Palas, brochas, baldes, tablas, y hasta una escoba vieja que hace las veces de gran pincel. En la puerta, el cartel de Club de Pesca Piedra Lisa sigue intacto. Sin embargo, a unos metros, una nueva bandera con fondo blanco y letras verdes flamea: “Cooperativa estudiantil 14 de Agosto”. Aramís Ribero, Damián Pérez, Camilo Rojas, José Meneses y Maximiliano Forte son integrantes de la nueva cooperativa que formaron hace muy poco, cuando idearon el proyecto de gestión del club de pesca anhelando que se conviertiera en un punto gastronómico de referencia y un centro cultural. También está Diego, “un amigo que aporta sus manos solidarias”, comentan y se ríen. Además, colaboraron algunos padres en el acondicionamiento del espacio. Más tarde se arrimarán María Martínez, la única mujer de la cooperativa, y Diego Reyes, quien se encarga de la implementación del servicio.

Todos están parados afuera, al rayo del sol, que a las 14.00 pega duro y abruma. Como si eso no importara, trabajan en distintas tareas para reparar el local que recibieron con mucho deterioro en su aspecto y bastante sucio, según cuentan. Algunos pintan la entrada, otros acondicionan el terreno delantero que oficiará de estacionamiento.

La vista es inmejorable. El predio se encuentra en la rambla Playa Brava y Circunvalación Atlántida. Al costado derecho de la construcción tiene un quincho con una barra en el medio. Allí estarán servidas el sábado las primeras 25 mesas, aunque habría espacio para otras 40 que estarán esperando a un costado por la concurrencia de comensales. Atrás, un sector muy amplio que Diego muestra orgulloso desde la azotea, donde piensan hacer toques musicales y movidas culturales. Se trata de una ex cancha de paddle que refaccionaron para que hiciera las veces de escenario.

Pienso

Los jóvenes integrantes de la 
cooperativa son, en su mayoría, compañeros de estudio de distintas disciplinas del CERP de Atlántida. A mediados de 2013 se enteraron de que había un llamado del Municipio de Atlántida a proyectos para gestionar el lugar y empezaron a bajar a tierra alguna de las ideas que se les ocurrieron. “En la primera instancia del llamado se presentaron cinco proyectos y el Concejo Municipal votó el nuestro como el mejor para usar el lugar. Eso pasó a la Junta Departamental y ahí se decidió que se realizara un llamado a licitación. Nos presentamos otra vez, competimos con otros proyectos más y ganamos. En ese momento, en setiembre, éramos un grupo de 30 personas. Después fuimos quedando menos. Hoy somos 12”, cuenta Diego.

La idea la empezaron a desarrollar luego de varias reuniones en agosto. Ahí surge la necesidad de constituirse en cooperativa y un mes más tarde dieron forma a la idea de trabajo.

En el proyecto inicial estaba pensada una inversión de 20.000 dólares para la infraestructura. Sin embargo, los integrantes de la cooperativa dejan claro que la inversión más fuerte es la de la fuerza de trabajo de sus integrantes. Por ahora, el colectivo ha invertido 8.000 dólares en compra de materiales de obra, “más la fuerza de trabajo”, aclara Diego. “Desde el 18 de diciembre, que fue cuando nos entregaron la llave, estamos a tiempo completo en la obra, estableciendo ocho horas mínimas de trabajo por cooperativista. Para algunos es la primera experiencia laboral. Y si todo va bien, estaremos hasta junio de 2015”.

Consultados por el desarrollo del plan, cuentan: “Al principio desde el Municipio nos vincularon con Desarrollo Cooperativo de Canelones y luego con la Federación de Cooperativas de Producción. Nos ayudó el Instituto Nacional de Cooperativismo, también. Entramos en un programa de Microfinanzas de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto que nos hizo un estudio de viabilidad del proyecto. Ese respaldo nos ayudó mucho porque ninguno de nosotros estuvo a cargo de una empresa antes. Ellos nos ayudan a hacer esto e hicimos un plan de negocios que fue cambiando en la marcha”, explica Diego. “Para conformarnos como cooperativa teníamos que pagar 14.000 pesos que no teníamos, entonces hicimos unas actividades solidarias en la zona. Hicimos una buseca para recaudar dinero y logramos cubrir todo el presupuesto de la parte jurídica. Hicimos bonos colaboración y rifas. Los profesores y funcionarios del CERP nos han apoyado mucho”, cuenta Diego.

Para la implementación del proyecto visitaron Envidrio y otras cooperativas con el interés de aprender sobre la autogestión. “Ser cooperativista y joven a veces choca en la zona porque es muy elitista. El servicio gastronómico de Atlántida no es variado. Los trabajadores de la zafra saben que no es fácil hacer su sueldo en temporada. No hay reconocimiento de derechos que ya están adquiridos. El único sindicato de referencia es el de peones asalariados rurales y Fenapes y el del Disco, pero son también todos chiquilines. Por eso queremos que se referencie el lugar como de encuentro del movimiento sindical”, explica Diego.

La particularidad de la zona es que la población permanente no es numerosa. Además, los integrantes de la cooperativa viven en su mayoría del lado norte de Atlántida. Sin embargo, reconocen que los vecinos han recibido con agrado su desembarco en el lugar. “Todos los vecinos nos preguntaban si íbamos a abrir un baile”, comentan y se ríen, “pero cuando les contamos que abrimos un proyecto gastonómico y cultural les pareció buena idea”. Diego cuenta que uno de los vecinos les escribió un poema y que otros se acercan a diario para corroborar el avance de las obras y dar un poco de aliento para lo que resta.

La obra

Diego, que tiene 24 años, vive en Villa Argentina, es estudiante de tercer año de profesorado de Física y da clases en el Liceo Nº 1 de Pando, Canelones. En su época de “bailes” frecuentaba Piedra Lisa. Ahora es el vocero reconocido por la cooperativa para explicar los datos precisos del emprendimiento. El local del club de pesca está dividido en dos por decisión del colectivo. La primera zona, que involucra al quincho, abrirá el sábado y la segunda, que integra la parte cerrada del local con barra, baños y un salón, será acondicionada en febrero para ser inaugurada en invierno.

El lugar es grande, tiene mesas amontonadas y sillas de aluminio y plástico en un rincón. En el opuesto, se ven varios waters y baldosas de porcelana apilados contra la pared. Alguien grita desde el fondo: “¡A la cocina no se puede entrar!”. “Acabamos de terminar el piso y no se puede pisar. Hicimos un horno de barro, también”, comenta Diego en la recorrida que sigue por la azotea para que la vista pueda ser apreciada.

Desde el techo, cuenta que “la idea central es crear una empresa gestionada por los trabajadores y generar puestos de trabajo. Somos 12 y cuando arranquemos vamos a ser 14. Hay parejas de los cooperativistas que van a estar en la cocina. Si nos va bien y hay que completar los turnos vamos a contratar más personas. Ya tenemos lista de espera de quienes quieren ser cooperativistas”. En el proyecto inicial, cuenta, acordamos que íbamos a crear 35 puestos de trabajo para esta temporada, pero como nos entregaron tarde las llaves algunos aspirantes a cooperativistas se bajaron del proyecto. La idea era generar un centro cultural y social que funcione más allá de la temporada. En la zona no hay un lugar de referencia así”, dice Diego. Ya piensan, con el resto del grupo, brindar un espacio para que ensaye la murga a la que pertenecen (Jodete pa’ qué viniste), a la que debieron abandonar porque no les daba el tiempo para meter ensayo y trabajo.

Haber mantenido el nombre del lugar tiene que ver con su antigua referencia con la zona y la pesca. “Si bien este sector no es bajada para la playa, queremos mantener el vínculo con los pescadores que pasan por acá. Ellos ya están usando los baños de afuera que hicimos a nuevo”, cuenta Diego.

Dos cartas

El servicio gastronómico permanecerá abierto desde las 10.00 a las 2.00 en primera instancia. Luego se pensará en extender el horario si es que el movimiento lo amerita. “Los precios serán populares. Vamos a apuntar a varios públicos. La carta es amplia porque une diversos gustos y posibilidades. Trabajaremos la marisquería con la mercadería de El Italiano que está en el Puerto del Buceo en Montevideo. Ellos trabajan un sistema de congelados y vamos a tener buen precio en mariscos y miniaturas de pescado. En la zona te cobran 280 pesos por un plato de rabas y nosotros lo vamos a poder vender a 160”, cuenta Diego. A esto se suma el convenio con la Red de Productores Familiares de la Estación Atlántida a la que le comprarán la verdura y la fruta que, aunque reconocen que es más cara que el resto, pagarán la calidad de los productos. También aspiran a tramitar el certificado de Slow Food por los platos que tengan en la carta y contengan productos orgánicos.

Los sueldos de los trabajadores de la cooperativa van a ser los estipulados en el Consejo de Salarios para cada tarea y todo el dinero restante que se recaude será destinado a la cooperativa para invertir en futuros proyectos. “Vamos a afiliarnos en el sindicato del ramo”, dice Diego.

Con el Molino Santa Rosa trabajarán la harina. “Nos dieron un crédito para arrancar a producir. Es tremenda ayuda porque no tenemos capital”. “A los compañeros de la Cooperativa de Trabajadores Cerámicos de Empalme Olmos les escribimos una carta y nos donaron la cerámica de la cocina, un par de waters y les compramos toda la vajilla que vamos a usar”, cuenta. La única mujer integrante de la cooperativa, María, tiene 22 años, vive en Solymar y estudia Relaciones Laborales en la Universidad de la República. Tiene experiencia de trabajo en tiendas de venta de ropa. En Piedra Lisa ocupará un lugar en la cocina, puesto que la entusiasma y que cree que desempeñará con total soltura ya que hace un tiempo hacía comida para vender. Se enganchó en el proyecto colaborando en la parte contable. Entre los ajustes de detalles para el momento de abrir se encuentra la vestimenta de los trabajadores. “Los mozos van a estar con remera con cuello de color claro, bermuda negra y seguramente crocs en los pies”, cuenta María, entusiasmada con la idea.

“Abrimos en un mal período del año”, sin embargo reconocen que “los fines de semana, Atlántida explota”.

Buenos precios, una atención de calidad y una propuesta distinta a la que se puede encontrar en la zona es el potencial que intentan transmitir e instalar los jóvenes.