Hace unos 20 años, cuando quien esto suscribe era un estudiante de Letras que ni había considerado incursionar en el periodismo cultural, el escritor, librero y notorio personaje Ricardo Henry se contactó conmigo para que lo ayudara en un dilema: se había comprometido a realizar una extensa nota sobre Alejandro Jodorowsky, uno de sus ídolos, para El País Cultural en el plazo de un par de meses, y había llegado a la conclusión de que no tenía la formación investigativa para hacerla. Estaba seguro de que yo tenía los conocimientos y el tiempo libre para cumplir con el encargo. Lo primero era muy dudoso, pero lo segundo era cierto, y además tenía una necesidad imperiosa de trabajar en cualquier cosa, así que acepté el pedido, aclarando que no conocía gran cosa de Jodorowsky, más allá de alguno de sus cómics. Henry me prestó una gigantesca pila de libros, historietas y VHS que devoré de apuro con escepticismo, eventual irritación y ocasional maravilla, pero lo que más me interesó fue justamente una de las pocas cosas que conocía de antes: el proyecto de Dune. Éste había sido ampliamente cubierto por un número de la revista francesa Metal Hurlant, por lo que decidí articular la nota alrededor de esta idea ambiciosa y fantástica.

Entregué una extensa nota trabajosamente mecanografiada, y, un par de semanas después, fui llamado a reunirme con Homero Alsina Thevenet, algo que esperaba, ya que conocía sus detalladas y estrictas ediciones formales. Luego de que me señalara varias fealdades estilísticas y errores gramaticales, Alsina me dijo que la nota estaba bien en rasgos generales, pero que, aunque la hubiera pedido, había decidido no publicarla porque se había dado cuenta de que Jodorowsky era “un loquito, como Dalí” y que no quería darle espacio a gente así en su medio. Pero sobre todo, me explicó, lo que no tenía sentido era hacer una nota que girara alrededor de una película que no se había hecho. “Si no se hizo, no existe, no importa”, me explicó HAT, devolviéndome los originales y recomendándome que escribiera sobre algo más tangible.

Uno era un purrete y no iba a andar discutiendo con Alsina Thevenet, pero me resultó extraño ese juicio lapidario, que anulaba la extensa bibliografía sobre arte teórico, obras perdidas, conceptos irrealizables, trabajos inconclusos, etcétera, así que me fui, con mis dos meses de trabajo inútil bajo el brazo, pensando que jamás volvería a trabajar en prensa cultural.

El año pasado, leyendo el Autorretrato de Homero Alsina Thevenet confeccionado por Ana Solari (Palabra Santa Editorial, 2013), descubro que para el crítico los proyectos de películas no realizadas tal vez no ameritaban una nota, pero sí un libro entero, ya que de hecho él mismo había escrito uno: Films que nunca veremos (Ediciones Victor Sagi, 1978), que trataba justamente de películas que habían sido planeadas pero que jamás habían llegado a rodarse. Suponemos que entre ellas no había ninguna de ningún loquito como Dalí.