Fue el responsable de deleitar a varias generaciones con numerosas letras de tango, entre las que se encuentran “Balada para un loco”, “Balada para mi muerte” y “Chiquilín de Bachín”, musicalizadas por Astor Piazzolla. Este poeta y escritor uruguayo que en la actualidad se desempeñaba como presidente de la Academia Nacional del Tango en Argentina, y que había compuesto más de 200 canciones y escrito varios libros de poesía e historia del dos por cuatro, falleció ayer a los 81 años a causa de una complicación cardíaca.

En la década del 50, fue uno de los realizadores del programa Selección de tangos en la radio montevideana y fundador del Club de la Guardia Nueva, desde donde se organizaban recitales en Montevideo de los músicos que estaban revolucionando el tango: Aníbal Troilo, Horacio Salgán y Piazzolla. Por ese entonces fundó y dirigió la revista Tangueando, que también ilustró y redactó, y a fines de los 50 formó parte de una orquesta de tango como bandoneonista y publicó su primer libro: El tango: su historia y evolución (1959). En 1964, este artista que renovó las letras del tango publicó Discepolín, poeta del hombre de Corrientes y Esmeralda y en 1965, Historia sonora del tango. “Siguió la tarde fraseando sus propinas, / los años se gastaron. Tangamente, / la vida hizo su solo de rutina”, escribía en su primer libro de poesía, Romancero canyengue (1967). La poética de Ferrer es, además de innovadora, seductora y sugerente, incluso hoy, 47 años después de que escribiera “La última grela”, aquella que vino “fatal, canyengue y sola”. Seguramente a este poeta del tango, “atrás de los portales sin sueño”, aquellas orgullosas madamas “de trágicas melenas” le “dirán su extremaunción”.