Pabellón C, Psicogeriatría

Valentín entra y saluda; los veteranos se acercan para formar una ronda. Son unos 15. Algunos caminan y otros están en silla de ruedas. Es un comedor grande, hay globos colgados en la pared y cuadros con fotos. El taller arranca con una versión de “Vieja viola”, que rápidamente los entusiasma. “Andando mal y sin vento / todo, todo se acabó. / Hoy sólo queda el recuerdo de pasadas alegrías / pero estás vos, viola mía / hasta que me vaya yo”, cantan a coro. Cuando terminaba la canción entró a la pieza el Zorrito, que llegó tarde porque estaba en un taller de teatro. Está disfrazado de El Zorro y lleva una radio colgada del cuello. Quiere la canción “de la rubia”, que había escuchado en el taller la semana anterior. Se trata de “La pulpera de Santa Lucía”, un vals de Ignacio Corsini de la década del 30, que en una parte dice: “¿Dónde estás con tus ojos celestes? / oh, pulpera que no fuiste mía. / ¡Cómo lloran por ti las guitarras / las guitarras de Santa Lucía!”. La pieza termina con aplausos y una señora comenta: “¡Qué coro tenemos!”. Después piden alguna canción futbolera. Un hombre comenta que jugó de cinco, pero no termina de entenderse en qué cuadro. Empieza a sonar “Gloriosa celeste”, el tema de Washington Canario Luna, y casi todos se la saben de memoria. Fue, por lejos, la más aplaudida. “¿Qué quieren escuchar?”, pregunta después Valentín. “Una de Pichuco”, le responde una señora, desde el fondo. Y arranca el coro: “Malevo, te olvidaste en los boliches / los anhelos de tu vieja. / Malevo, se agrandaron tus hazañas / con las copas de ginebra. / Por ella, tan sólo por ella / dejaste una huella de amargo rencor. / Malevo, ¡qué triste! / Jugaste y perdiste tan sólo por ella / que nunca volvió”. Un éxito. Le piden otra de Aníbal Troilo y minutos después todos cantan: “No te quejes, bandoneón / que esta noche toco yo. / Pa’ que bailen los muchachos / hoy te toco, bandoneón. / La vida es una milonga”. La canción -“Pa’ que bailen los muchachos” es su nombre- los entusiasma. “Algo para bailotear un poco”, pide otra mujer, y enseguida comienza a sonar “Baile de los morenos”. Es la que dice: “Ya los negros se alborotan, / el candombe comenzó, / con las lonjas destempladas / ya talla el corazón. / Quiebra el negro sus caderas / al compás del milongón. Tu-cu-tu-cu-tum-bam-ba / tu-cu-tu-cu-tum-bam-ba”. El auditorio se alborota con la canción de Romeo Gavioli. Los pies se mueven más allá de las sillas de ruedas. Un señor promete que para el próximo taller le va a pedir el acordeón a sus familiares. Y otra vez, una cosa lleva a la otra, y cantan “De cojinillo”, un tema con letra de Ruben Lena: “Cuando suena el acordeón en lo’e Cachango / es asunto delicao, / jiede vino hasta con la boca cerrada / y anda de ojos revoleaos”. Se forman parejas, algunas bailan y al final todos aplauden. Son las 15.00, hora de despedirse y cambiar de pabellón. “¿A dónde van ahora, Valentín?”, pregunta uno. El músico le dice que vamos al B y el curioso replica: “Ah, se van con los más viejitos”.

Pabellón B, Semiválidos

Están divididos: las mujeres en el piso de arriba y los hombres en el de abajo. Valentín entra al pasillo y empieza a conversar con un grupo de señoras, unas diez. En la mesa tienen mate, galletas y botellas de agua. Casi todas miran revistas, menos una. Nilda es de Cardona y vino a Montevideo en 1952. Tiene un cuaderno escrito a mano, porque está aprendiendo las tablas. “Cuatro por nueve, 36; ocho por ocho, 64; nueve por ocho, 72”, repite, sin errores. “Cardona está en dos departamentos. De un lado de la calle es Colonia, del otro lado es Soriano. Ahí nació Víctor Hugo [Morales]”, comenta. En este taller el repertorio cambia. Menos tango, más canto popular. Empiezan a entonar “A Don José” -también de Ruben Lena- y parecen emocionadas. Lo mismo pasa con “Chiquillada”, de José Carbajal, el Sabalero. “Dice el abuelo que los días de brisa / los ángeles chiquitos se vienen desde el sol / y bailotean prendido’ a las cometas / flores del primer cielo, caña y papel color”, cantan. En otra parte dice: “Lindo haberlo vivido / pa’ poderlo cantar”. Una señora le pide al músico “una de izquierda” y obtiene dos de Alfredo Zitarrosa. “No hay más huella, canejo, / que la de Artigas / y jugate el pellejo cuando la sigas”, canta la señora, sin titubear.

*Pabellón A, Alta dependencia y cuidados paliativos *

Son unos 20 pacientes, todos en sillas de ruedas. Algunas de éstas llevan detrás la inscripción “Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”, probablemente para identificar quién las donó. En este pabellón hay más enfermeros y es un lugar más silencioso; apenas se escucha un televisor a lo lejos, en las piezas. El taller arranca con la milonga “Baldosa floja”, de Argentino Ledesma: “Igual que baldosa floja / salpico si alguien me pone el pie. / No sé querer, mi amor se fue. / Yo iré bailando / mientras las tabas / me den con qué”. Suenan los primeros aplausos. Algunos empiezan a despertarse de la siesta. El primero que pide una canción es Tito, que quiere escuchar “Patotero sentimental”, alguna vez interpretada por Carlos Gardel. Un fragmento de la letra dice: “Patotero, / rey del bailongo,/ patotero / sentimental, / escondes bajo tu risa / muchas ganas de llorar. / Ya los años / se van pasando / y en mi pecho no entra un querer, en mi vida tuve muchas, muchas minas / pero nunca una mujer”. Más aplausos, aparecen los primeros pedidos de “algo para bailar”. Valentín los complace con “Candombe para Gardel”, de Ruben Rada, y “Tamboriles”, de Romeo Gavioli. Después una señora pide “algún tanguito, para bajar la pelota al piso”, y se escucha “Volver” (“que 20 años no es nada, / que febril la mirada / errante en las sombras / te busca y te nombra”). La guitarreada continúa en una habitación, a pocos metros del comedor. Hay cinco veteranos en camilla, con problemas de salud más complicados que el resto. El repertorio arranca con “As de cartón”, de Luis Sosa. “Y el que contaba sus hazañas entre infelices / de reñidas peleas que dominó / murmurando entre dientes refunfunea: / no habemos más guapos, viejo. / Qué le vas a hacer, todo acabó”, canta Valentín. Roberto pide un vals y lo complacen con “La pulpera de Santa Lucía”. Otro señor, que hasta ese momento parecía dormido, empieza a cantar, casi con balbuceos, desde su camilla. Tose, intenta entonar de nuevo pero le gana la tos.

Pabellón D, Demenciados

En este taller hay unas 30 personas, unas pocas en sillas de ruedas. Toman mate, caminan, se acercan a la puerta y miran afuera. “Qué alegría vamos a tener ahora, cambia todo por un ratito”, dice una mujer, mientras el resto empieza a formar una ronda alrededor del músico. Comienza la guitarreada, con temas a pedido. La mexicana “Cielito lindo” (la de “canta y no llores”); “Alma, corazón y vida”, de Soledad Pastorutti, y “Siga el baile”, de Alberto Castillo. El siguiente pedido fue futbolero y terminó con todos cantando “Uruguayos, uruguayos, garra y calidad”. En medio de la canción se escuchó un fuerte chiflido: “Acá hay estadio”, grita una señora. Un veterano entró al salón con un ejemplar del Martín Fierro pero fue de memoria que recitó unos versos, acompañado por la guitarra. Después se le sumó Josefa y cantaron juntos “Los ejes de mi carreta”. “Es demasiado aburrido / seguir y seguir la huella. [...] No necesito silencio, / yo no tengo en quién pensar. Tenía, pero hace tiempo, / ahora ya no tengo más”, dice ese texto, de Atahualpa Yupanqui. Fin de la pieza, aplausos y alguien pide “una que sepamos todos”. El músico empezó a cantar “Sentados al cordón de la vereda”, de el Sabalero, y se armó baile, entre pacientes, enfermeras y asistentes sociales. El final del taller en el pabellón D fue tanguero. Primero sonó “Milonga sentimental”, de Sebastián Piana y Homero Manzi (“Milonga para recordarte, / milonga sentimental / otros se quejan llorando / yo canto pa’ no llorar”). Después, ya casi al final, cantaron “Por una cabeza”, también gardeliana: “Por una cabeza / si ella me olvida, / qué importa perderme / mil veces la vida, para qué vivir [...]. Basta de carreras, / se acabó la timba, / un final reñido / yo no vuelvo a ver. / Pero si algún pingo / llega a ser fija el domingo / yo me juego entero. / 
Qué le voy a hacer”.