El cineasta, director y guionista francés Alain Resnais, quien había alcanzado el reconocimiento internacional con sus trabajos experimentales en los años 60, falleció en la noche del sábado a los 91 años.

Con un precoz instinto vocacional, comenzó a rodar películas de aficionado con una cámara de súper 8 a los 13 años. Con una gran influencia surrealista (André Breton sería uno de sus referentes hasta su muerte), rodó a partir de 1945 una segunda serie de películas en 16 mm, como Boceto de una identificación, Abierto por inventario, L’alcool tue y Visitas (a pintores).

Revolucionó el cine de su país junto a François Truffaut y Jean-Luc Godard, y si bien era cercano a los directores de la nouvelle vague (nueva ola), no perteneció al movimiento; Resnais no aspiraba a cambiar los medios de producción en el cine y siempre fue un espíritu demasiado insular como para identificarse con un movimiento.

En 1955 dirigió Noche y niebla, una película documental dedicada al horror de los campos de concentración nazis. En ella se mostraba por primera vez el material sobre el exterminio organizado que el Ejército germano había acumulado y se apelaba a la responsabiliad colectiva de las atrocidades que llevó adelante el Tercer Reich. Un año después el director estrenó el cortometraje Toda la memoria del mundo -predecesor de Hiroshima mon amour-, en el que analizaba la Biblioteca Nacional francesa, y en 1959 la franco-japonesa Hiroshima mon amour, con guion de Marguerite Duras. Esta película, que combinaba una historia amorosa con la destrucción atómica de la ciudad japonesa, fue una obra formalmente revolucionaria y se convirtió en la película de referencia de los directores de la nouvelle vague.

Siete años después dirigió La guerra ha terminado, protagonizada por un comunista español sobre guion de Jorge Semprún, ex comunista, antifranquista y figura de la resistencia a la ocupación nazi (su inclusión en el festival de Cannes fue blanco de los ataques de las autoridades franquistas en su momento).

Su compromiso constante llevó a Resnais a realizar un film colectivo, Lejos de Vietnam (1967), en el que -junto con Chris Marker, Godard, Agnès Varda y Joris Iven, entre otros- denunció los abusos y las brutalidades de Estados Unidos en la invasión al país asiático.

El año pasado en Marienbad (1961) también resultaría una obra revolucionaria y revulsiva, pero en este caso desde lo formal, al intentar -con resultados polémicos- adaptar a la pantalla los experimentos literarios de los escritores de la nouveau roman (nueva novela) francesa, mediante el guion angular y repetitivo de uno de sus principales exponentes, Alain Robbe-Grillet. Insoportable o fascinante, según el espectador, es una de esas películas ante las que cualquier respuesta es posible, excepto la indiferencia, pero su formalismo distanciado ayudó a cimentar la fama de “frío” del cine de Resnais.

Si bien estas películas marcaron el cenit de su influencia en el cine francés y mundial, algunas de sus obras posteriores, como la melancólica -y nada fría- Providence (1977) y la teórica Mi tío de América (1980), recordaron que los logros formales de sus exitosas películas anteriores no habían sido casualidades históricas y que su hambre por la innovación seguía intacta.

La aventura diaria

Su última película sobre el teatro, el cine y el cómic, Aimer, boire et chanter (Amar, beber y cantar), fue estrenada el mes pasado en el Festival de Cine de Berlín. Por ella el cineasta galo recibió el galardón Alfred Bauer, atribuido “a una película que abrió nuevas perspectivas”, además de haber sido homenajeado por su trayectoria: a los 90 años continuaba filmando películas sobre sus grandes obsesiones temáticas: el amor, la memoria y la muerte.

Éstos fueron los dos últimos reconocimientos a la abrumadora trayectoria de Resnais, nutrida con cinco premios César del cine francés (tres por mejores películas y dos como mejor director), dos Oso de Plata de Berlín, tres galardones en la Mostra de Venecia, un BAFTA y un premio especial del jurado de Cannes, entre varios otros.

En la edición 2012 de Cannes había dicho que hacía las películas para sí mismo, “como en un ‘hágalo usted mismo’”. Su pasión por la experimentación lo convirtió en un maestro del cine de autor, y fue uno de los talentos imaginativos más importantes del siglo XX.