La jarra con agua caliente llena los termos. Los que ya llevan un rato despiertos matean y estudian el cielo. Se dice que en Salto está lloviendo. Llega el fin de semana y no les vendría mal irse a sus casas.

Llevan cinco días en el lugar: llegan el lunes y se van el viernes; el día en la viña, la noche en la bodega. Cuando llega el último trabajador se reúnen para decidir qué hacer. No tienen esa costumbre, es algo que han ido aprendiendo, es algo reciente, porque la Cooperativa de Trabajadores de Vitivinicultores del Norte (Coptravinor), que formaron los trabajadores de Calvinor, tiene menos de dos meses. No es tan fácil tomar las decisiones entre todos; algunos no opinan, aún no se animan. Esto del cooperativismo no es de un día para otro, son pocos los que argumentan a favor de una decisión o de la otra.

Hay que podar y curar la viña antes de 15 días y están un poco atrasados, pero los recursos son pocos y no se puede malgastar el gasoil del ómnibus, por ejemplo, como para ir hasta el lugar de trabajo y tener que volver al rato por la lluvia. La decisión no es fácil pero se la juegan, la cooperativa se hace cargo de esa posible pérdida, el ómnibus se prende, se llenan los termos con el agua caliente, los trabajadores suben al viejo armatoste plateado y se van a la viña haciendo chistes.

La hora de los desafíos

Cooptravinor se fundó en junio. Sus integrantes son 18 trabajadores de Calvinor, esa bodega que a principios de la década del 80 se estableció para posicionar a los vinos uruguayos a nivel mundial, que en los 90 llegó a tener 37% del mercado interno, que fue un orgullo para el país y para Bella Unión. Es la misma unidad productiva que malas gestiones y varias desprolijidades terminaron por paralizar en diciembre de 2012, apretados por las enormes deudas con el Estado y con 
privados.

Actualmente están retomando los trabajos, son una cooperativa y aspiran a poder explotar 
la bodega y las viñas, solos o asociados con alguna otra empresa. 
No cobran su salario desde diciembre, se han mantenido gracias a los aportes del Instituto Nacional del Cooperativismo, la Federación de Obreros y Empleados 
de la Bebida, el Instituto Nacional de Vitivinicultura y la solidaridad de los vecinos de esta zona 
del norte del país. Están de lunes a viernes en la bodega y las 
viñas, tienen una pequeña huerta 
que los abastece y a veces los compañeros de la emblemática Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas les arriman algunas verduras para parar la olla.

Tienen lo mínimo para poder seguir, pero se aferran a eso, a pesar de las penurias económicas que viven sus familias. Saben que deben estar más juntos que nunca y por eso, a pesar de las pequeñas (y hasta lógicas) diferencias que puedan tener, entre todos se dividen las tareas, mantienen en condiciones las instalaciones y establecieron parejas para cocinar. Todos hacen algo, sin jerarquías pero con liderazgos claros.

Fóbal y tabaco

De tardecita llegan los trabajadores a la bodega, se pegan un baño reparador, se preparan los mates y mientras algunos se sientan en torno al fuego a cerrar la jornada, otros empiezan a cocinar. Las historias son muchas. Todos tienen la suya, algunos no tienen problema en ponerla en palabras, otros eligen contarla callando, sonriendo cada tanto cuando sale a la luz algún detalle gracioso de las historias que cuentan los demás.

Roberto es el enólogo. Hace 31 años que trabaja en Calvinor y cuenta las historias del equipo de fútbol de la bodega, de cómo después de trabajar todo el día en la vendimia se iban al atardecer a jugar un campeonato subidos todos en la zorra del tractor.

Roberto también cuenta la vez que jugó un tal Juan Castillo, que no estaba registrado en la planilla del campeonato y sus compañeros le pedían la pelota diciéndole Castillo sin querer, en lugar del nombre del que había faltado al compromiso.

Ruben cuenta el secreto para armar tabaco criollo, historias sobre unos chorizos caseros y chistes ya conocidos por todos. Es el hermano de Yany, fanático del fútbol, que siempre que puede se escucha un partido en la radio, juegue quien juegue, aunque ahora se enganchó con una telenovela que ve todas las noches en TV Globo. Sampayo es el payador, Viera anda medio enfermo y es muy fanático de Peñarol y de la selección brasileña. Dicen que Ciro es el mejor redoblantero del carnaval de Bella Unión; casi no habla pero tiene una risa para cada comentario gracioso, que entrega como un regalo o un agradecimiento.

Ella es María

María, la esposa de Yany, es la única mujer de la cooperativa. En 1990 vivía en Porto Alegre pero decidió volver. Su padre trabajaba en una chacra vecina a Calvinor, y gracias a ese contacto consiguió trabajo de limpieza en la planta. Con el tiempo fue dando una mano en diferentes secciones de la planta de Calvinor, y un día, al ver que se movía muy bien en el laboratorio, le ofrecieron que se incorporara.

María trabajaba todo el día y de noche estudiaba hasta las tres de la mañana; dio un examen y pasó a trabajar en el laboratorio de una de las bodegas más importantes de la época.

Siempre fue del Partido Comunista del Uruguay, pero un día pasó a trabajar políticamente en Asamblea Uruguay. En una reunión con delegados de todo el país, charlando con el líder de ese sector, Danilo Astori, sobre la complicada situación de Calvinor, y en aquel momento el actual vicepresidente le recomendó que los trabajadores formaran un sindicato; volvió con la idea y al poco tiempo, en 2006, se fundó el Socal (Sindicato de Obreros de Calvinor).

Inmediatamente la patronal comenzó a perseguir a la cúpula, que, por otra parte, en su mayoría estaba realizando pactos personales para beneficio propio con el Partido Colorado de Artigas. Cruces constantes, amenazas, pérdidas de derechos, y finalmente María es apartada del laboratorio y pasa a la sección cocina. No sabe cocinar, y los primeros platos le quedan mal. La Corporación Nacional para el Desarrollo, junto a la patronal, le ofrece despidos incentivados a toda la cúpula del sindicato. La única que no acepta es María, que cada vez que cuenta la historia cita a Artigas, por aquello de no venderse al bajo precio de la 
necesidad.

Cuando se termina de complicar la situación en Calvinor, María y Yany son los más golpeados, ya que en el resto de los casos, los sueldos de otros integrantes de la familia contribuían al sostén, mientras que su familia dependía exclusivamente de la bodega. Ahora la van llevando con la cría de cerdos, mientras esperan que la bodega comience a dar sus beneficios. María desconfía de todos, han sido muchos años de mentiras y atropellos. Ella ya no milita políticamente, no cree en la política, desconfía incluso del éxito inmediato de la cooperativa. María tiene miedo, pero eso no le impide trabajar todo el día en la huerta que abastecerá a la cooperativa de las verduras para las comidas que preparan a diario los trabajadores.

Sigue girando

Recorremos las instalaciones como quien pasea por los restos de un imperio. En cada rincón se respiran rastros de un pasado de esplendor: viviendas para trabajadores, una barbacoa con habitaciones donde se alojaban los gerentes cuando se quedaban en la bodega, un muellecito que entra al lago. En unos enormes galpones, la maquinaria y los tanques son monumentales. Seguramente el esplendor de las épocas de auge no es el mismo, pero los trabajadores lograron algo muy valioso; todo está mantenido, todo funciona.

A pesar de que no fraccionan vino desde diciembre del año pasado, y de que no hay dinero para hacer el mantenimiento correcto de la unidad, los cooperativistas han logrado, a fuerza de amar lo que hacen, mantener todo andando, como para empezar mañana mismo a recuperarse si es necesario. De hecho, han anunciado que si todo sale bien con las negociaciones que llevan adelante a nivel del Poder Ejecutivo podrían salir al mercado en un futuro no tan lejano, al punto de que ya cuentan con unos 200.000 litros de vino en reserva para cuando llegue ese momento.

Ése es el sueño, ése es el día con que cada trabajador que se integró a la cooperativa sueña desde que los hechos les hicieron ver que el camino era la autogestión, pero que ese camino era empinado y pedregoso. Y la pasión que han tenido para preservar las instalaciones y las viñas del abandono es la misma con la que nos acompañan en la recorrida. Son personas orgullosas de su trabajo, de lo que hacen, de su vino y de su bodega, de sus viñas y de su infraestructura. De ellos y de sus compañeros en el empeño diario.

Más vivos que nunca

También saben que pasará mucha agua bajo el puente y que la suerte se decidirá en los próximos meses, fundamentalmente en la reunión de acreedores del 10 de octubre, una instancia que consideran fundamental para su futuro. En esa reunión estarán también representantes de la Dirección Nacional del Trabajo del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, y de la negociación de las deudas que mantiene Calvinor desde hace años depende el futuro de la bodega y sus 
viñas.

En definitiva, y más allá de la letra fina o del resultado de esas complejas conversaciones, lo que queda definitivamente claro es que en que el kilómetro 3,500 de la ruta 30, a unos 28 de la siempre luchadora Bella Unión, en el departamento de Artigas, hay 18 trabajadores que no han bajado los brazos, que no se han achicado a pesar de décadas de manoseo y de ser siempre el último orejón del tarro, que saben lo que quieren y cómo lograrlo, que aman lo que hacen, que a pesar de todos los contras, están más felices que nunca, porque están más vivos que nunca.