sea: de lectores, de vecinos, de usuarios, de consumidores) es, me temo, el de facilitar la infantilización y la mezquindad. Propiciar la irrupción de conductas caprichosas y demandantes que se hacen oír sencillamente porque hay una oreja instalada para oírlas.

Pero claro, ésa puede ser una impresión mía, y nadie tiene por qué estar de acuerdo. Lo que sí es obvio es que ya no soy yo la persona más indicada para seguir en esta tarea. Decirlo no me hace mucha gracia, porque estos meses me pusieron en contacto con personas verdaderamente lúcidas; con lectores atentos y brillantes que plantearon sus objeciones con respeto y firmeza y con los que fue un placer y un orgullo intercambiar ideas. Y lo mismo tengo que decir de todas las personas de la diaria con las que me tocó a veces discutir y otras veces estar de acuerdo. Siempre recibí respuesta, siempre se me explicó lo que pregunté, siempre encontré voluntad de diálogo. Voy a extrañar mucho a algunos lectores, y también a varios de los que hacen la diaria (a muchos de los cuales apenas vi una vez, o ninguna). Me costó llegar a esta decisión, pero creo que es la mejor. Seguramente quien quede en mi lugar tendrá una perspectiva distinta y abrirá otro capítulo en esta historia, que se va escribiendo sobre la marcha porque no tiene antecedentes (al menos en Uruguay) ni cuenta con un manual de procedimiento.

Durante lo que queda de este mes seguiré recibiendo los mensajes de los lectores y dándoles curso como hasta ahora. De agosto en adelante, la diaria dirá cómo se sigue.

A todos los lectores que me escribieron, a todos los editores y periodistas que respondieron tantas veces como fue necesario: enormes, infinitas gracias.