A quien desde hace un cuarto de siglo se acostumbró a vivir pendiente de los viernes para leer El País Cultural le costará creer que llegue ese final. Costaría menos creer que haya sido una decisión adoptada por una empresa más comprometida con el lucro que con la reflexión y la cultura artística que, digan lo que quieran algunos vanos teóricos posmodernos, es desinteresada e inviable como negocio.

José Carlos Mariátegui postulaba hacia 1928 que el intelectual latinoamericano que quisiera transformar la sociedad sólo podía escribir para un medio indócil al pensamiento conservador. Dicho así, nunca el suplemento cultural que ha sido hubiera sido posible con los fondos de un diario como El País. Pero hay variantes para esta regla que parece ley.

Homero Alsina Thevenet (conocido como HAT) había permanecido haciendo crítica de cine en el diario El País y, sobre todo, se había mantenido al margen de todo discurso partidario cuando la inmensa mayoría de sus coetáneos se plegaban con vigor al compromiso con el paradigma de la revolución cubana. Alsina predicaba con un ejemplo: el trabajo por la cultura, la independencia y la crítica, la resistencia activa a toda forma de limitación de la libertad. Quizá por eso se fue antes, mucho antes de junio de 1973. Ciertos directivos de El País no olvidaron esta conducta. En otros tiempos -corría 1989-, vacíos y solitarios, casi sin maestros, algún memorioso directivo confió en apostar al retorno de este pequeño supremo sacerdote de la crítica, quien podía abrir un camino editorial que la izquierda había monopolizado y que estaba dando muestras de abandonar.

HAT impulsó El País Cultural, que era algo muy distinto del diario con el que se publicaba. Asumió ese desafío que, más de una vez, sufrió como riesgo. Con todo, armar el suplemento varias semanas antes del día efectivo de salida era una garantía para evitar toda polémica directa, una forma de desodorizar la crítica, de permitir que la lectura circulara como si estuviera en un tiempo casi fuera del tiempo. Algo de eso sucedió, pero ocurrió que Alsina supo rodearse de un equipo experimentado, joven y plural. Atrajo o permitió que otros acercaran a distintos colaboradores; dirigió con mano aparentemente dura y en realidad flexible, cauta, astuta, sabia. Doy fe.

El giro en las formas de leerno es en vano y los muchos años de ausencia de políticas para el estímulo a la lectura de discursos a los que no se llega de buenas a primeras. La revolución digital está dejando, como toda revolución, muchas víctimas de papel por el camino.

(Pablo Rocca fue colaborador de El País Cultural entre 2001 y 2009 de manera asidua; escribió notas generales sobre literatura y cultura, así como reseñas de libros sobre los mismos temas).