Ruben Silveira llega triunfante a Tres Cruces con su mujer y sus dos hijas envuelto en una bandera del Frente Amplio (FA). Agita los brazos mientras lo vitorean desde el otro lado de las puertas de embarque. Allí lo esperan su hermana, sus tres sobrinas, sus cuatro sobrinos nietos, que se le tiran encima apenas pueden. Se abrazan, se sacan fotos, se tocan las caras. Los nenes están grandes, a los adultos no les pasó el tiempo. Están igualitos, dicen. Ruben vive en Buenos Aires desde hace 40 años y no volvía desde las elecciones pasadas. “Venir acá a votar y poder traer a toda mi familia es como estar en el estadio y que gane Uruguay”, cuenta a la diaria, y le saltan las lágrimas mientras muestra, orgulloso, los sellos de su credencial. Cada sello tiene su historia y cada sello significa una vuelta. Ruben es uno de los casi 45.000 uruguayos que cruzaron entre el jueves y el domingo para votar, según datos de la Dirección Nacional de Migraciones. Esa cifra supera ampliamente las elecciones pasadas y se equipara a las registradas en 2004. “El país de uno es como la casa de mamá. Uno nunca se termina de ir”, agrega Ruben, antes de irse a Palermo, su barrio natal.

El sábado la terminal arde. Sólo ese día llegaron más de 20.000 uruguayos residentes en Argentina, y la mayoría lo hizo cruzando en barco y yendo en ómnibus desde Colonia. Todos vienen atrasados, y una multitud espera ansiosa. Algunos tienen carteles, otros, ramos de flores. Entre los que festejan a los recién llegados está una mujer que no espera a nadie. Bajó a sacar la basura, escuchó los aplausos y se metió en la terminal a mirar. “Por mi historia, ver todo esto es importantísimo”, dice a la diaria quien después se identificará como “La hermana de Jorge Salerno, uno de los militantes tupamaros abatidos en la toma de Pando”.

La que no mira muy emocionada el cuadro es una rubia apoyada en una columna. No está de acuerdo con que los residentes en el exterior vengan a votar. Aunque espera a sus familiares, que lo harán. “Ellos que hagan lo que quieran. Pero yo tengo el pasaporte italiano y no voto en Italia. La gente de afuera no tiene por qué decidir la vida de los que nos quedamos”, dice indignada, mirando al comité de recibimiento de la Ronda Cívica por el Voto en el Exterior. Seis mujeres reparten pins que dicen “Uruguayos somos todos”; ya no pueden más de cansancio. Estuvieron en el puerto de mañana, en el aeropuerto al mediodía y todavía falta ir al Velódromo, punto de llegada de quienes viajaron en ómnibus. “Ojalá sean las últimas elecciones en las que tengamos que hacer esto”, dice Delfia Fernández, de la Coordinadora. Tiene esperanzas de que el proyecto por el voto consular, presentado por el FA y que ya está en el Parlamento, se convierta en ley. Hasta entonces, de los 116.592 ciudadanos uruguayos que viven en Argentina, sólo podrán votar quienes tengan los recursos para cruzar el charco.

El periplo según el color

“A los blancos y colorados los identificás porque son los que no llevan banderas y viajan en este horario”, le dice una mujer a otra en el barco rápido de Buquebús que salió de Puerto Madero el viernes de tarde. Las dos coinciden en que ese no es barco del FA. En ese barco hay muy pocos “votos cantados”. Solo tres jóvenes, con banderas del FA y remeras con el colibrí del No a la Baja identifican su voto en una fila malhumorada que da vueltas como un caracol. Resaltan por los colores pero, fundamentalmente, sobresalen por la edad. El promedio de los viajeros del barco rápido “antipopular” tiene más de 50 años, y está lleno de turistas uruguayos con valijas y bolsas repletas de compras que vuelven por las elecciones. Cuando se los interroga por su preferencia partidaria, prefieren no decir nada.

“Nosotros viajamos más que nada por el plebiscito de la baja de la imputabilidad. Eso es lo que nos convoca”, dice a la diaria Juan Manuel, un estudiante de teatro de 26 años que vive en La Plata. “A nosotros, como generación, hay muchas cosas del Frente que no nos cierran. Lo de la megaminería, lo de la falta de apoyo al plebiscito por la Ley de Caducidad y lo del veto de Tabaré al aborto, por ejemplo. Eso nos fue desilusionando”, agrega Laura, de 27 años. “Pero lo vamos a votar igual. Porque creemos que van a profundizar los cambios”, dice Juan Manuel.

El clima dentro del barco es tranquilo y casi no hay manifestaciones partidarias. Pero los tres jóvenes del barco, que se sientan en el piso -como muchos que no encontraron asiento- se convierten en un imán de los frenteamplistas que andan dando vueltas por ahí. De todas formas queda claro que el rápido no es el barco de los votantes del FA, que suelen viajar juntos. “Para el frenteamplismo en Argentina cruzar a votar no es algo nuevo ni es fácil, y raramente es un acto individual. Desde el fin de la dictadura uruguaya, el voto transnacional implica tiempo, dedicación, solidaridad, compromiso, consensos, negociaciones y militancias”, dijo a la diaria la antropóloga argentina Silvina Merenson.

Este año, Buquebus repitió el convenio con todos los partidos políticos para los descuentos en los pasajes. Sólo hay que presentar la credencial cívica y demostrar que se está en el padrón. Supuestamente era para todos los barcos, pero al final terminó siendo solo para el Eladia Isabel, el buque lento -y más barato- y que es, tradicionalmente, el barco popular. A esto se le suma los vouchers que el FA entregó dos semanas antes en Puerto Madero para reducir los pasajes a menos de 50% de lo que habitualmente costarían: 300 pesos argentinos. Para quienes votan en otros departamentos, se contrataron ómnibus que salieron desde distintos puntos de Buenos Aires y del interior de Argentina hacia Fray Bentos, Artigas, Soriano, Salto, Mercedes y Paysandú. El pasaje cuesta 150 pesos argentinos y se pudo comprar en cualquiera de los 25 comités de base repartidos por el país. Allí atienden militantes que, desde semanas antes de las elecciones, no paran de recibir visitas y llamados.

Aunque por un acuerdo gubernamental, los uruguayos residentes en Argentina tienen, por derecho, asueto el viernes anterior y el lunes después de las elecciones, la gran mayoría viaja el sábado o incluso el domingo. “Por cómo está el cambio, con lo que se gasta en Uruguay en tres días en Argentina comemos un mes. Para nosotros está cada vez más complicado venir”, dice Raúl, un votante que tardó ocho horas en llegar a Montevideo, entre barco y ómnibus. “Pero el Eladia era una fiesta, todos cantando, con bombos, con murga. Eso en los otros barcos no pasa”.

Si el voto de los frentamplistas en Argentina es un voto colectivo, el del resto de los partidos es un voto individual. “Nosotros no pusimos plata como el FA. Ponemos nuestro local y que cada uno elija qué quiere hacer, porque tampoco estamos de acuerdo con el voto consular”, contó a la diaria Gladys Deus, la coordinadora de la sede del Partido Colorado en Buenos Aires, un local ubicado en una galería de la calle Santa Fe, en pleno Barrio Norte. Ahí mismo, tres semanas atrás, Pedro Bordaberry hizo el cierre de su gira electoral, y frente a un público que no llegaba a 30 personas, hizo hincapié en la falta de entendimiento entre los dos países, que comparó con un matrimonio disfuncional que no dialoga. Y, por eso mismo, exhortó a sus votantes a viajar.

Los blancos residentes en Argentina, por su parte, por ahora no cuentan con ninguna plataforma ni organización oficial, por lo que el viaje también es por las suyas y por lo tanto, difícil de identificar y cuantificar.

Sea colectivo o individual, el voto de los residentes uruguayos en Argentina tiene una impronta que excede lo político: está cargado de afectividad. Para la mayoría de los uruguayos que vienen a votar, sean o no militantes, poder hacerlo es una reafirmación de su identidad nacional, además de un derecho ciudadano. Una “uruguayez” que defienden con garras y dientes, aunque hayan pasado más de la mitad de su vida en “la casa del vecino”, como le dicen algunos. El grueso de los más de 100.000 uruguayos -en general exiliados políticos o económicos de la década de los 70 y 80- nunca dejó de pensar en el retorno. Para ellos, venir a votar es una manera, fugaz y productiva, de sentir que están de vuelta.

Ana Fornaro (adelanto de una nota que saldrá el jueves 30/10/14 en revista Anfibia)