Joe Sacco es un dibujante de cómics que no dibuja; un bicho raro en un medio dominado por la fantasía, el mayor exponente de una vertiente cuyos autores han sido pocos: la historieta periodística. Nacido en Malta en 1960 pero rápidamente nacionalizado estadounidense, es reconocido en todo el mundo como un gran periodista y autor integral de historietas al mismo tiempo, y estuvo en Buenos Aires para el festival Comicópolis y para el FILBA, lo que muestra cómo su obra ha trascendido géneros. En el primero ofreció una conferencia junto al historietista franco-canadiense Guy Delisle, autor de novelas gráficas en las que la autobiografía se cruza con la crónica y el periodismo de forma tan encantadora como rigurosa. Sacco es dibujante pero no dibuja durante su trabajo periodístico. Sólo lo hace mucho tiempo después, en la soledad de su casa, cuando ya tiene los textos completos, porque por sobre todas las cosas, se define como periodista. “Me interesaba conocer el mundo, viajar y ver las cosas por mí mismo”, explicó. “Quería escribir los cómics que yo leería. Por más que me gustaban las historietas under, me parecían algo frívolas. Quería relatar lo que ocurría en el mundo desde una perspectiva adulta, por eso decidí viajar y contar mi propia experiencia”.

Delisle, cronista del cómic

“Conocí el trabajo de Sacco antes de empezar a hacer mis historietas. Era una de mis principales referencias”, reconoció Guy Delisle (Quebec, 1966) durante la conferencia que compartió con el estadounidense. Tienen muchos puntos en común en lo que hacen, ya que las historietas de Delisle también recorren realidades muy distintas a través del punto de vista de la gente de a pie, y en ellas el autor es un personaje más. De todos modos, el franco-canadiense se define como un observador y no como un periodista. Al igual que Sacco, le dedicó un libro a la vida cotidiana en Israel, fruto de un año de estadía. Y del mismo modo que Sacco, es un dibujante que no dibuja sino hasta mucho tiempo después de haber tomado sus apuntes.

Delisle trabajaba como animador, y en los 90 se le encargó dirigir un estudio en la ciudad de Shenzhen, en China. No se planteaba dedicarse a la historieta, aunque hacía algunas para revistas francesas. El choque cultural fue tan grande, que tomó notas sobre su vida cotidiana durante su estadía y al regreso hizo el libro Shenzhen, en el que cuenta el día a día con un estilo de caricatura extremadamente sencillo. “Si hoy volviera a hacer ese libro, hablaría más sobre política”, reflexionó.

Es que con el tiempo, su trabajo y el de su esposa lo llevaron a vivir en destinos donde la política y la religión afectaban todo en la vida cotidiana: Corea del Norte, Etiopía, Europa del Este e Israel. A raíz de Corea del Norte, donde trabajó en un estudio de animación durante dos meses en 2001, hizo el álbum Pyongyang, con el que se catapultó como autor de cómics en todo el mundo. Hasta ese momento no consideraba dedicarse a la historieta y pensaba seriamente en hacer carrera en los videojuegos. Luego vino Crónicas birmanas y, más recientemente, Jerusalén. Sus dos últimos libros, disponibles en español, son de humor autobiográfico y se llaman Guía del mal padre.

Su obra lo llevó a recorrer el mundo, aunque se enfocó en dos zonas particularmente conflictivas, la ex Yugoslavia y Palestina. Había estudiado periodismo durante los 80, al mismo tiempo que dibujaba historietas para fanzines y publicaciones de corta circulación, inspirado por popes como Art Spiegelman (autor de Maus, el único cómic que ganó un premio Pulitzer) y Robert Crumb. Durante esa década, dos sentimientos chocaron en lo que hacía; por un lado, se sentía frustrado porque el periodismo no le daba lo que buscaba; por otro, no sentía que las historietas que escribía y dibujaba pudieran ser un medio de vida. El cómic de superhéroes vivía una fuerte evolución en ese tiempo, gracias a la aparición de autores que le dieron una nueva dimensión adulta y literaria. Pero ese contexto no le daba a Sacco las respuestas que buscaba.

“Siempre fui una persona politizada, me considero de centro-izquierda”, contó. “Y con todo, crecí con la idea de que los palestinos eran terroristas. Era una visión nacida de lo que veía en las noticias, del llamado periodismo objetivo. En 1982 cambié mi punto de vista a partir de las masacres de Sabra y Shatila en Palestina. A partir de ahí, como persona politizada, me propuse que en algún momento quería ir y escuchar lo que ellos mismos tenían para decir. Me llevó años educarme en este cambio de mirada. En Estados Unidos es difícil escuchar estas voces palestinas, aunque ahora se escuchan un poco más”. Le llevó más de nueve años concretar la idea. Mientras, siguió trabajando en publicaciones del under, como autor o editor, y también como periodista y profesor de matemáticas. El dinero apenas alcanzaba para llegar a fin de mes y muchas veces ni siquiera para eso, pero la inquietud se movía por detrás, hasta que en 1991 logró llegar a Cisjordania y la Franja de Gaza, cargando su grabador, cámara de fotos y libreta de apuntes.

Sacco llegó a Israel a través de Egipto, cruzando la frontera en un ómnibus de pasajeros común y corriente, alejado de cualquier periodista. Dedicó semanas y meses a recorrer los territorios, conocer mucha gente por el camino y recoger todos los testimonios posibles. El libro Palestina es el resultado de esto, contado en primera persona, alternando el mejor periodismo con la historieta under de dibujos no necesariamente bellos pero elaborados. La edición de tapa dura publicada en 2001 lleva un elogioso prólogo del ensayista Edward Said, autor de Orientalismo, y tiene grandes reconocimientos y distinciones. Pero en el principio no fue así.

Palestina se publicó en nueve revistas independientes desde 1993. Cada una vendía menos que la anterior y la última no llegó a vender 2.000 ejemplares, lo que para Estados Unidos es un fracaso absoluto”, contó. Durante los 90 sus reportajes en historieta salieron en tres libros de venta ínfima. Sacco tuvo que 
desempeñarse en cualquier trabajo e incluso vender sus dibujos originales para pagar el alquiler y juntar dinero para su siguiente destino: la ex Yugoslavia.

“Y con todo, cuando viajé a Bosnia, me quedé en hostels y en casa de gente que conocía, lo que es perfecto, porque para conocer la realidad uno no quiere quedarse en el hotel donde se alojan los otros periodistas. El problema es que ya tenía 40 y a esa edad no querés moverte igual que a los 20, no querés seguir durmiendo en el piso”. El resultado fue Gorazde: zona protegida, un descarnado recorrido por la guerra en Bosnia oriental a través del testimonio de las víctimas civiles con las que convivió durante meses. El dibujo, acá, pegaría un nuevo salto de calidad y un grado de elaboración y detalle casi fotográfico. El texto también mostró una evolución enorme, gracias al vuelo que le dio a la estructura de su relato y al uso de los testimonios.

“Cuando empecé el trabajo de periodista mi dibujo era más de caricatura, pero me di cuenta de que para lo que pretendía debía hacer un dibujo más realista. Me esforcé, aunque nunca fue exactamente natural. No creo que dibujar periodismo sea divertido, pero es la forma en que debo hacerlo para que el lector no sienta que lo que cuento es una situación de caricatura”.

El mundo, sin embargo, seguía sin prestarle demasiada atención y las cuentas se acumulaban en la puerta. “Por eso estuve a punto de abandonar el trabajo en las historietas. Hasta que de pronto el The New York Time reseñó uno de mis libros y eso provocó más reseñas buenas”. La crítica cambió radicalmente la situación, y en menos de un año sus libros se reimprimían en tapa dura y se hablaba de su obra en todo el mundo. Sacco no se hizo millonario, pero logró ubicarse como un autor que les podía vender sus proyectos a las revistas de su país. La suerte fue desigual. Harper’s Magazine, por ejemplo, le financió una vuelta a Gaza en 2001, pero luego se arrepintió y no publicó su trabajo completo. Otros medios le dieron mejor acogida. Durante la siguiente década siguió viajando, de Irak a la India y de vuelta a los territorios que tanto lo habían obsesionado durante los 90. La guerra, y en particular sus víctimas, se convirtieron en sus grandes temas, siempre registrados por su libreta de apuntes y su cámara de fotos. Nunca dibujados en el momento.

Hay algo en esos temas que le atrae más que nada y lo llevó a especializarse. “El nacionalismo me interesa mucho”, explicó. “Fue en Bosnia que me di cuenta de lo fácil que es dividir a la gente mediante el nacionalismo y la religión. Es algo que me horroriza muchísimo. Aprendí que cuando a la gente se la oprime, muchas veces se la empuja al nacionalismo. Si uno es de una etnia oprimida, se puede inclinar hacia ese lado”. La mayoría de los dibujantes de historieta dibujan en todo momento, como un impulso y un disfrute que no pueden reprimir. Sacco elige no hacerlo cuando recaba testimonios para no perder detalles, y sólo dibuja en sitios específicos en los que le prohíben sacar fotos. “Trabajo como un periodista gráfico común. Lo único distinto que hago es que formulo preguntas visuales; pido que me describan cuánta gente estaba ahí, cómo vestían, cómo era el lugar, etcétera. Luego hago el guion, cosa que puede llevar seis semanas o seis meses, nunca sé cuánto. Y después me pongo a dibujar hasta que esté terminado, y completo unas dos páginas por semana”. Gorazde… tiene 227 páginas, Palestina tiene 285, Reportajes tiene 194 y Notas al pie de Gaza tiene 418. Ésos son sólo algunos de sus libros.

Aunque se especializó en los conflictos bélicos, en su obra también hay crónicas de rock and roll e investigaciones históricas. Ahora trabaja en un cómic sobre los Rolling Stones y, entre otras cosas, en una investigación sobre lo que ocurre en comunidades indígenas cuando son alcanzadas por el capitalismo. El mundo del cómic ha cambiado desde 1982, aunque sigue siendo dominado por la fantasía (bastante más adulta y variada que antes, es cierto). Los hombres que retrata Sacco en sus historietas cambian, pero sus historias siguen las mismas líneas: palabras duras recogidas en el lugar de los hechos y víctimas reivindicadas por medio de la tinta.