Para Time, Le Monde y otras publicaciones periodísticas, el papa fue la personalidad más destacada de 2013. Para otras, como la Rolling Stone, Bergoglio merece un espacio en sus páginas, que no suelen ocupar líderes religiosos.

Uno de los primeros elementos que diferenciaron el perfil de Bergoglio como papa católico fue su decisión de romper protocolos en una institución que se caracteriza por mantenerlos y de abandonar al menos algunos de los lujos reservados a su investidura. El primer papa en elegir el nombre Francisco quiso pagar por su cuenta el hotel en el que se alojó durante el cónclave que lo eligió, prefirió no usar el papamóvil ni los zapatos rojos papales, y optó por vivir en la residencia Santa Marta, con otros sacerdotes, no en el lujoso Palacio Apostólico. Hizo bromas que jamás habría hecho su antecesor, Joseph Ratzinger, y dedicó horas a saludar a los fieles.

“¡Cómo me gustaría una iglesia pobre y para los pobres!”, dijo en su primer encuentro con periodistas. Opinó sobre asuntos tan terrenales como el consumismo, la desigualdad y el “capitalismo salvaje”.

Con estos gestos, Bergoglio parece encaminado a cambiar la imagen del papa y la imagen de la Iglesia católica. Espera acercar a los fieles e incluso transformar las estructuras internas de la Iglesia, pero esto no significa que esté dispuesto a impulsar otros cambios. Como lo hacía cuando era obispo de Buenos Aires, Bergoglio expone en sus discursos una visión conservadora sobre varios temas claves.

De eso ni hablar

Con ese Francisco humilde y cercano a la gente encaja una frase muy difundida que le dijo a la revista La Civiltà Cattolica: “Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”. Sin embargo, esa persona no podrá casarse por la Iglesia católica, cuya posición contraria al matrimonio homosexual ha sido ratificada por él mismo. En una entrevista que le hizo Ferruccio de Bortoli, director del diario italiano Corriere della Sera, el 5 de marzo, el papa reiteró que para la iglesia el matrimonio existe sólo entre un hombre y una mujer. Agregó: “Los Estados laicos justifican las uniones civiles para regular las diferentes situaciones de convivencia, empujados por la exigencia de regular aspectos económicos entre las personas, como, por ejemplo, la asistencia sanitaria”.

Bergoglio ha defendido la posición oficial católica en diversos temas sociales polémicos. Acerca del aborto, ha dicho: “Que Dios nos ayude a respetar siempre la vida, especialmente la de los más débiles”. En cuanto al papel de la mujer en la Iglesia, afirmó en una entrevista: “Sobre la ordenación de las mujeres, la Iglesia ha hablado y ha dicho no”.

Algunos, en cambio, entienden que abrió una ventana en dos temas. Uno es la posibilidad de que la Iglesia acepte darles la comunión a los divorciados. En febrero, Francisco llamó a la Iglesia a apoyar a los separados y a los divorciados, para “que no se sientan excluidos de la misericordia de Dios”. El otro es la posibilidad de terminar con el celibato de los sacerdotes. Su secretario de Estado, Pietro Parolin, antes de acceder al cargo, dijo que el celibato no es un dogma de la Iglesia y que, por lo tanto, se puede modificar.

Pero el asunto más difícil e incómodo para la Iglesia es el de los abusos sexuales por parte de sacerdotes y la protección que se les ha dado a los victimarios. Francisco creó una comisión para que lo asesore en este tema y atienda la situación de las víctimas. De este modo, dio una señal clara de que reconoce la gravedad de la situación, pero al mismo tiempo defiende a la Iglesia. En la entrevista con Corriere della Sera (publicada simultáneamente en el diario argentino La Nación), dijo que “la Iglesia católica es tal vez la única institución pública que se movió con transparencia y responsabilidad” ante estos abusos y que aunque “ninguna otra institución ha hecho más”, sólo la Iglesia católica “es atacada”.

Intrigas de corte

Otro asunto en el que Francisco parece estar dispuesto a trabajar por el bien de su institución es el de transformar la curia del Vaticano y desburocratizarla. Es una de las tareas que le encargó a su secretario de Estado. También la propia designación de Parolin en este cargo significó un quiebre en el Vaticano, porque dio por terminada la era de Tarcisio Bertone, una figura fuerte de la Iglesia, que aparece muy ligada a las intrigas palaciegas que no le simpatizan a Francisco.

Otro cambio en la interna de la Iglesia llegó con la creación de 19 cargos en el colegio de cardenales, en los que además Francisco nombró a varios sacerdotes no europeos, como para modificar la correlación de fuerzas, muy desigual en ese 
ámbito.

El papa además creó una institución semejante a un ministerio, la Secretaría de Asuntos Económicos, integrada por 16 obispos y siete laicos, encargada de revisar las finanzas del Vaticano, y en particular emprender la reforma del banco oficial, el Instituto para las Obras de Religión, que ha estado en el centro de sucesivos escándalos financieros.

Otra interna

En Argentina, el entusiasmo prácticamente unánime que despierta el primer papa que es hincha de San Lorenzo y toma mate fue motivo de chistes, como el de una edición reciente de la revista de humor Barcelona: “Tomó el mando de una organización mafiosa, retrógrada, opresora, sanguinaria, fascista, sexista, multimillonaria, corrupta y pedófila, y en un santiamén la convirtió en una institución querida por todos”.
En los primeros días de papado de Francisco, también la prensa opuesta al gobierno de Cristina Fernández se reía de esta unanimidad. El diario La Nación publicaba por entonces: “Hebe de Bonafini [la titular de Madres de Plaza de Mayo] se sumó ayer al lote de funcionarios y referentes del kirchnerismo más duro que, detrás de la presidenta Cristina Kirchner y al ritmo del clamor popular, pasaron de la crítica feroz a la adoración por el papa Francisco”. Reseñaba cómo Bonafini había pasado de llamar a Bergoglio “fascista” a escribirle en una carta pública: “Permítame que me dirija a usted como Don Francisco, ese Francisco que descubrí ahora”.

Cuando Francisco era Bergoglio, obispo de Buenos Aires, era identificado como una voz opositora al kirchnerismo, y organizaciones como Madres de Plaza de Mayo y Abuelas de Plaza de Mayo sospechaban del papel que desempeñó durante la dictadura. En los últimos tiempos, quedaron en solitario las voces que lo vincularon por acción o por omisión con la detención de dos sacerdotes de los que era el superior, Orlando Yorio y Francisco Jalics.El primero de ellos, que también lo responsabilizaba, murió hace años y el segundo ha negado esa acusación. Muchas otras voces calificadas defendieron al ahora papa y aseguraron que protegió a perseguidos políticos.

En la edición argentina de la revista Rolling Stone con Francisco en tapa se incluyeron consultas a figuras públicas: desde Andrés Calamaro, que lo considera “el John Kennedy de los papas”, pero dice que “todos esperamos más que gestos” de él, hasta Martín Caparrós, que opina que “si alguien consigue recuperar la imagen de la Iglesia católica, lo que hace no es más que devolverle la posibilidad de hacer daño”.

Seguramente, a Francisco no le harían gracia esos comentarios, como tampoco le gusta que lo consideren un superhéroe, como se lo retrató en un grafiti en una pared de Roma: “Pintar al papa como una especie de ‘súperman’, una especie de estrella, me parece ofensivo. El papa es un hombre que ríe, llora, duerme tranquilo y tiene amigos. Una persona normal”.