-¿Cómo comenzaste a hacer cuplés en una murga?

-Empecé porque no había otro que los hiciera. Siempre tuve debilidad por la figura del cupletero; me gustaba actuar porque había hecho teatro, y tenía cierta predilección por los roles cómicos. Además cantaba, así que interpretar un cuplé fue algo bastante lógico para mí.

-¿Qué significa para vos desempeñar ese rol?

-El cupletero, antes que nada -y más que técnica-, tiene intuición. Intuición para improvisar y estar atento a los cambios de público y de escenario. Por las características del repertorio y la modalidad itinerante del carnaval, el cupletero tiene que medir permanentemente el universo de público en cada tablado. Aunque el cuplé tiene un patrón que se repite, continuamente se hacen modificaciones al texto, fintas y cambios permanentes en cada presentación. El carnaval es muy largo para que se repita el mismo esquema. El cupletero es, además, el elemento que altera lo que el público está esperando del espectáculo de una murga. Introduce una variación en el desarrollo de la presentación, es el que mete la novedad, el que no debería estar pero aparece siempre molestando, el que va en contra del sentido común, el que pregunta, el que cuestiona, el que tiene un punto de vista diferente. Un cupletero o dos cupleteros siempre reformulan el punto de vista de la murga, obligan a desandar el camino y plantear siempre un cuestionamiento.

-¿Se está perdiendo ese componente?

-Es verdad que últimamente la figura del cupletero se ha desdibujado un poco en la murga, y eso de alguna manera desdibuja el espectáculo mismo. Yo creo que tiene que ver con el acceso a otro tipo de espectáculos, como las chirigotas andaluzas, que no hacen cuplé sino que proponen un planteo general y lo cantan como canción durante toda su presentación. También hay otro factor, que se daba mucho en murga joven, por ejemplo, y que va en contra de la figura del cupletero: es la resistencia al destaque, a generar una figura importante en el espectáculo, la resistencia al protagonismo. Eso de que nadie es más que nadie en la murga afecta indirectamente a la figura protagónica de un cupletero, que es el que siempre va al micrófono, el que mecha, el que tiene los piques que generan las risas. Las murgas que apostaron por este formato y que incluyen otro tipo de personajes, pero más cerca de los unipersonales y del stand up, perdieron la gracia del que actúa cantando, que es muy importante en un cuplé. Si se va perdiendo la figura del cupletero, en una época en que la profesionalización de las murgas va uniformizando los rubros, las murgas se empiezan a parecer mucho entre sí. El cuplé es un elemento que diferencia y brinda especificidad. Cuando la murga apuesta a un “cuplé colectivo” tiende a uniformizar también los movimientos, se pierde el caos, ese desorden natural que introduce la figura de un cupletero. Y todo queda demasiado ordenado. Las murgas que me gustan son las que tienen un cupletero en acción que desordena el espectáculo.

-¿Quiénes te parece que hacen eso en la actualidad?

-En este momento, te puedo decir que están Carlitos Prado [La Gran Siete], Claudio Rojo [Garufa] y tal vez muy pocos más, porque con los repertorios actuales, algunos cantan muy bien, como es el caso de Maxi Orta o Diego Bello, por ejemplo, pero muchas veces quedan confinados a roles excesivamente hablados.

-¿Cómo trabajás los personajes?

-Trato de hacerlo desde un lado muy racional, y desde que soy cupletero de Diablos Verdes, ningún rol ha sido igual. Me he fijado como meta personal no repetir un rol de un año para otro. Por ejemplo, Claudio Rojo -cupletero clásico-, haga lo que haga, sigue siendo Claudio Rojo; tiene características muy personales y siempre es él en cada actuación, es un estilo muy genuino y auténtico para un cupletero. Yo trato de trabajar más desde lo actoral, y eso me permite variar los estilos. El año pasado hice un personaje explosivo que tenía un grado de participación mayor, retomando el legado de Antimurga BCG, y que contrastaba con el que venía de hacer el año anterior, que usaba una máscara [de Guy Fawkes, como los integrantes de Anonymous], es decir que no podía usar los gestos de la cara para actuar y tenía que basar toda la composición del personaje en el movimiento del cuerpo y de los brazos, y en el canto. Este año, satirizando los hábitos consumistas de los uruguayos, estábamos pensando en hacer el personaje de Nicolás Maduro, que a mí me parecía que podía rendir bastante, pero Leonardo Preziosi, nuestro letrista, me dijo: “Te parecerá un disparate, pero te estoy imaginando como [Eleuterio Fernández] Huidobro”. Y me voló la cabeza. No me lo esperaba. Lo tuve que laburar desde el punto de vista actoral, desde el inicio. Era un personaje que no ha sido referenciado en carnaval; ese mismo día vi varias entrevistas de Huidobro y me atrajo el universo de este personaje, mucho más rico y folclórico que el de Mujica, aunque con menos visibilidad, y ya, a esta altura, por encima del bien y del mal. Me fijé en que tiene una forma muy pícara al hablar, dice mucho con la mirada, generalmente incluye referencias sexuales en sus declaraciones, siempre ironiza en forma mordaz. No es un personaje explosivo, usa bastón, su gestualidad es importante, y me di cuenta de que había que trabajar bastante su discurso. Leí su biografía y otros escritos sobre él hasta llegar a componer el personaje que estamos probando en los ensayos. El otro personaje que interpreto este año es en un cuplé sobre un profeta, un chatarrero consumista que incita al consumismo. Es malicioso al recordarle a la gente el doble discurso del uruguayo, que se queja de que no llega a fin de mes y aumenta su consumo en forma obscena. Montevideo es la ciudad que tiene más shopping centers per cápita, récord de venta de autos, compras en el exterior, celulares...

-¿Qué podés decir del espectáculo de Diablos Verdes de este año?

-Rescato que esta murga, de extracción clásica, abre su puerta a las nuevas formas de las murgas sin olvidar su raíz.