En California es el otoño del año 1980. Un centenar de alumnos comienza un curso los jueves a las 14.00. Hace calor y son demasiados, pero esto no parece importar. ¿El profesor? Un escritor argentino, Julio Cortázar. “Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico”. Probablemente a todos les haya resultado inquietante este antimétodo, que se advertía al inicio del primer día de clases. Pero, en verdad, el escritor ya contaba con varias notas y numerosos libros programados, para dictar, a lo largo de dos meses, ese curso sobre las claves de su obra, en la Universidad de Berkeley.

Julio Cortázar. Clases de literatura, del investigador español Carles Álvarez, es una minuciosa transcripción de las 13 horas de clases que impartió, y, según sugiere el propio autor, bien podría titularse “El profesor menos pedante del mundo”. Pero ¿qué hace el iconoclasta antiimperialista dando clases en una universidad estadounidense? Su gran amigo Pepe Durand lo convenció de dar estas charlas, con la promesa de trabajar poco y leer mucho. La propuesta era cierta; el argentino pudo escribir “Botella al mar. Epílogo a un cuento”, que luego incluyó en su último libro de relatos, Deshoras.

Cortázar jamás había pensado en un libro que registrara las ocho clases, tal vez, precisamente, porque no se trataba de lecciones. Las charlas de literatura a cargo de escritores consagrados ya se han convertido en un género aparte: se podría citar Borges oral -cinco conferencias en la Universidad de Belgrano-, Las lecciones de literatura, de Vladimir Nabokov, y Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino. La publicación de Nabokov se puede leer como un aprendizaje literario, mientras que la de Cortázar se lee para aprender sobre él: “El español es mi lengua de escritor y hoy más que nunca creo que la defensa del español como lengua forma parte de una larga lucha en América Latina que abarca muchos otros temas y muchas otras razones de lucha”, o “Si finalmente tuviera que elegir así, a vuelo de pájaro, un cuento sobre todos los que he escrito pienso que ‘El perseguidor’ sería mi elegido por muchas cosas”. El acceso a este material posibilita reconstruir un aporte importante sobre el escritor y su obra, ya que en la literatura de Cortázar la oralidad desempeña un rol constante.

Inversiones de valores

La historia comienza cuando Aurora Bernárdez, viuda y heredera de los derechos del argentino, le entregó a Carles Álvarez Papeles inesperados para editarlos en conjunto. Se trató de una extensa colección de textos inéditos y escritos dispersos de Cortázar. Esta colección, publicada en 2009 también por Alfaguara, reunió diversas facetas del escritor, alternando lo lúdico con el cuentista, el comprometido con su tiempo, el conocedor del arte y la literatura, el cronista, el poeta.

Por su parte, en Julio Cortázar. Clases de literatura cada jornada se divide en dos grandes secciones; la primera se dedica a exponer distintos puntos, y la segunda está destinada a preguntas de los alumnos, que pueden participar con total libertad, exhortados a salirse del lugar asignado. Las sesiones, basadas en cierta improvisación, trataron sobre diversos temas, entre los que se encuentran sus etapas como escritor: una primera, que llama estética (“al mismo tiempo que mi mundo estetizante me llevaba a la admiración por escritores como Borges, sabía abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle que circula en los cuentos y novelas de Roberto Arlt”); una segunda, a la que se refiere como metafísica; y una tercera, que define como histórica. Otros temas que se abordan son la fatalidad y el tiempo en los cuentos fantásticos, la musicalidad, la imaginación, el humor, la literatura social, cómo nacieron los cronopios, el proceso de Rayuela, el erotismo en la literatura, con qué debe contar un cuento realista para ser inolvidable, las trampas del propio lenguaje. Pero en las pausas aprovecha para hablar sobre cine, jazz y su gusto por la criminología.

Cuenta que cuando fue a Cuba por primera vez, en 1961, para participar como jurado en el Premio Casa de las Américas, hizo la única contribución que le era posible, la intelectual. Cuando volvió a París, “por una especie de brusca revelación -y la palabra no es exagerada-, sentí que no sólo era argentino: era latinoamericano”. Y agrega que ser un escritor latinoamericano implica principalmente ser un latinoamericano escritor, invirtiendo los términos y la condición. Inmediatamente reflexiona en torno a la libertad creativa, a la que asegura defender por él mismo, por la escritura y la literatura. Ahora, si ese escritor está “comprometido en un campo ideológico y escribe sobre eso, como escritor está cumpliendo su deber, y si al mismo tiempo sigue cumpliendo una tarea de literatura por la literatura misma”, es su derecho y nadie puede cuestionárselo.

El autor de Rayuela aprecia el hecho de formar parte de una generación de escritores latinoamericanos. Cita a narradores como Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa (además hacer de referencia a los uruguayos Horacio Quiroga, Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti). Hay una cuestión que excede lo literario y a la vez es generadora de sentido, que tiene lugar cuando la literatura se convierte en una de las múltiples formas de participación en los procesos históricos que a cada uno le conciernen en su país.

En su obra, este soporte sólo es evidente durante un breve período: el siguiente a 62/modelo para armar, que incluye un momento notorio, el de Libro de Manuel. Con respecto a esto, sorprende la forma en que él mismo critica aspectos de su obra. Por ejemplo, de Libro de Manuel dice que es “sumamente imperfecto” y “flojo desde el punto de vista de la escritura” (punto en el que coinciden muchos lectores).

Si bien estas clases se organizan por género narrativo, rápidamente se bifurcan hacia reflexiones sobre la obra de Cortázar, convirtiéndose él mismo en lector de sus propios textos. Todo esto, acompañado de su asombrosa oralidad, su carisma y su casi inexistente afectación, aliviana a estos encuentros del peso que suele tener el discurso académico, lo que posibilita que los lectores se sientan parte de la atenta platea que constituían sus alumnos.

Realidades

Cortázar plantea que el tránsito de lo fantástico a la realidad no es nada simple, sobre todo por lo indefinible de esa realidad: “La literatura es capaz de crear textos que nos den una primera lectura perfectamente realista y una segunda lectura en la que se ve que ese realismo en el fondo está escondiendo otra cosa”. Confiesa que desde que era niño, lo fantástico era para él una forma de la realidad que en ciertas ocasiones se podía manifestar, pero sin que generara un escándalo dentro de los parámetros de realidad establecidos. En esta dimensión, el argentino incluye el relato breve “En la colonia penitenciaria” y El proceso, de Franz Kafka.

La lectura como proceso creador, el lector como alguien que descifra y a la vez se vuelve cómplice, y el lenguaje como una actividad lúdica, son algunas de los características de sus novelas, y lo que en estos encuentros el escritor intenta transmitir al auditorio. En la última clase, cuando está a punto de perder el vuelo, admite viajar como los cronopios. Pero la falta desde el tiempo no le impide tratar el erotismo en la literatura, al que insiste en diferenciar de la pornografía, ya que ésta siempre es “negativa y despreciable”; sólo aspira a determinadas situaciones cuando el erotismo es un verdadero “tratamiento”.

Este giro inesperado, que convierte su discurso y sus palabras en oralidad, concluye con la despedida de la última jornada, en la que confiesa que esto no ha sido un curso, sino “un diálogo, un contacto”. Se despide presintiendo la ausencia: “Yo los quiero mucho y les doy las gracias. Y ahora sí, ahora ya”.

Entre el ingenio y el azar

Cortázar, de la A a la Z es un libro-objeto muy novedoso, muy cortazariano, con edición de su viuda y de Carles Álvarez. Las fotografías y los textos (algunos inéditos), retratos, manuscritos, portadas de libros, fragmentos de obras y cartas crean un conjunto dispuesto en orden alfabético, como en un diccionario. Se inicia con la A: abuela, adolescencia, álbum de fotos, Arlt; sigue con la B: Buenos Aires, Barcelona, Banfield; luego la G: Gabo, Galicia, Glenda; hasta llegar a la Z: zurda, zzz.

Con el diseño gráfico a cargo del argentino Sergio Kern, esta suerte de álbum biográfico entrecruza los géneros -al punto de volverlo inclasificable-, siguiendo las características del propio escritor: se puede leer de manera lineal o salteando las entradas a piacere.

En las más de 300 páginas, entre las infinitas fotografías que se incluyen, hay entrevistas, trabajos de otros escritores -como La fascinación de las palabras, de Omar Prego-, referencias a las tres mujeres que ocuparon espacios importantes en su vida -Aurora Bernárdez, Ugné Karvelis y Carol Dunlop- y textos de otros colegas, como una carta inédita de José Lezama Lima, al que Cortázar cataloga como “inmenso cronopio”. Define como una “rejunta tácita”, en vez de influencia, la relación que mantiene con Onetti y Felisberto; habla sobre sus infinitos viajes a Cuba, Nicaragua, España y Montevideo, entre otros destinos; y se reconoce próximo a personajes literarios como el Rufián Melancólico, La Bizco y Erdosain. “Si de alguien me siento cerca en mi país es de Roberto Arlt, aunque la crítica venga a explicarme después otras cercanías”, dice en la entrada que corresponde a “autor”.

El libro recopila el prólogo que le escribió a Edgar Allan Poe, en el que asegura que toda biografía es “un sistema de conjeturas; toda estimación crítica, una apuesta contra el tiempo”. Siguiendo el cruce de azar y accidente que signó su vida, reconoce que “los sistemas son sustituibles y las apuestas suelen perderse”.

Ambas publicaciones permiten recrear y cruzar al Cortázar escritor con el cronopio mayor, en una suerte de limbo donde las palabras no dejan de marcar su propio ritmo, y donde la libertad y el juego nunca acaban. Y ahora sí, ahora ya.