La participación de la celeste en el Mundial, poco antes de las elecciones, abre paso a especulaciones sobre la posible incidencia de los resultados deportivos en la disputa del gobierno nacional, pero no parece prudente plantear relaciones lineales.

Cuando la FIFA organizó en Uruguay el primer Mundial, aquí era año electoral y los mandatos presidenciales duraban cuatro años, al igual que el intervalo previsto entre las competencias deportivas. Sin embargo, la coincidencia dejó de darse pronto: la Asociación Uruguaya de Fútbol decidió no concurrir a los campeonatos realizados en 1934 y 1938, y los que deberían haberse jugado en 1942 y 1946 fueron cancelados debido a la Segunda Guerra Mundial. Así que la segunda Copa del Mundo en la que participó Uruguay fue la de 1950.

La tercera coincidencia se dio en 1954, mas no clasificamos para el Mundial de 1958. Sí para los de 1962 y 1966, pero en las elecciones uruguayas de ese último año se aprobó una reforma constitucional que estableció mandatos presidenciales de un quinquenio, de modo que los comicios y las Copas del Mundo se desfasaron.

Desde entonces hasta nuestros días habrían coincidido en 1986 y en 2006, si la dictadura no hubiera alterado la sucesión prevista de años electorales, así que la primera coincidencia posterior a 1966 fue recién en 1994... pero no clasificamos.

Esta nota fue escrita antes del partido de ayer con Inglaterra, sin saber si la celeste seguiría viaje o quedaría eliminada, pero en historia ha existido cierta relación entre el desempeño deportivo de Uruguay y los resultados electorales. En 1930 y 1950, después de ser campeones, ganó el oficialismo (en ambos casos colorado). En 1954 salimos cuartos y también ganó el oficialismo colorado. Pero en 1958, cuando por primera vez perdimos la clasificación para un Mundial, el coloradismo fue derrotado en las urnas por el Partido Nacional, por primera vez en casi un siglo. En 1962 no pasamos de la primera fase y volvieron a ganar los blancos, pero no los mismos, sino una fracción opuesta a la que venía gobernando. En 1966 quedamos afuera en cuartos de final, y el Partido Colorado le ganó al Nacional las elecciones. En 1994 no logramos clasificar y los blancos volvieron a perder el gobierno.

Es claro, por supuesto, que en cada caso los factores determinantes fueron económicos, sociales y políticos, y que la suerte de la celeste sólo puede haber incidido en muy modesta medida, mejorando o empeorando el humor de gran parte de la ciudadanía. Además, el hecho de que exista cierto estado de ánimo no significa que se lo pueda utilizar con facilidad. Vamos Uruguay invitó a ver el partido Uruguay-Costa Rica en su sede central con café, mate, bizcochos y tortas fritas, pero después del 1-3 no repitió la convocatoria para ayer. El Partido Independiente lanzó esta semana una pieza publicitaria que mezcla el apoyo a la celeste y la autopromoción: el resultado es atroz (ver http://ladiaria.com.uy/UEr). Luis Lacalle Pou ensayó, después de las internas, una analogía futbolera en clave de mensaje renovador, diciendo “está muy bien Maracaná, pero yo quiero ganar el Mundial de 2014”. Tabaré Vázquez le devolvió la pelota con su afirmación en España de que la elección será entre “jugadores de la sub 20 o la selección que tiene más experiencia”. Cualquiera de esos mensajes puede volverse contra quien lo emitió.

El proceso conducido por Óscar Washington Tabárez ha quedado asociado, por la simultaneidad, con los gobiernos nacionales frenteamplistas, pero es dudoso que si a la celeste le fue mal ayer o le va mal luego, sea viable medrar electoralmente bajo el planteo de que los ciclos se terminan: no suele ser bien visto bajar línea en los velorios. A la inversa, es probable que si a la celeste le va bien, el clima de euforia no embote las inteligencias a tal punto que rinda presentarse, desde la política, como responsable de lo que pasó en las canchas. Apostar a un determinismo lineal puede ser tan riesgoso como pronosticar resultados deportivos o políticos para 2034.