Fue el martes. Alemania 7-1 Brasil en Belo Horizonte y por el Mundial. Cuando terminó el partido, el asombro de la catarata de goles alemanes se transformó en tristeza. En mi tristeza. Como esas situaciones que uno piensa que sólo pueden pasar en joda. Esos “¡Fa, imaginate si se comen 4!” que nunca se materializan. Pero fueron 7, y la tristeza llegó. Y cuando a Julio César lo condujeron dentro del campo juego frente al cristal donde lucen estampadas las empresas más poderosas, temí lo peor.

Porque en esa misma situación tuvimos que soportar a Martín Kesman preguntando no una, sino dos veces en la Copa de las Confederaciones, quién había perdido la marca en el segundo gol brasileño, y en este Mundial indagar -escudado en una opinión supuestamente colectiva- dónde había quedado el Cavani goleador.

Y Julio César dio cátedra. Destacó el juego alemán y no escondió el dolor. Luego, el llanto escolar de David Luiz terminó de asentar la tristeza. ¿Por qué tan triste? En la vida 2.0, el boliche del Whatsapp está esperando las 24 horas. Hay mesas para todos: la barra del laburo, los familiares, los amigos y muchas mesas más, esperando ser ocupadas con la restricción del mozo mala onda: no se pueden juntar. Y ahí estamos todos gritando, tratando de comunicarnos y muchas veces mostrando lo peor. Los razonamientos más pobres con argumentaciones que no corresponden de esas personas que tanto conocemos y apreciamos.

¿Qué nos pasa?

Recordé una charla que tuvimos en Deportivo Uruguay con Rafael Mandressi, investigador uruguayo radicado en Francia desde hace tiempo, con la excusa del caso Suárez. Y me aferré a dos perlitas que dejó Rafael sobre la mesa: el espiral de solidaridades primitivas que nos despierta este tipo de acontecimientos y la lógica belicista de las competencias de selecciones.

La necesidad de opinar al instante -cuanto más tajante, mejor- comienza su espiral elevándose de lo individual a lo colectivo en cuanto boliche virtual exista. Y ahí viene lo peor: marxistas que no recuerdan al internacionalismo proletario y otras yerbas que ni el protagonista de Memento sufrió.

Mandressi también planteó que “equipos multiculturales, metidos con calzador en estructuras que responden al siglo XIX, supuestamente están representando a una comunidad nacional definida en términos étnicos”, lo cual hace a la Copa del Mundo un universo nacionalista. ¿Quién resuelve la tensión entre de una organización multinacional como la FIFA, que está movilizando adhesiones nacionales? ‘Ese no es gringo, ni brasileño, su pasión es el dinero, porque es multinacional’, cantó Alfredo alguna vez.

Esto resulta en una lógica belicista que apela “a la defensa de la dignidad nacional, a los valores de la comunidad, la bandera y aquellos relatos heroicos que vuelven difícil salirse de ese registro sin pasar por un mal uruguayo”, decía Mandressi.

Yo sigo triste y la gente alrededor festeja. Y goza con las tapas de los diarios brasileños y practica el deporte que más nos gusta: recolectar cualquier mención del Maracanazo. Hoy no puedo acompañarlos, gurises, hoy no.

Y eso que me comí a los brasucas hinchando por Costa Rica en la caripela y me contaron del “vai embora” frente a Colombia. Ellos lo viven distinto y tienen suerte de que sea así. Pero no pude sonreír en ningún gol alemán, y eso que tuve para elegir.

No sé si lo que nos contó Rafael aquella tarde de Depor tiene que ver con esta tristeza. Mais eu fiquei muito triste.