La presentación del libro coincide con una fecha especial, y no es casualidad. El 19 de diciembre de 1974 fue asesinado en París el coronel Ramón Trabal y un día después, como supuesta represalia, los militares torturaron y ejecutaron a Floreal García, Mirtha Hernández, Héctor Brum, María de los Angeles Corbo y Graciela Estefanell. Estos cinco militantes tupamaros habían sido trasladados desde Argentina -estaban en el centro clandestino de Automotores Orletti- en el denominado “vuelo cero” del Plan Cóndor, y sus cuerpos fueron abandonados en la localidad de Soca.

Graciela Estefanell, hermana de Charito, es una de las protagonistas de este libro, que abarca, siempre por medio de intercambios epistolares, los inicios de la militancia sindical en el norte del país, los primeros vínculos con el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), la cárcel, el exilio y la situación política del país después de 1985. En definitiva, es también la historia de la familia Esteves-Estefanell, integrada por Nicolás Colacho Esteves y Charito Estefanell.

Al igual que otros integrantes del MLN-T, Colacho comenzó su militancia en el Partido Socialista; en 1963 conoció a Raúl Sendic en el norte del país y fue su secretario en la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA). Estuvo 15 años preso y cuando regresó a Bella Unión militó por la reconstrucción del sindicato, con el que sigue vinculado hasta la actualidad (al MLN-T, sin embargo, renunció en 1986).

Charito también tiene una larga historia de trabajo político. Comenzó como militante estudiantil en Paysandú y luego en Montevideo, donde estudió arquitectura. En 1972 pasó a la clandestinidad; en noviembre se trasladó a Argentina, luego a Chile y a otros países de América Latina, hasta que llegó a Bélgica en 1977, para encontrarse con sus hijas y su madre. Regresó a Uruguay en 1987 y se encontró con Colacho en Bella Unión, donde viven hasta la actualidad.

Las dos hermanas de Charito también aparecen en varios pasajes del libro. Alicia estudió agronomía en Montevideo, militó en el Partido Comunista y se exilió en México en 1976; mientras que Graciela, también estudiante de agronomía, perteneció al MLN-T y estuvo exiliada en Chile y Argentina, hasta que fue secuestrada por militares uruguayos. El libro está dividido en tres capítulos o épocas: “Los sueños (1957-1971)”; “Los golpes (1972-1984)” y la “La obra (1985-2007)”, e incluye un texto de Eduardo Galeano en la contratapa.

De puño y letra

La primera carta que aparece en el libro es del 7 de diciembre de 1957 y es una declaración de amor. Desde Paysandú, Colacho, con 15 años, le escribía a Charito, que tenía 13: “Ante todo quiero pedirte perdón por lo que te he hecho, de lo cual estoy muy arrepentido. A pesar de esto te quiero tanto como antes y quisiera saber si tú me quieres y deseas arreglar conmigo. Si no quieres seguiremos siendo los buenos amigos que hasta ahora hemos sido. Piensa bien antes de contestarme, pero hazlo ya, pues prontito me ausento para campaña y te aseguro que sería más feliz teniendo la respuesta. Cuando termines de leer esta carta la rompes o, si quieres, la guardas como un simple recuerdo de alguien que te quiere mucho. Estas palabras las puedes creer porque todas son muy sinceras. Siempre tuyo, Colacho (no muestres la carta a nadie)”.

La respuesta de Charito es más breve: “Colacho, quiero que sepas que ya te he perdonado y que te quiero mucho desde hace tiempo. Deseo que seas muy feliz por eso te voy a decir que sí, pero con una condición: que no digas a nadie de lo nuestro. Una amiga que tuya será siempre, Charito”.

El hilo conductor son las cartas -en total se conservan 2.687, pero en el libro hay 1.238- ordenadas cronológicamente y con la indicación de quiénes son el remitente y el destinatario en cada caso.

La edición de este material permite acercarse a diferentes “aires de época” mediante la vida privada (e íntima) de estos protagonistas. Por ejemplo, en una carta que le envían Colacho y Charito desde Bella Unión a la familia de ésta en Paysandú, con fecha 2 de diciembre de 1965, cuentan: “Hoy fuimos al río a lavar. Me quemé bastante. Estamos viviendo en el sindicato viejo, al lado de lo de Bonette. Hace un calor insoportable. Esta noche hay cine a beneficio de la policlínica de UTAA, dan el excelente filme Morir en Madrid”. O cuando Graciela le cuenta a sus padres, el 18 de agosto de 1968, cómo vivió el sepelio de Líber Arce, el paro de la Convención Nacional de Trabajadores y el discurso de Óscar Maggiolo en representación de la Universidad de la República.

En otra carta escrita desde el penal de Punta Carretas, el 10 de setiembre de 1969, Colacho nos aproxima a algunas lecturas de los militantes políticos en esos años: “Sobre China te recomiendo que leas China o la revolución para siempre [de Bernardo Kordon], es excelente. Paralelamente a esto estoy leyendo El libro hippie. Es la antítesis de Mao, caótico, disperso y anticientífico. A veces causa risa, otras da rabia, por el estúpido idealismo. Se salvan algunas cosas, por ejemplo esta definición: ‘Un burgués puede ser un comunista, un fascista o un reaccionario, nunca un hombre’”.

Entre recuerdos de la infancia y anécdotas de la convivencia con otros presos, aparecen más lecturas: Rojo y negro, de Stendhal; Enviado especial, de Hemingway; El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, o Educación y lucha de clases, de Aníbal Ponce, entre tantos otros.

Otras cartas son, además, un documento; por ejemplo, la que mandó Marta Guidali de Estefanell al juez de Pando a finales de 1974, pocas horas después de enterarse de que uno de los cinco cuerpos encontrados en una carretera en Soca era el de su hija, Graciela. El trágico episodio se menciona también en el epílogo del libro, redactado por Charito: “El 21 de diciembre de 2013 se le cambió el nombre a la ruta 70 por Camino de los Fusilados, en homenaje a los cinco revolucionarios abandonados allí por los militares tras torturarlos y asesinarlos. Los nombres de Héctor Daniel Brum, Floreal García, Mirtha Hernández, María de los Ángeles Corbo y Graciela Estefanell permanecen vivos en la memoria del pueblo. Pero aún hoy, a 40 años, el crimen sigue impune”.