Cuando habla de su infancia, la cara del volante se transforma, mientras rememora los comienzos en Nuevo París, su barrio de origen. “Fue donde inicié mi carrera futbolística. En el Lanza México 86, un cuadro de Baby Fútbol. Desde los cuatro años practiqué y ya con un año más empecé en la competencia”. Al dejar atrás el Baby probó en las infantiles de Wanderers. No le convenció. Pasó a las juveniles de Bella Vista y por una equivocación lo dejaron libre. “Cuando llegué a casa mis padres ya sabían porque llamaron al club y les dijeron que volviera, que había sido una equivocación. Pero por orgulloso decidí no ir y fui a Villa Teresa. Fue difícil que me dejasen libre, porque como amás el fútbol te preguntás muchas cosas”.

En Villa Teresa jugó en divisiones formativas pero rápidamente ascendió al primer equipo tras la fusión entre el club de Nuevo París, Salus y Huracán de Paso de la Arena, que originó al efímero Alianza. Allí, con 18 años, fue donde realmente se formó. “La gran base de lo que soy hoy como persona lo saqué de ahí. Había que hacer mucho sacrificio para jugar y poner cabeza. No cobrábamos, no había plata para el boleto e íbamos en bicicleta. Creo que eso es lo lindo del fútbol, porque cuando tenés todo te enseña a valorarlo”. Tras la desafiliación de Alianza, Gonzalo pasó a la Tercera División de Liverpool. En Belvedere lo dirigió Juan Verzeri, con quien fue campeón tras un triangular ante Peñarol y Fénix. En Primera no pudo conformar y, por recomendación del ingeniero, pasó a Juventud de las Piedras, dirigido por Julio Ribas. “Jugamos en la B y ascendimos después de tres años en un partido con Cerro Largo en Treinta y Tres. Julio [Ribas] es un entrenador muy motivador, es muy temperamental. Lo que me llevé de él fue esa entrega y eso de nunca rendirte”.

En 2008 debutó con Juventud en la A. Tuvo un gran desempeño y Juan Ramón Carrasco puso los ojos en él. “River me compró. Me puse muy contento porque fue una compra elevada para lo que es el medio. Pasaba de un equipo sacrificado y con mucho esfuerzo a otro que iba a jugar copas internacionales y ya tenía un nombre en el fútbol uruguayo. Fue un sueño”. Si Julio Ribas le había dejado cosas importantes, J.R. también lo marcó a fuego. “Le gusta el juego rápido y el ataque. Juan [Ramón Carrasco] me inculcó la marca técnica, el jugar a dos toques con la cabeza levantada. Además tenía responsabilidad porque muchas de las jugadas de él las arrancaba el volante central”. Con el “tiqui-tqui” de Carrasco jugó la Copa Sudamericana en 2009, en la que llegaron a semifinales y cayeron con Liga de Quito en Ecuador. Jorge Giordano se interesó en su ficha y pasó a préstamo a Danubio. “En lo colectivo no se lograron los objetivos y nos fue mal. Volví a River, jugué y me salió la posibilidad de viajar a Toluca”.

-¿Cómo fue esa experiencia del exterior para vos que la tuviste que pelear bastante?

-Es inolvidable esa experiencia. Es otro mundo. Cuando me enteré fue un logro para mí y mi familia. Todo jugador sabe el sacrificio que se hace acá en Uruguay. La diferencia económica está en el exterior. Se me dio, pero no fue como esperaba. Pensaba quedarme varios años. Fui con una opción de compra pero no hicieron uso y cambiaron de extranjero.

Otra vez volver a River, era como tu cable a tierra, ¿no?

-Fue difícil volver. Porque jugás con otra infraestructura y lo económico es distinto. Hasta la prensa. Igual venía con ganas de tener otra oportunidad. Traté de borrar eso lindo y no trasladarlo a mis ganas. Lo guardé en lo mejor de mis recuerdos y arranqué desde el vamos. Creo que en la vida hay golpes más duros.

-Si algo te faltaba como jugador ahí terminaste de conformarlo, porque tuviste un buen desempeño, te eligieron como el mejor volante y otra vez a Danubio. ¿Con qué expectativas fuiste?

-Sí, creo que ahí exploté del todo. Llegué a Danubio con mucha madurez. Si bien es fácil hablar con el diario del lunes, yo le dije a Curutchet [Óscar, presidente de Danubio] que quería ser campeón ahí.

-Tuvieron un gran Apertura, aunque perdieron partidos claves. ¿Qué pedía Leonardo Ramos y por qué crees que no llegaron a la final con chances de ser campeones sin depender de otros?

-El Apertura fue muy bueno. Ganamos partidos bravos de visitantes, además de a Nacional, a Peñarol y a Defensor. Leo [Ramos] nos pidió mucha solidaridad en la marca y nos daba total libertad en el juego. Esos partidos perdidos fueron duros. Sobre todo el que perdimos con Rentistas en Jardines. En la siguiente práctica, que creo fue la mejor del año, cada uno expuso sus sentimientos y dijo lo que sentía y a dónde quería llegar. Fue increíble porque todos apuntábamos a lo mismo, y eso sólo lo consiguen los grandes grupos.

-En el Clausura Danubio no fue el mismo. ¿A qué lo atribuís?

-Arrancamos con el mismo pensamiento que en el Apertura. No entrábamos pensando que ya teníamos una semifinal asegurada. Realmente es difícil analizarlo.

-Llegaron a la última fecha con chances de ganar la Anual, pero tuvieron un primer tiempo muy malo ante Sudamérica en el que perdían 3-0. Los hinchas decían: “Si jugamos así perdemos el campeonato, pero si vamos como en el segundo tiempo somos campeones”.

-Ninguno de los demás partidos fue tan malo como ese arranque. No le encuentro explicación, pero nos quedamos con esa rebeldía y esa actitud en el segundo tiempo. Lo remontamos, no es fácil levantar un 0-3, y hasta casi lo ganamos.

-Wanderers llegaba mejor a las finales por su buen juego. ¿Eso los benefició? ¿Qué tuvo que ver ese video motivacional que vieron al comienzo?

-Sabíamos perfectamente en lo previo que no teníamos mañana. Ese video fue impresionante. La prensa de Danubio se movió muchísimo y lo destaco. No hubo un jugador al que no se le cayera una lágrima. La gente que habló en el video lo hizo desde el corazón. Es esa gente que se pone feliz con nosotros y que sufre.

-Pasó el 0-0, un partido que valía, y llegó la gran final. ¿Costó no imaginarse con la copa?

-Ese segundo partido era muy valioso porque podía darte puntos, pero ellos nos estudiaron mucho y fue difícil jugar. El tercer partido fue increíble en lo previo. Se jugó muchas veces en mi cabeza. Por momentos estaba en casa y me imaginaba levantando la copa.

-Una final emocionante. ¿Pensaste que lo empataban cuando perdían 2-1?

-Se veía muy difícil. No veíamos por ningún lado la igualdad. Wanderers después del segundo tanto tenía la pelota y juega con Pastorini [Rodrigo] de zaguero para cuidarla más. Desaprovecharon dos oportunidades claras. Creo que el hecho de querer empatar nos ayudó. Querer es poder.

-¿Fueron mejor a los penales por ese momento anímico? ¿Se controlan las emociones?

-Pienso que sí. Fuimos con otra confianza. A ellos les pegó muy duro. Las emociones son difíciles de controlar, pero es más fácil para el que está dentro que para el que está afuera. Quedó demostrado cuando Salvador [Ichazo] fue a cabecear los dos tiros de esquina. No importaba perder 2-1 o 3-1, queríamos igualar.

-Parece que sos un tipo tranquilo. ¿Por eso pateaste el primer penal?

-Me considero tranquilo y con calma. A veces un poco temperamental, pero eso queda en la cancha. Me sentía bien de ver el esfuerzo que hizo el equipo en los 120 minutos. Estaba confiado. Viene el Leo [Ramos] y me dice: “¿Cómo estás para el primero?”. “Estoy notable”, le dije. Me mandé con confianza. Es difícil patear en esas situaciones, pero el primero es clave. Pateé en aquella definición con San Lorenzo en Argentina y también lo metí.

-¿Y qué sentiste cuando Salvador Ichazo le paró el penal a Nicolás Albarracín?

-Fue inexplicable. Esa corrida que nos hicimos va a ser inolvidable. En ese momento me acordé de la familia. De mi abuela y mi ahijada, que no las tengo presentes. Sentís un orgullo tremendo. Te sentís satisfecho de que entregaste todo. Es como si te explotara el corazón de alegría. Se cumplió un sueño.