Los datos gruesos de las elecciones realizadas ayer se pueden leer de dos modos complementarios: como indicadores de tendencias en procesos de largo plazo y como insumos para el análisis de la coyuntura presente. Las perspectivas para las próximas elecciones nacionales, que aún deben tomarse con pinzas, deben considerarse combinando ambas lecturas.

En lo referido a la participación ciudadana, la abstención fue alta y eso dice algo sobre la calidad y el poder de convocatoria de las campañas en los últimos meses, pero también se inscribe en un largo proceso ininterrumpido desde la primera realización de las internas en 1999 hasta ésta, que fue la cuarta. Este dato parece confirmar un creciente declive, en el conjunto de la ciudadanía, del grupo con alto interés en la política que concurre a votar sin obligación de hacerlo.

En cuanto a la relación de fuerzas dentro de los tres mayores partidos, se puede decir que el pleito histórico entre dos grandes maneras de ser blanco permanece, aunque en las internas de ayer y en las de 2009 se haya impuesto, con porcentajes muy similares, la corriente nucleada en torno al Herrerismo. En esta ocasión, con Luis Lacalle Pou a la cabeza, esa corriente desplegó un estilo bastante distinto al que la había caracterizado cuando comandaba su padre, Luis Lacalle Herrera, pero de algún modo estamos ante una “flor nueva de romances viejos”.

A su vez, la vieja puja entre dos grandes maneras de ser colorado está muy lejos de equilibrarse. Bordaberry ganó con un porcentaje semejante al de hace cinco años, y su fuerte predominio sigue acotando la capacidad de convocatoria global del partido.

En el caso del Frente Amplio (FA), no es políticamente significativo relacionar las tres alternativas de 2009 (José Mujica, Danilo Astori y Marcos Carámbula) con la opción de ayer entre Tabaré Vázquez y Constanza Moreira, pero es interesante señalar que ésta obtuvo una proporción muy similar a la lograda en las primeras internas, realizadas hace 15 años, por Astori cuando compitió con Vázquez. No está nada mal, pero el liderazgo del expresidente sigue alineando a una muy poderosa mayoría, ya sea que se lo desafíe “por derecha” o “por izquierda”.

Por otra parte, parece que parte de la disputa histórica entre los lemas fundacionales se hubiera trasladado en cierta medida al interior del FA, donde se mantienen con fuerte peso y en alternancia dos grandes maneras de ser de (centro)izquierda algo emparentadas con lo colorado y lo blanco, sin que otros perfiles accedan al espacio central.

La mayoría de los frenteamplistas más politizados opina que con Vázquez va bien; y la mayoría de los colorados más politizados va con Pedro. En ambos lemas hay también descontentos y malestares, pero las resistencias no han logrado desestabilizar el statu quo. En todo caso, la puerta de escape de algunas sensibilidades batllistas ha conducido al FA; y la de algunas sensibilidades izquierdistas, al voto en blanco.

Mientras la competencia entre grandes corrientes blancas se mantenga en los actuales términos, el predominio de una de ellas puede favorecer en cierta medida a otros lemas. Si Larrañaga fuera candidato a la presidencia, y aun con Lacalle Pou como su compañero de fórmula, una parte de los potenciales votantes del segundo se vería tentada por la oferta de Bordaberry. El triunfo de Lacalle Pou, con independencia de quien sea su candidato a vice, puede hacer más tentadora la propuesta de Vázquez para una parte de los potenciales votantes de Larrañaga. Un porcentaje de la ciudadanía cercano a la mitad, definido políticamente por su rechazo al FA, todavía está allí, como el dinosaurio de Monterroso, pero es decisivo el grupo, mucho menor en cantidad, que no está dispuesto a votar a cualquiera con tal de poner fin a la sucesión de gobiernos frenteamplistas.

La competencia entre Vázquez y Lacalle Pou puede plantearse como una contraposición generacional, con una figura en rápido ascenso y otra que lleva un cuarto de siglo en escena. Pero está por verse a quién favorecerá esto ante el electorado uruguayo, si consideramos su perfil demográfico y su escasa disposición al riesgo, en circunstancias económicas y sociales que distan de ser críticas.

La posibilidad de que el FA se vea beneficiado por el conservadurismo no ha de entusiasmar mucho al núcleo duro de esa fuerza política, pero también ocurre que la disputa con el flamante candidato blanco será más asimilable a una contraposición izquierda-derecha que la que se habría producido con Larrañaga, y por ende más movilizadora desde el punto de vista frenteamplista (al igual que la circunstancia de que ambos candidatos de los lemas fundacionales serán impulsores de disminuir la edad de imputabilidad penal). Paradoja.