La sensibilidad que despierta la elección lleva a reacciones de todo tipo, emociones, apuros, rumores e indignaciones poco reflexivas. Como pensar que Cifra o Equipos querían que el Frente Amplio (FA) perdiera y por eso dieron tales resultados. Ir por ese camino sería como si un reaccionario le hubiera gritado a la tele “¡Estás en contra de nosotros, Sordo!”, cuando Luis Eduardo González anunció equivocadamente, hace cinco años, un resultado positivo para la anulación de la Ley de Caducidad (algo que lo llevó a pedir sentidamente disculpas, por involucrar un tema de derechos humanos).

Recuerdo esto para bajar un cambio, con el objetivo de analizar su trabajo y cómo éste es difundido y recepcionado por ciertas audiencias. No conozco a ningún encuestador ni trabajo cerca de la movida, sólo creo que intentan hacer bien su trabajo (el prestigio profesional es clave para estas empresas), pero entiendo que el contexto en que se han metido los ha ubicado en un sitial exagerado, de lo cual todos (o buena parte de la ciudadanía) somos responsables. Reforzamos la idea de que tienen “la verdad” esperando sus datos para pronosticar, saber y festejar cómo saldrá el partido, casi como si se tratase de los sacerdotes del oráculo de Delfos.

Sus análisis, que no son neutros, generan expectativas o microclimas. Pero las encuestas no dejan de ser muestreos probabilísticos incompletos, con márgenes de error que en elecciones reñidas pueden ser definitorios. Sin embargo, parece que si no lo dicen González u Óscar Bottinelli, la realidad política no se mueve.

Dos semanas antes de las elecciones, Daniel Chasquetti publicó una columna en Montevideo Portal donde advertía sobre las diferencias en cuanto a calidad de información y posibles sorpresas que se verían en la elección. Desconfiado de la idea dominante sobre una campaña “planchada”, comparaba números de las diferentes empresas y advertía sobre dos escenarios posibles: una convergencia estadística hacia el final o una sorpresa que pondría en cuestión parte del rol social de la Ciencia Política. También Chasquetti, junto con Rafael Piñeiro en No toquen nada, advertía acerca de la ausencia de teoría electoral, es decir, sobre la necesidad de poner en la balanza otros factores que explican el comportamiento en las urnas, tales como la inflación, el salario, el empleo, la aprobación del gobierno o el nivel de aceptación de los líderes.

Análisis de ese tipo, agudos en la búsqueda de los mecanismos de muestreo, criteriosos en lo comparativo y alejados de las luces amarillas de quien quiere salir con una primicia, no se replicaron con frecuencia. En parte, porque resulta menos entretenido alguien que te diga que no es claro lo que dan las encuestas, también porque vende menos, pero además porque muchos de los receptores querían que les dijeran sin lugar a dudas si ganábamos o perdíamos la mayoría parlamentaria o lo que fuera. O si la mentada renovación (también lúcidamente cuestionada en la diaria por Gabriel Delacoste) y la inseguridad eran los temas de la gente, confundiéndose con los temas de la agenda.

Y por este último lado creo que la sordera fue mayor en determinados entornos. En diferentes reuniones, pasillos educativos, trastiendas mediáticas y redes sociales y militantes percibí un encantamiento con la situación de “paridad extrema”. “Esta vez sí que puede perder el FA”; “Ellos renovaron y nosotros no”. Aunque eso se daba de bruces con algunos datos también estadísticos pero menos mediáticos: la alta valoración del gobierno, la popularidad de Pepe y de Tabaré, las políticas sociales y el crecimiento económico. Para colmo, el mismo líder del FA comentaba a cada rato que lo del interior era impresionante, mucho mayor que en 2004, y Pepe Mujica se atrevió a vaticinar que las elecciones serían muy similares a las de 2009…

Los resultados están a la vista. La evolución del FA en el interior, hasta acorralar territorialmente los bastiones blancos, parece clave en la última década. Y es probable que tanto los muestreos de las consultoras como la percepción política “ilustrada” de clase media (que muchas veces asocia los barrios del oeste montevideano con el interior por desconocimiento) no hayan sabido captar que “la positiva” sólo podía movilizar a los propios blanco-herreristas y a ciertos colorados desencantados con Pedro Bordaberry. Mientras que las fortalezas del FA eran mayores entre los sectores populares de todo el país y no sólo -como en los 90- en las zonas urbanas.

En agosto, el politólogo y profesor de historia Felipe Monestier recordaba que en 2009 Cifra daba 43% al FA y 36% al Partido Nacional, para sostener que la elección de este año era “tan competitiva como la anterior”. Pero se creó y reprodujo un clima de paridad y posible derrota tal que muchos frentistas no supimos ver ni calibrar cuánto se había logrado ni el potencial que la fuerza política, sus partidos, sus líderes y sectores movilizados tienen para sostener un proceso de cambios que, con luces y sombras, no ha dejado de apostar por la igualdad en democracia.

Por eso creo que, de alguna manera, todo lo que nos enojamos con Luis Eduardo González es proporcional a la sordera urbano- media en la que nos enredamos desde las internas hasta el acto de la rambla en Montevideo, donde creo que casi todos volvimos a sentir que ganábamos. Dicho de otra forma, todo aquello de lo que ahora acusamos a González fue (aparte de los errores técnicos) más fruto de inseguridades nuestras, y de una lectura incompleta y mediática de la escena política nacional, que de una manipulación orquestada.

Esto no quita una sola de las críticas técnicas, ni las referidas a la postura de los canales y los directores de las encuestadoras. Equipos ya dio muestras de revisión y sentido profesional el lunes en Subrayado, lo que refuerza la idea de falta sin intención. Cifra lo hizo este miércoles, resaltando el cambio social que no pudo percibir y anotando que el FA sólo decreció en votos en los departamentos “más modernos”. Lo que puede confirmar también que allí donde antes el FA ganó primero (Montevideo, Maldonado y Canelones) la sofisticación de las demandas y algunos descontentos urbano- medios fueron un entorno más receptivo para asumir el supuesto desgaste del gobierno, temer una derrota parlamentaria y no sentir la crecida en el resto del país.

Resulta necesario hacernos de mejores instrumentos para el análisis y la discusión política, que trasciendan los medios, el marketing y la estadística dominante. Y no sugiero que se abandonen las encuestas ni las campañas. Son parte de la caja de herramientas, pero es arriesgado tomarlas como “la llave maestra”. Como si la política se tratase de encuestas, propaganda y percepción “ilustrada”. Bien sabemos que los tres jingles oficiales vienen de una sola empresa, pero centralmente sirven para motivar y dar emociones artísticas a los convencidos. Así como ninguna canción gana una elección (creo que Larrañaga tenía una mucho mejor en 2004 y que en 2014 “juntos por tercera vez” de la 609 estuvo despegada sin ser “marketinera”, aunque sí más pegadiza), ninguna encuesta te debería arrinconar si tenés un buen gobierno, un gran partido, historia y un buen candidato. Quizás todo este affaire sirva para revalorizar desde una visión menos “moderna” la fuerza de toda la gente y la obra del Frente.