La Villa Santo Domingo Soriano fue la primera población de la Banda Oriental. Fundada en 1624 como una reducción de indios chanáes, en la actualidad es un pueblo de 1.000 personas, sin médico, partera ni cura, aunque cuente con la primera iglesia católica del país. “Aquí nació la patria” es la leyenda que se repite entre todos los habitantes de la villa, orgullosos de esa historia que los persigue de cerca.

“La villa va pa’ atrá”, dice Colman, tropero de una estancia cercana al Rincón de la Higuera. Su casa fue una de las elegidas por el argentino Jaz (Franco Fasoli) -considerado uno de los muralistas más influyentes del mundo- para trabajar: “Me preguntan quién lo hizo y cuánto me cobraron, porque acá no hay pintores que hagan esto. Incluso un vecino quería que le hicieran perros y caballos...”, cuenta Colman, que se sorprendió mucho cuando le pidieron permiso para pintar la casa. Se fue a trabajar y al volver el mural ya estaba hecho: “No lo podía creer... si hasta el vecino cortó los árboles para que lo vean mejor. Y todavía, gratis...”, dice, riendo.

Para Luis Alberto los murales ya forman parte de la villa, y cree que de a poco se pueden ir creando otras cosas. Ahora es el almacenero del pueblo, pero cuando era joven participaba en una orquestita: de niño había viajado a caballo para estudiar música con una mujer que daba clases de acordeón a piano, y con eso se había entretenido unos años, aunque “en el año 70 le di la última serenata a la que ahora es mi mujer”. Norma lo acompaña en el negocio, y dice que disfruta de esas “paredes pintadas” a diario.

Desde adentro

En diciembre de 2012 se instaló en Villa Soriano la residencia artística Vatelón, a cargo de los cineastas y fotógrafos Andrés Boero y Clarissa Guarilha. Como coordinadores de la residencia evitan invitar a artistas con un perfil determinado, ya que su objetivo es que el trabajo que desarrollen los residentes se vincule con el pueblo, “sin invadirlo con algo que les sea ajeno, que no comprendan o que sientan que no son parte de eso”, dicen. El objetivo es que el trabajo del artista se relacione o pueda convivir con el espacio y los habitantes de la villa.

En 2013 se llevó a cabo una experiencia piloto que pudieron desarrollar gracias al fondo para el Fortalecimiento de Instituciones Artísticas del Interior (del Ministerio de Educación y Cultura): “La residencia es la casa donde vivimos, así que calculamos más o menos cuántos invitados podían venir, y pudimos cubrir los gastos de diez artistas” que decidieron vivir la experiencia de Villa Soriano. Algunos de ellos fueron el muralista alemán Harry Gelb; la documentalista mozambiqueña Yara Costa, quien, investigando posibles vínculos con la comunidad, descubrió que desde su propia isla habían salido dos barcos hacia Uruguay a mediados del siglo XVIII; la brasileña Taina Miê, activista del movimiento agro-ecológico y de lucha por los derechos de los pueblos tradicionales, que además se ha dedicado a estudiar historia indígena y política latinoamericana; y el colectivo montevideano Licuado (Florencia Durán y Camilo Núñez), entre otros.

El primer objetivo que se plantean los coordinadores es descentralizar y cuestionar el lugar del arte. “Simplemente planteamos un punto de vista crítico y varias posibilidades. Creo que la residencia es un lugar para la experimentación, y más que soluciones estamos buscando formas de vivir y de hacer arte. La idea es tener un acercamiento más detenido a la naturaleza”, dice Andrés. En este sentido, varios residentes dieron talleres de permacultura, bioconstrucción, usos de plantas medicinales (utilizando los saberes populares de los ancianos del pueblo) y las diversas raíces africanas que se pueden ubicar en el candombe y el carnaval.

“Con los talleres que hicimos para niños, por ejemplo, reunimos a los ancianos del pueblo y los llevamos a la escuela para que hicieran reconocimientos de plantas con los niños. Nos sorprendimos muchísimo cuando salimos a buscar árboles autóctonos y los niños los identificaban con facilidad, debido a la tradición oral, que no forma parte de un conocimiento institucionalizado. Tratamos de reflexionar y cuestionar el lugar de donde venimos, y a la vez promover nuevos movimientos culturales. Creo que ése es el trabajo de la residencia”, dice uno de los coordinadores.

Al ritmo del río

Andrés Boero nació en Dolores y sus abuelos tuvieron una relación muy estrecha con Villa Soriano: su bisabuelo vivió toda la vida en la villa como montaraz, y fue él quien le habló de ese lugar, de sus cuentos y sus memorias. Cuenta que estuvo vinculado a la cultura desde niño, y ya había hecho varias cosas en Villa Soriano, a la vez que ya había vivido una experiencia de lo que era una residencia artística en 2010, cuando un cineasta mexicano y otro boliviano se instalaron en su casa mientras montaban un largometraje. De modo que “las ideas y las experiencias se van sumando, no es que esto haya salido de la nada”. Considera que Villa Soriano siempre fue un polo de resistencia, que ahora ha dado paso a una resistencia cultural, “tratando de cuestionar cuál es el lugar del arte, al provocar el desplazamiento de artistas hacia la villa”, y que los pueblerinos no necesiten viajar a un polo urbano cercano para acceder a él. De hecho, les interesa mucho trabajar la idea del desplazamiento, que el artista se movilice de su lugar de creación y llegue a un nuevo espacio “prácticamente virgen en muchas cosas”. Cuestiones que le otorgan mayor sentido a que el centro descentralizado sea en Villa Soriano.

Dicen que hay personas de la villa relacionadas con el arte, como poetas, escritores y pintores. “Hay artistas que pertenecen al movimiento estable y otros que se encuentran en una dimensión paralela, que vienen a trabajar a Villa Soriano. Nos interesa que esa gente, el pueblo y los niños tengan la posibilidad de tener este intercambio con artistas que pertenecen a un universo totalmente diferente. De este modo, creo que se concreta una simbiosis positiva, tanto para el pueblo como para los artistas que vienen a trabajar. La idea es dialogar con lo ya existente y en base a eso, construir. Mirar de dónde venimos para proyectar el futuro; éste es un lugar abierto a la experimentación.”

Para ellos fue una experiencia increíble el hecho de que se instalen muralistas de Montevideo o Buenos Aires. Como dice Clarissa, “es muy loco cómo un grafiti en Montevideo o en Berlín es una mancha más al tigre, pero uno en Villa Soriano, donde no hay nada, se transforma en un monumento: la gente se saca fotos, habla de eso y lo incorpora a su cotidiano”. Claro que la idea no es convertirlo en un monumento, ya que en algún momento serán repintados; la idea de los directores es que siempre estén cambiando.

“No queremos ir y poner una bandera de conquista, ése es el peligro que corremos a nivel cultural -en cuanto a lo contemporáneo, ya que con la tradición cultural la relación es muy fuerte, hay festivales propios desde hace mucho tiempo, por ejemplo-. Nuestro límite es muy delicado, sobre todo por cómo trabajar sin imponer. Una de las grandes ventajas es tratar de incluir, precisamente para no imponer, para que las cosas que surjan sean de un cruce orgánico entre los que llegan y los que están”. El ejemplo de esto es uno de los grafitis a cargo del colectivo Licuado, “Al ritmo del río”, que define el ritmo del pueblo, una zona inundable por el río Negro.

Cuando Jaz les dijo que le interesaba ir no lo podían creer, ya que ni siquiera en Montevideo había estado. “Para nosotros fue como tocar el cielo con las manos”, dicen.

“Yo creo que haber compartido esa experiencia fue tan enriquecedor para Licuado como para Jaz, Theic -muralistas con los que convivió el argentino-, la gente del pueblo y nosotros. Después trajimos artistas que trabajaron con la historia indígena y una artista visual de San Pablo,” entre otras disciplinas.

Si bien están buscando institucionalizarse, no les gustaría que la residencia pierda la libertad con la que se manejan, que es parte esencial de Vatelón. Tanto Boero como Guarilha estudiaron en la EICTV (Escuela Internacional de Cine y TV) de Cuba, conocida por su importante tradición antiescolástica, y creen que desde esa impronta viene mucho de lo que hoy en día es la residencia.

Este año están pensando cómo articular el proyecto para que tenga continuidad. “En este momento estamos buscando empresas [al integrar los Fondos de Incentivo Cultural] que nos quieran apoyar a través de incentivos fiscales, y así aportar al proyecto”, sin perder la libertad y la independencia actual.

Orgullo de mi región

A los del pueblo les brilla la cara cuando cuentan la historia. Parece que José Artigas se instaló en un predio de Villa Soriano junto a Isabel Velázquez -o Sánchez, no se sabe bien el detalle-, con quien tuvo cuatro hijos. Ese terreno, que hoy llaman Solar de Artigas, fue comprado a modo de inversión por don Estébez, quien le encargó a un artista tacuaremboense el retrato del prócer. Lo cierto es que el Solar de Artigas está próximo al centro de la villa, y cuando uno se acerca es inevitable que le llame la atención esa escultura: se puede ver a Artigas con unas manos grandes sosteniendo un mate y acariciando un perro amigo, mientras mira la lejanía, con sus ojos bien celestes. Si bien el cartel de venta está al día, las malas lenguas comentan que el Solar de Artigas está un poco más lejos, quién sabe dónde.

En Villa Soriano se puede encontrar un bar regenteado por una mujer llamada Walkiria, un artesano -El Orejano- que fue exiliado político durante la última dictadura militar y se decidió por la tranquilidad del lugar, y una osa de peluche -tamaño natural- que en medio de un jardín espera el Mundial.

Walkiria cuenta que se crió en el bar y que el ambiente le gusta mucho. Los visitantes son los tomadores de bar, “acá no te viene mucho joven. Aquel, por ejemplo, dejó hace un año y ahora volvió a tomar. Bebió toda la vida y no aguantó”, dice, mientras describe a los parroquianos. Le gustan mucho los murales porque cree que son un gran atractivo para la villa.

“Qué lindo está pintao ese muro..., pero lo primero que vi fue el de la escuela, lindazo. Qué barbaridá”, dice el paisano Rivero. Si bien trabaja en el campo con animales, dice que el sueño de su vida es ser guasquero; “me olvidé de llevar cuadernos a la escuela por llevar piola pa’ trenzar”, dice, mientras se enorgullece contando que fue el único guasquero; de Soriano en ir a hacer el curso al Prado, en el año 2000, del que guarda las fotos. Rivero nació en el Paraje La loma y se vino a Villa Soriano cuando se casó. Entonces compró el rancho -o “la tatucera”, como le dice-, hace 32 años. Le encanta todo el folclore. Dice que se iba a dedicar a trabajar en la rienda de caballo que está haciendo pero se distrajo viendo a Argentino Luna (“la vieja tiene un televisor y un coso de mirar [un DVD], y me entretuvo, porque me encanta”).

Cuenta que fue dueño del mejor caballo de la Villa, herencia de su finado padre: “Ese caballo sabía escribir, sabía conversar, sabía todo”. Pero lo tuvo que vender cuando se enfermó su hija Ramona, que “gracias a Dios está entre nosotros”. Mira el mural hecho por Jaz y parece que reflexionara en voz alta, “No le va’ hacer bien a la villa esa pintura... Yo le voy a dar pa’ que me dibujen algo alguna ve’”, dice con picardía.

Posibles presentes

El sábado se desarrolló el cuarto evento de Villa Soriano, organizado por la filial del Club de Leones con el fin de recaudar fondos y proveer algunos recursos que le hacen falta en la comunidad. Jorge Parodi, presidente del Club, cuenta que esta vez se hará para poder ofrecer los servicios de un dentista. Dice que no se debe olvidar que en la villa la población vive de la pesca artesanal y del trabajo rural, de modo que los recursos no son suficientes para costear una atención bucal en Dolores o Mercedes. Ya firmaron un convenio con ASSE y con la intendencia para que los dentistas vayan a hacer un estudio de urgencia, principalmente a niños y jóvenes.

El evento incluyó diversas participaciones: el fotógrafo Mauro Martella inauguró su exposición Bisiesto en la estación fluvial, donde se pueden observar las 366 fotos de los 366 días que fotografió con su cámara, y por otro lado, en el salón de la Junta se presentaron distintos grupos musicales, entre los que se encontraban La Dolores y Emiliano & el Zurdo, acompañados de una gran fiesta popular, entre asado con cuero y chorizos de rueda. El encuentro comenzó con un baile folclórico del grupo Los 33 Orientales y continuó con un desfile de aspirantes a la reina de Villa Soriano, en el que se podía ver a las madres acompañando a las modelos antes de subir al escenario. La fiesta continuó hasta altas horas de la noche, sin que los veteranos abandonaran el recinto, manteniendo la misma energía inicial.

Esta comunidad, que depende de la naturaleza, se diferencia mucho de las ciudades más próximas, como Dolores o Mercedes. Los pueblerinos se lamentan de que no haya ni siquiera un liceo, y que la gente joven esté destinada a emigrar, incluso para poder trabajar. El almacenero de la villa -Luis Alberto- cuenta que hay algunos votantes del Frente Amplio, pero en la departamental votan a los blancos, “por saber la poca fuerza que tiene el Frente en la zona, y buscar lo mejor para la villa. A nosotros nos defiende siempre la parte del departamento, los demás ni se acuerdan que todavía existimos. Incluso aunque este blanco que tenemos ahora no piensa mucho en nosotros”.

En medio de esta comunidad tan particular, el proyecto multidisciplinario Vatelón parece llevar adelante un importante movimiento descentralizado, incluyendo a los habitantes en ese colorido trabajo que no sólo llama la atención de los visitantes, sino también la de ellos mismos, mientras sus vidas persiguen el ritmo del río.