”¿Y yo qué tengo que ver con eso?”, le respondió Juan Carlos Onetti a la propuesta de Omar Prego de hacer una biografía suya. “Hacé como yo. Inventá. Yo no te voy a desmentir”, concluyó Onetti. Era fines de 1984 y ambos compartían, además de la amistad, la escritura, el periodismo y el exilio. Finalmente, la muerte los terminó uniendo en un hecho fortuito: Omar Prego falleció a principios de este 2014, año en el que se cumplen dos décadas de la muerte de Onetti en el extranjero (1994).

Había nacido en el campo, en el departamento de Florida, pero de niño se instaló en Montevideo y nunca regresó. En 1952 se inició en las páginas literarias del semanario Marcha, donde compartió redacción -y amistad- con Carlos Quijano hasta 1956, cuando pasó a trabajar en El Diario como jefe de redacción. Debido al golpe de Estado militar de 1973 se exilió en París, junto con su esposa María Angélica Petit, con quien escribió varios libros. Durante su estadía en Francia trabajó en distintos medios, entre ellos Le Monde Diplomatique, la revista Amérique Latine y la agencia France-Presse (AFP). Su obra literaria incluye numerosos títulos, por ejemplo las novelas Último domicilio conocido (1990), Para sentencia (1994), Nunca segundas muertes (1995) y Delmira (1997), y los volúmenes de cuentos Los dientes del viento (1969), Sólo para exiliados (1987) y El sueño del justo (1999), entre otros. En 1986, la editorial independiente francesa Gallimard publicó una extensa entrevista que Prego mantuvo con Cortázar, editada luego en español con el título Julio Cortázar. La fascinación de las palabras.

Muchos recuerdan sus dos libros dedicados a la obra y vida de Onetti: Juan Carlos Onetti o la salvación por la escritura -con colaboración de María Angélica Petit, de 1981, y Juan Carlos Onetti, perfil de un solitario, de 1986. Estos libros expusieron un hombre distinto detrás de la máscara de escritor huraño y hosco que acompañó a Onetti a lo largo de los años. Lejos del tono solemne o académico, los trabajos de Prego muestran un Onetti tierno con los niños, por momentos alegre, ajeno al tipo gruñón o antisocial que exhibía ante los demás. La amistad con el escritor y el gran conocimiento de su obra posibilitaron que Prego devolviera, en su paulatina construcción, a un Onetti vivo. Aunque muchos años después llegó a decir: “Quienes conocimos a Onetti y llegamos a ser sus amigos hablamos de un hombre incurablemente solitario, poco sociable, de largos silencios, probablemente tímido. Pero a todos aquellos que creemos haberlo conocido bien nos consta que para él lo más importante, lo decisivo, era la literatura, esa imperiosa vocación y necesidad de crear un mundo de palabras, un mundo capaz de superponerse a ese otro que lo rodeaba y asfixiaba, un mundo donde, quizá, pudiera tropezarse con la felicidad o el amor” (“Onetti, el rebelde de la creación”).

Prego volvió al país en 1987, año en que se integró al elenco de la revista Zeta, y luego fue director de la editorial Trilce. Además, integró el consejo editorial de Cuadernos de Marcha en su tercera época, desde la refundación en 1985 hasta su desaparición en 2001. Entre las distinciones que recibió se encuentran el premio del concurso Juan Rulfo de París (en 1995) con el cuento “El día que me quieras”, y el Premio Nacional de Literatura uruguayo, que recibió en 2001.

El director nacional de Cultura, Hugo Achugar, lo recordó como un referente, “un novelista importante de nuestra literatura, y además un ensayista sobre obras que también fueron referencia, como las de Julio Cortázar y Onetti”, además de haber sido “un encanto de persona”. Forma parte de una generación “que lamentablemente se está yendo, y que ha sido muy activa”, concluyó.

En una entrevista realizada por Nelson Díaz para El País Cultural, a mediados de 2005, Prego dijo que los que estuvieron obligados a irse de Uruguay se preguntaron qué era más fiel, “si la memoria o la mirada”. Confesó que para él y Petit, que estuvieron casi 15 años en París, el verdadero Uruguay fue el que debieron abandonar, “ése que imaginábamos detenido en el tiempo, el que debimos ir recomponiendo poco a poco con los pedazos de la realidad que hallamos al volver, una realidad que nada o muy poco tenía que ver con la que sobrenadaba en el pantano de la memoria, cuyos cambios nos golpearon sin piedad”.