Cristina le pasa la posta al presidente de la Cooperativa de Trabajadores del Emprendimiento Popular Alimentario (CTEPA), Roberto Curci, quien nos da una túnica y un gorro, e intercalándola con el recorrido por la fábrica, nos va contando la historia de la cooperativa. CTEPA surgió hace cinco años, a raíz de un conflicto en la industria de fideos entre las fábricas Las Acacias y Puritas durante el Consejo de Salarios de 2009, tras el que unos 50 obreros quedaron sin empleo. “Fue de una agresividad pocas veces vista”, recuerda Roberto, pero a la vez rescata que “al ser tan grave, la represión favoreció que tuviésemos gente”. “Por lo general siempre se echa a los trabajadores, pero en este caso se echó a trabajadores, vendedores, oficinistas”, agrega. Según él, esta “mezcla de conocimiento y saberes” fue lo que “hizo este proyecto muy aceptable y muy posible de realizar”.

Así arrancó. En agosto de 2009 formaron la cooperativa y después, tras el cambio de gobierno en 2010 y la creación de instituciones como el Fondo para el Desarrollo (Fondes), obtuvieron los créditos para empezar a hacer andar el emprendimiento. (ver la diaria del 13/03/13)

“Hoy cubrimos alrededor de 2.000 kilos en una jornada de producción”, continúa Roberto, mientras echa harina en una máquina y Cristina -que sigue con nosotros- lo interrumpe para agregar que la capacidad de la fábrica, si se produce todo el día, es de 4.000. La cooperativa trabaja de las 8.00 hasta las 22.00, en dos turnos de nueve horas de lunes a viernes, pero el objetivo es llegar a producir las 24 horas, como se hace normalmente en la industria del fideo. “Al tener una caldera y un sistema de secado perdés mucha energía cortando; por eso las fábricas de fideos y de galletitas trabajan 24 horas”, explica Roberto, quien asegura: “Cuando nos ganemos un lugar más fijo en el mercado, nuestro objetivo es tener tres turnos de ocho horas”. “Por ahora estamos bien, nos estamos haciendo de stock para guardar”, agrega, mientras muestra los cinco silos con los que cuentan para guardar lo que producen y otras dos habitaciones con ese fin.

El sabor que los une

“Somos unos 16 los que arrancamos con esta primera línea, de los cuales dos son vendedores. Y después de eso vamos a ir creciendo en gente”, dice Roberto, mientras nos va presentando a cada uno. Una de ellas es Laura, una estudiante de Ingeniería en Alimentos de 24 años que por el momento se encuentra trabajando como voluntaria entre 20 y 40 horas semanales. Se la ve a gusto con este trabajo, quizá un poco distinto de lo que imaginaba cuando le hablaban de una pasantía en la facultad. “En mi vida tenía una parte social que me interesaba, y trabajar en un ámbito cooperativo era una de las cosas que buscaba”, cuenta a la diaria. “Más allá del trabajo rutinario -acá es hacer fideos, pero puede ser lo mismo que en otra fábrica-, hay una dinámica distinta y la calidez de la gente también es diferente. Tenemos una distribución de tareas, pero en definitiva todos somos lo mismo”, agrega, y cuenta que cuando se reciba va a seguir trabajando ahí.

Seguimos recorriendo la planta y Roberto nos muestra ahora la sala que tienen para “pasar el rato” -sencilla, con una heladera, una cocina, y tres mesas- y nos habla del “muy buen vínculo que se ha creado” con el barrio. “Nosotros no somos de acá, recién ahora entraron los primeros tres gurises de Las Piedras”, dice y en este sentido considera que la interacción fue ocurriendo “de a poco”. “Nos fuimos ganando el respeto del barrio. Los vecinos vieron el perfil nuestro y nos fueron aceptando a medida que pasaba el tiempo. Reconocieron que no veníamos a hacer ningún experimento extraño, sino a poner una fábrica, a trabajar”.

“Se va tejiendo algo”, ya que “esto es un ida y vuelta en el que estamos todos metidos. Si nosotros seguimos funcionando y creciendo, los vecinos que tienen negocios en la vuelta también van a seguir funcionando y creciendo con nosotros”. La idea es que el vínculo sea recíproco: “Nos trajeron unos 600 currículos, que no podemos colocar; entonces lo que hemos definido con la comisión social [de la cooperativa] es clasificar de acuerdo al perfil y hacer cursos de capacitación con ellos”.

El camino de la cooperación

Mientras sigue el recorrido, Roberto nos va mostrando las máquinas y explica que la mayoría “son viejitas, de más de 50 años”, que fueron compradas a Fideerías y Molinos del Uruguay con un préstamo que les facilitó el Banco República. Las restauraron ellos mismos, ya que “en la barra también hay mecánicos”. “Lo que intentamos hacer es dejar intacta el alma de la máquina, que es lo que sirve -por eso el nombre de los fideos-. Es un sistema arcaico, pero muy seguro. Aceptamos que la tecnología puede mejorar todo lo demás”, dice.

La apropiación de los objetos y del lugar se nota en todo el recorrido; todo tiene un pedacito de alma de algún otro lugar. Es que la mayoría se fue gestando de a poco, con trabajo y esfuerzo de muchos de los que quizá, después de estos cinco años, ya no están, y de otros que, no teniendo que ver directamente con el proyecto, también se acercaron a cooperar.

Para empezar, cuentan con el “padrinaje en el tema cooperativo” del Molino Santa Rosa. Ellos fueron los que les avisaron que estaba disponible el lugar y también los que los proveen de harina en la medida que pueden. “También nos dieron una mano otras cooperativas, como la Artigas [ahorro y crédito] y la 14 de Agosto [a cargo de un parador en Atlántida]”, dice Roberto. La planta, además, fue construida por la Cooperativa Pavycon. A la hora de hacer contrataciones nos cuenta que “siempre que podemos priorizamos las cooperativas a un emprendimiento individual o patronal. Es como un lema que hay acá, ya que a los cooperativistas todo nos cuesta un poco más, por lo que tenemos que estar todos juntos en esto”.

Respecto de la interacción con el Parque Tecnológico Canario -que acogió en sus instalaciones el emprendimiento-, Roberto dice que por el momento “tenemos un buen lugar, que cuidamos y custodiamos nosotros”. Sin embargo, no consideran que sea “una buena solución; a nosotros nos hubiera gustado -y ojalá podamos en el futuro- interrelacionarnos con los empresarios que están trabajando acá, pero nos tienen que aceptar como somos. No podemos cambiar la manera de ser”.

Aquí y ahora

Pasamos al último tramo de la fábrica: la parte de atrás, que para ellos refleja lo que queda por construir. Están armando tres máquinas más -una moñera, que es de las figuras de fideos que les falta, y dos más-. También están considerando techar el fondo para agrandar la fábrica, “pero por ahora tenemos que ir paso a paso”, considera Roberto.

“Estamos en la etapa previa de hacernos conocer, y con poca publicidad porque no tenemos fondos como para hacer mucho”, dice. Aun así, afirma que “tenemos la suerte de contar con vendedores que son idóneos en vender este producto” y que les juega a favor la calidad de los fideos. “Hay un deterioro en la calidad de los productos alarmante”, opina respecto del sector. “Se están utilizando materiales muy poco confiables, y en este sentido la idea de la cooperativa es restaurar -así como hemos restaurado esas viejas máquinas- el valor del alimento, de comer bien, de comer sano”, dice y agrega: “Aunque sea a ese 10%, 15% [del mercado] que podamos dirigirnos, que sea un sector de gente consciente de lo que come”.

Ya de vuelta a una de las salas de stock, Roberto se detiene en el paquete del fideo: verde, con el logo Alma, el eslogan “el sabor que nos une” y la particularidad de que “se mantiene parado”. “Queremos hacer algo con eso”, dice, imaginando una futura publicidad.

También nos cuenta que los próximos pasos serán “tratar de llegar a lograr las demás líneas” y a su vez exportar a Venezuela, Brasil y Estados Unidos. “Creemos que exportar es bueno para nosotros, y también pensamos que es bueno para el país. Puede ser que si exportamos, la posibilidad del alimento sano esté restringida para los uruguayos, pero para sostener la fábrica tenemos que vender afuera; si no, no nos dan los números. Además, vender afuera es también poner la marca ‘Uruguay’ en otros lados”, reflexiona el cooperativista.

“El proyecto es muy convincente, está muy bien hecho. Tiene estudio de mercado, sabemos a dónde nos dirigimos”, afirma. “Ahora estamos en una etapa de cómo nos dirigimos, pero eso ya es parte de nuestro trabajo”, dice, en referencia a lograr independencia de los instrumentos que el gobierno ha facilitado para que llegaran a este momento.

Sobre la identidad del emprendimiento, considera: “Somos una cooperativa, pero no cualquiera; una de autogestión. Tenemos pautas de convivencia que nos ordenan un poco cómo trabajar, y que ayudan al que entra a saber adónde entra”. Para ellos, tener una cooperativa “no es solamente repartir lo que hay, es tener estrategias de crecimiento, pero de crecimiento de la sociedad en la que te tocó estar”.