-Tenés una larga trayectoria en la que has usado diferentes medios. ¿Qué presentás en Montevideo?

-La muestra se llama Fern Weh, que es una palabra alemana que, traducida al portugués, significa saudade, aunque en realidad expresa algo más, ya que Fern quiere decir “lejano” y Weh, “sufrimiento”, el anhelo de estar en otro lugar. La exposición se compone de una doble proyección de videos que pone en escena la búsqueda de un lugar: la cámara se mueve entre mar y cielo, a veces aparece una isla, se crea la sensación de estar abajo del agua, tratando de llegar a la tierra. Fue filmado en las islas Galápagos, porque quería conectarme con cierta idea de expedición hacia “otra tierra”, en busca de un sitio nuevo, de otra cultura. Una de las influencias más fuertes para mí, desde el principio, ha sido una pieza del artista holandés Bas Jan Ader, In Search of the Miraculous, su última performance -porque murió en esa performance-, en la que, con una pequeña barca, se largó al océano para atravesarlo: es una obra que me inspiró mucho porque expresa un compromiso extremo con la búsqueda del artista para entender qué es el arte, qué es la vida.

-¿Qué peso tienen tu componente alemán y tu componente brasileño a la hora de crear? Pregunto porque, mirando tu obra, en varios momentos se me ocurrieron dos nombres: justamente un alemán, Hans Bellmer, y una brasileña, Lygia Clark…

-Estudié arte en la Academia de Hamburgo, entonces creo que mi primer encuentro con el arte, con la historia del arte, fue más con el arte europeo, sobre todo alemán. Estudié con el artista perteneciente a Fluxus Henning Christiansen, que fue muy amigo de Joseph Beuys: en esta escuela la figura de Beuys tenía mucha presencia. Por ende, mi educación estuvo orientada hacia la performance, las ideas de Fluxus. Me “encontré” con Bellmer después, aunque ha sido una influencia, así como lo fueron otros surrealistas, [Henri] Magritte, por ejemplo, o Maya Deren, realmente un gran descubrimiento para mí. Volví a Brasil cuando tenía 21 años, y empecé a investigar el arte local, Hélio Oiticica, Lygia Clark, que recién tuvo una retrospectiva en el MoMA [Museum of Modern Art, de Nueva York] que me encantó y con quien tengo una conexión, sin duda. De todas formas, me siento un poco en el medio, tengo una visión muy romántica, muy alemana del arte y, al mismo tiempo, la parte performática, aunque formalmente la aprendí en Alemania, creo que intuitivamente tiene más que ver con Brasil.

-Una pregunta sobre género, que es algo que me parece que te ocupa y preocupa: ¿en qué situación se encuentra la artista mujer en un mundo como el del arte, todavía masculino?

-A veces doy cursos en Nueva York, en el International Center of Photography, y hablo de este tema con mis estudiantes. Cuando arranqué con mis estudios parecía que había cierta equidad de género, éramos 20 mujeres y siete varones, pero sólo terminamos tres mujeres y cinco varones: en aquellos cinco años, la mayoría de las muchachas desaparecieron. Fue por el tema de la maternidad: cuando empezaron a tener hijos dejaron, la mentalidad alemana no permite las dos cosas. En Brasil parece más fácil, tengo muchas más amigas artistas en Brasil que en Alemania, porque ahí hay un sistema que les permite ser artistas y madres. Europa, en este sentido, es más complicada. De todas formas, una vez que completé mis estudios y empecé mi carrera de artista entendí que no era lo mismo para hombres que para mujeres. Hay todavía una predominancia masculina muy fuerte: si uno mira los precios en los remates, a paridad de carreras, la cotización del artista es mucho más elevada que la de la artista. Es difícil, porque como mujer hay que trabajar más, estar más presente, ser más agresiva, para que la gente entienda que lo hacés en serio. Como artista mujer hay que ganarse la credibilidad cada vez, lo que te hace gastar una cantidad de energía ridícula, que se podría invertir en el trabajo. Espero que todo eso cambie. Tengo una hija y estoy muy contenta de ser un ejemplo para ella -y para los estudiantes también-, y les digo que hay que insistir, que todavía es desparejo, pero que hay que seguir.

-¿Considerás tu obra feminista?

-Cuando empecé a hacer performances no quería dar a mi trabajo una dimensión feminista, sólo trabajaba con mi cuerpo, como cualquier ser humano. Y es divertido cómo se leía y se lee mi obra en términos feministas, sólo porque soy mujer. A menudo, el simple hecho de trabajar con tu cuerpo como artista mujer se traduce automáticamente en una declaración feminista. Hace poco participé en una colectiva en el National Museum of Women in the Arts de Washington, una exposición que mostraba el trabajo de varias videoartistas mujeres, desde los orígenes del videoarte hasta hoy, y discutimos mucho sobre el concepto de necesitar un museo para mujeres, de cómo sería inconcebible pensar a un museo para hombres. Odio la idea de que todavía tenga que haber un museo así, que se precisen cuotas para estar seguros de que un número suficiente de mujeres participe en una exhibición, pero desafortunadamente son cosas que todavía se necesitan; si no, no hay espacios.

-Referido a eso, creo que tus telas abstractas, o semiabstractas, tienen un eco del abstraccionismo abstracto, un tipo de pintura que ha sido definida como machista. ¿Jugás a propósito con eso?

-Tomemos el ejemplo de las acuarelas -como las que exhibo ahora acá-. Vienen con una especie de prejuicio: esas cosas chiquitas que las mujeres hacen en casa. Es curioso, porque uno de mi acuarelistas favoritos es Emil Nolde, un supermacho de su época, que se fue a Papúa Nueva Guinea y pintó unas acuarelas maravillosas, poniendo esa técnica en otro lugar, con colores muy fuertes, bien expresionistas. En fin, me interesaba todo eso de las acuarelas, que además son una técnica muy compleja, más difícil que el óleo o el acrílico, porque no te permite errores, no se puede corregir. Empecé a hacer acuarelas grandes, enormes. Incluso hago murales, y en la historia hay muchos muralistas, pero son todos hombres, y eso desafiaba otro lugar común: a los hombres, las superficies grandes; a las mujeres, las pequeñas.

-Entre varios elementos que emergen en tus piezas, creo que los más potentes son la naturaleza y la muerte.

-Me interesa muchísimo la naturaleza, sobre todo qué pasa cuando aparece en la obra lo que no está previsto. Yo, en general, no planeo mis performances -lo mismo ocurre con mis cuadros- y me interesa incorporar lo imprevisible: un rayo, una tormenta; en fin, me interesan los efectos que la naturaleza produce en la obra, dejo que siga su curso. La muerte me interesa como parte de la naturaleza, sus ciclos de nacimiento y perecimiento, y me interesa lo que no puedo controlar, me gusta revelar los errores. Hablando todavía de las acuarelas, a menudo hay gotas que se caen y alguna gente lo mira como algo que anduvo mal, un error, pero para mí es una manera de llegar a otro nivel, a otro comienzo.

-Sí, hay algo poderosamente biológico en tu obra, pero también un gran manejo técnico. ¿Se trata de la vieja dicotomía naturaleza/cultura?

-No se controla la naturaleza, como cuando caminás por una calle de la ciudad y ves las raíces que rompieron la vereda, y luego se trata de repararla… tratamos de reparar la naturaleza y en el proceso la estamos destruyendo. Pero sí, como te dije, me encanta dejar esta fuerza entre en mis obras, me gusta intentar conquistarla, me interesa el diálogo que se establece ahí.