Hay una larga escalera, una habitación interior, algunos niños guardando cuadernos con pentagramas. Marco Antonio, aquel músico de la frontera que en el Festival de Jazz se encargaba de los traslados, nos recibe de boina ante el cambio de clima. Pasamos a uno de los salones, en el que Horacio Macoco Acosta -director de la escuela- está dando clase de estimulación a niños de cuatro años, intimidados por la visita. Uno ejecuta una melodía libre y los demás la nombran. “Río 2”, titula el más chico a una de las interpretaciones, en una clara referencia a la película infantil. Otro, más jugado, improvisa un “Río azul”.

“Antes no había posibilidades de estudiar en Mercedes, y eso te dejaba dos opciones: o no estudiabas o te ibas a Montevideo; que esta situación cambiara les hizo muy bien a todos”, dice Leandro Estevez, profesor de guitarra de 23 años, que comenzó estudiando en la Escuela de Jazz a la Calle.

Macoco, oriundo de Villa Soriano, cuenta que Mercedes fue un centro musical muy poderoso. El ex presidente colorado Juan Idiarte Borda nació en la capital sorianense, donde fundó una orquesta sinfónica que él mismo integraba junto con el alcalde, el cura y todas las personas que tomaran decisiones en el pueblo. Pero, con los años todo se fue desarticulando, y “hace 200 años que no se funda una escuela de música en el país”.

El director considera que todos los que estudian música cuentan con un plus en cuanto a la sensibilidad y a la racionalidad, “y esto es lo que nosotros buscamos con la escuela”. Dice que en los 90 no se llegaba a 30 alumnos de música en toda la ciudad -de 40.000 habitantes-, cuando hoy en día hay alrededor de 1.000. Cree que con este cambio se transforma el núcleo familiar, ya que una cosa es cuando hay un concierto con un invitado y otra muy distinta cuando participa “el nene de casa”.

Macoco está convencido de que la música desarrolla muchísimo la sensibilidad emocional, y que ésta se vincula directamente con la ética: “Una persona que es sensible emocionalmente difícilmente vaya a carecer de ética. Se puede tener una sociedad que sea más inteligente desde el punto de vista racional, y a su vez más ética. Es el sueño del pibe”.

A la escuela llegan docentes de Montevideo, Buenos Aires y otros lugares. Un argentino se quedó tan sorprendido con la experiencia que se quiere ir a vivir a Mercedes, pero no por el sueldo, evidentemente, ya que la escuela debe afrontar un alto presupuesto con muy pocos recursos financieros. Al comienzo, sólo se dedicaban a estimular a los niños, a tratar de que les gustara la música y que de a poquito comenzaran a encontrar su propio camino. En esos años (2007), no contaban con un plantel docente, y hoy, poco tiempo después, trabajan concentrados para desarrollar diversos programas educativos. “Todos los años cambiamos de manera permanente e incorporando las distintas experiencias, sobre todo porque no tenemos antecedentes en nuestro país sobre el tema. Contamos con un gran apoyo incondicional por parte de los músicos que vienen del exterior a lo largo del año, y sobre todo en verano”, momento en que se desarrollan las clínicas y los talleres, que no están vinculados directamente con el festival, ya que éste se convierte en una pequeña parte de lo que significa el encuentro en conjunto.

En los inicios, la estimulación estaba destinada a niños de entre ocho y 12 años, a quienes se les enseñaban todos los instrumentos y su funcionamiento, para que así pudieran acercarse a ellos. Después, comenzaron a darse cuenta de que a esa edad ya era muy tarde. Desde ese momento, han bajado las edades de ingreso paulatinamente, hasta llegar a los cuatro años. “Y no sé si no hay que empezar mucho antes”, dice el director. “De las inteligencias múltiples -explica-, la inteligencia musical es la encargada de coordinarlas a todas. Es más, de todas esas inteligencias, la que más se desarrolla es la inteligencia emocional, y ésta es la responsable de 90% de nuestros éxitos o fracasos en la vida. Si será importante tener clara conciencia de todos estos temas...”.

Objetivos alcanzados

Anahara tiene 16 años y se dedica a tocar el chelo mientras conversamos. “No me enteré al toque de la existencia de la escuela. Mi primer acercamiento lo tuve cuando mi padre me llevó a un encuentro. Me acuerdo clarito de cuando me dijo: ‘Te voy a mostrar este tipo de música, que se llama jazz. Su magia es que los músicos se comunican a través de los gestos... Es impresionante, vos observalo’”. Cuenta que de a poquito la empezó a seducir el jazz, y como al padre no le gustaba tanto, la llevaba esporádicamente a los conciertos. Asegura que se involucró posta hace dos años, y que a partir de ahí no se perdió nada: “Voy a todo. Acá me conocen como una plaga, incluso en el festival estoy en todas las clínicas y toques callejeros. Me parece que el jazz tiene la magia de la improvisación, que otros no la tienen tanto, sobre todo para dejar volar la imaginación y no seguir algo tan cuadrado como las partituras”. También dice que le gustaría ser asistente social. Siente que debe darle algo a la gente.

Aunque por el momento se queda con la música, que es tanto “para uno como para compartir”, y por eso le gustaría fusionarla con el servicio a la comunidad.

Mónico Aguilera, el músico uruguayo que recorrió el mundo tocando la guitarra -compartiendo escenario con María Bethânia y varios otros-, hoy vive en Mercedes y es el coordinador musical del departamento. Mónico milita por una manera distinta de relacionarse en la sociedad capitalista. Cree que si la forma de trabajar se inclina hacia lo competitivo, se generan personas que se sienten superiores a otras, y no seres armónicos o generosos, “que se den la mano con las diferencias ciudadanas y humanas que puedan existir; se convierten en dictadores de su forma”. En Ensambles -materia que dicta en la escuela y en la que se realiza una práctica con varios instrumentos-, busca generar ese tipo de intercambios, para que los estudiantes comprendan que cada instrumento, incluso cuando sólo haga una nota, es tan importante como aquel que hace diez.

Mientras suena el “Verano” de Vivaldi desde el salón de al lado, Mónico asegura que percibe cómo, paulatinamente, comienza a notar cambios en las interrelaciones: “Claro que hay dificultades, sobre todo cuando conviven chiquilines que han sido educados en la competitividad -en la que tú tenes que ser mejor que todos-, y muchas veces se nota esa efervescencia de superioridad. Pero hay un momento en que perciben la necesidad y la presencia del otro, y se integran”.

De hecho, el coordinador formó una orquesta de jóvenes del departamento -que van de ocho a 25 años-, con alumnos de todos los centros educativos, justamente para generar integración y respeto entre los miembros del grupo. Mónico asegura que si uno le pregunta a cualquier ciudadano, éste responderá que quiere una sociedad más justa, con menos discriminación y violencia: “Si uno le pregunta a cualquier ciudadano, seguro que dice que quiere una sociedad más justa, con más armonía. El tema es qué hace cada uno para dejar un grano de arena dentro de ese contexto general. Porque todos somos agentes en eso. Se debe tener un compromiso y una mirada más firme al respecto”. Y fue por esto mismo que se puso la camiseta del Jazz a la Calle “con conciencia y compromiso”.

Comprueba diariamente cómo los alumnos son una suerte de esponjas absorbentes, con una “pureza mental tan natural, tan despojada de conceptos y vicios, que se vuelven muy receptores”. Considera que los adultos, en cambio, cargan con vicios sobre muchas cosas y subestiman “esas cabecitas”. Todos los días se sorprende con la facilidad con la que los estudiantes se dan la mano en cuestiones en las que los adultos tienen muchas dificultades: “De alguna manera, somos nosotros los que debemos generar esa posibilidad, que no debe ser desarrollada a través de una manera impositiva, sino empleando la ternura y mucha seducción para que eso suceda, para que él mismo sea un constructor futuro de su destino, ya sea musical o ciudadano. Lo único que nosotros podemos hacer es generar herramientas”.

Tendiendo redes

Mauro Pérez fue uno de los músicos que decidieron radicarse en Mercedes. Es profesor de piano y armonía, y hace cuatro años que se instaló de manera definitiva. Cuando volvió de Europa en 2009, le surgió la posibilidad de trabajar en la escuela. Sentía una efervescencia general en Montevideo, excepto para el trabajo musical, así que decidió jugársela por el proyecto -que ya conocía por el festival-: “Mis impresiones fueron siempre buenas, en todo punto de la República donde haya un brote para musicalizar y sensibilizar la sociedad -y que no sea Montevideo-, siempre me parece muy positivo, así que mal nunca iba a estar”.

“Estoy aprendiendo mucho”, dice. Además, por medio de los niños y los adolescentes, está conociendo mucho a los padres: en las clases de música -y sobre todo mediante la sensibilidad “de los gurises”- se puede ver la enseñanza de la casa. “Creo que a esto lo estamos teniendo muy en cuenta, y de hecho nos está ayudando a construir métodos de enseñanza y caminos por los cuales ir. Aún tenemos muchísimas cosas para corregir, y nuestro grano de arena lo ponemos acá, con la música”.

Al continuar el recorrido por la escuela, se ve a un profesor de cuerdas con una niña que lo mira concentradísima. Él es Emilio González, aquel que fue primer violín de Manolo Guardia cuando tenía apenas 15 años. En ese entonces vivía en Montevideo, y en el programa infantil que Miguel Ángel Manzi (conductor y promotor artístico que con Sábados de Tango, entre otros programas, promovió a importantes personalidades, como Aníbal Troilo) tenía en radio Carve, necesitaban un violinista (el joven Daniel Lasca se iba a México).

De Manolo Guardia tiene recuerdos “increíbles”. Juntos interpretaban tango y se presentaban muy seguido en el Club Bella Vista, hasta el día en que Emilio decidió irse a Fray Bentos, “porque extrañaba mucho el campo”. Tiene muy claro que todos los días se aprende algo. “Para mí es un placer poder enseñar algo a los chicos que vienen. Siempre digo que el docente viene a ser como el médico, no todas las capacidades son las mismas, como tampoco lo es la facilidad para aprender. Es importante el ejercicio, y dentro de eso tenemos que desarrollarnos. Tengo alumnos a los que les fue muy bien, por ejemplo, Sebastián Estigarribia -que participa en el Club de Tobi y en La Orquestita, de Leo Maslíah, además de dar clases en la escuela- y Piero Vittori. Pero la verdad que el mérito es compartido, muy especialmente cuando se trata de alumnos, uno nunca es maestro solo”, comenta.

Siempre tiene la incógnita de si sus alumnos estudiaron, ya que en la etapa inicial le da especial hincapié a la toma del arco, la responsable de la expresión del ejecutante. Abre el estuche del violín para demostrarlo, donde se puede ver, entre recortes de diario, una foto de su madre en blanco y negro. “Mire lo que puedo hacer con el arco”, dice, mostrando las dinámicas tan distintas: “¿Vio? Es esencial saber tomarlo bien”. Asegura que aquel que cuenta con un oído afinado corre con una gran ventaja, ya que técnicamente el violín tiene una afinación perfecta, incluso cuando sea muy difícil que un violinista no desafine: “Es importante que el alumno tenga los conocimientos técnicos, porque, como recién le indicaba grosso modo, la expresión surge de un método que puede volverse accesible para la capacidad de cada uno”.

A largo plazo

“En Montevideo no encontré lo que estaba buscando, me pareció más valioso volver y trabajar en algo que me interesaba; a la vez que sentía cierto compromiso con el lugar en el que había comenzado”, dice Leandro Estevez, quien desde chico decidió que se iba a dedicar a la música. Cree que en Mercedes tienen la ventaja de manejarse con otros tiempos, y así poder vivir de otro modo. Pero, en los primeros tiempos, el medio no contaba con mucha diversidad y mucho menos estímulos. Por eso fue que en la primera etapa de la escuela se dedicó a crear interés, especialmente en las generaciones más jóvenes: “Me doy cuenta de que hay una diferencia abismal entre mi generación y las que vienen después, sobre todo en cómo ven la música”.

Leandro cuenta que el movimiento ha posibilitado que llegue mucha información, tanto a través de lo académico como a través del intercambio con otros músicos. Considera muy valiosa esta posibilidad de intercambio, ya que por medio de internet se puede acceder a mucha información, pero no se pueden conocer los distintos puntos de vista, “y en lo personal, he cambiado bastante el modo de pensar”.

En esa primera época venían distintos músicos -como Osvaldo Fattoruso y Santiago Gutiérrez- una vez al mes, para realizar una introducción de los instrumentos y que todos pudieran conocerlos. Con el paso de los años, el sistema ha cambiado. “Hay que tener en cuenta que ahora van a un festival, y eso para un chiquilín es un cambio radical”, principalmente porque diez años atrás no “podían ver nada”. Ahora, además de la escuela y el encuentro de enero, se convocan conciertos mensuales de manera regular. En la primera etapa de la escuela todos los docentes eran montevideanos, pero eso fue cambiando con el tiempo. Tanto Leandro como Federico Villalba (profesor de Vientos), por ejemplo, fueron alumnos de la escuela y hoy participan como docentes.

Leandro dice que a futuro la idea es que se pueda continuar con una educación terciaria, principalmente por las altas probabilidades de que alguien que llegue a los 18 años emigre a Montevideo: “Para que se genere el cambio que realmente necesitamos, se vuelve imprescindible retener gente, algo que también tiene que ver con la descentralización. No puede ser que a esta altura se dependa tanto de tener que viajar, porque no todos pueden, y a veces no todos quieren”.

Incluso, a veces se lamenta de que haya una idea generalizada de lo que es Mercedes por medio del festival: “Se tiene la sensación de que acá hay una movida espectacular, cuando en verdad no es así. Éste es un trabajo de hormiga que se extiende a lo largo de todo el año”.