En el medio rural existen limitaciones que atentan contra la permanencia de la juventud vinculada con la agricultura familiar. Esta juventud se enfrenta a la decisión de la emigración, no porque sea su opción preferida sino porque existen barreras importantes a su inserción, tanto productiva como social, en su territorio. Especialmente la de quienes tienen una mayor formación y son los que están optando por migrar o, como segunda opción, por actividades rurales no agrícolas.

Según el último censo agropecuario de 2011, en la comparación con el censo anterior (de 2000) desaparecieron más de 12 mil productores familiares, una caída récord de 21,4%. Con esas familias emigraron también los jóvenes que las integraban.

La migración tiene entre otras causas la desigualdad de la distribución de la tierra, escalas de producción difíciles de compatibilizar con las explotaciones familiares (que tienen como principal medio de producción el uso intensivo de la mano de obra) y una estructura de servicios básicos insuficiente, que muchas veces actúa como factor de expulsión de la producción familiar. La juventud rural vive las problemáticas y condiciones específicas de su territorio: se caracteriza como dispersa y aislada, y las situaciones más difíciles suelen estar asociadas con dificultades para generar una vida autónoma como la de sus mayores. Esto se expresa particularmente en las complicaciones de los procesos de sucesión, y más en general de las posibilidades de acceder a tierra.

La tierra es el principal medio de producción, y en el caso de la agricultura familiar existe una presión social sobre aquélla, que de costumbre se presenta cuando no es capaz de sustentar a todos sus posibles herederos. Esto sucede cuando una fracción pequeña es repartida entre todos los que componen el núcleo familiar, y la reducida extensión que le corresponde a cada uno se torna en una limitante para la reproducción social a mediano y largo plazo.

Si bien existe una política pública de acceso a la tierra a través del Instituto Nacional de Colonización (INC), éste no cuenta, por ejemplo, con una política específica destinada a los jóvenes, o a ofrecer soluciones en procesos de sucesión. En esa línea, a las instituciones públicas se les reclama, en términos generales, otorgar relevancia a la agricultura familiar e instalar el tema del relevo generacional en la agenda pública. Por ejemplo, pensando en programas de retiro digno para las personas que actualmente están en actividad, lo cual requiere la coordinación interinstitucional del INC, el Ministerio de Ganadería y Agricultura, el de Desarrollo Social, el Banco de Previsión Social, la Comisión Honoraria pro Erradicación de la Vivienda Rural Insalubre (Mevir), etcétera, combinada con líneas de créditos específicas destinadas a jóvenes rurales de la agricultura familiar.

Pero no sólo de la producción vivimos los jóvenes, y en lo referido a la vida social nos interesa destacar dos puntos. En primer término, es necesario trabajar para generar una equiparación de oportunidades entre jóvenes en materia de integración educativa. De acuerdo con los datos del Censo 2011, el porcentaje de jóvenes rurales de 14 a 19 años de edad que declaraba estar estudiando era 64,1%, descendiendo de modo abrupto a 18,6% en la franja de 20 a 24 años, y a 6,8% en la de 25 a 29. Porcentajes similares se dan en localidades de menos de 2.000 habitantes. La proporción no se reduce porque los jóvenes no quieran seguir estudiando, sino porque aquellos que quieren hacerlo deben dejar el medio rural. Esta decisión genera, con el paso de tiempo, desarraigo, desencanto y una adaptación a lo urbano que lleva al desencuentro con el medio rural de origen. Todo esto en la etapa de la vida en que construimos la base de nuestros proyectos de vida: trabajo y familia principalmente. Allí donde vivamos esa etapa es donde será más probable que nos radiquemos.

Debería promoverse la inversión pública con el objetivo de fomentar el aumento de la oferta educativa en el medio rural, principalmente por parte de la educación media, mediante la creación de nuevos centros educativos en al menos alguna de las modalidades ya existentes. En particular se destacan las escuelas agrarias del Consejo de Educación Técnico Profesional (UTU), con régimen de internado y posibilidad de alternancia entre períodos de estudio en el local educativo y de retorno a la comunidad rural. Han resultado una modalidad exitosa en nuestro medio, y podrían ser descentralizadas en nuevos territorios.

Otro factor que incide en el desarraigo de los jóvenes es la falta de esparcimiento y recreación en sus territorios de origen. En este sentido, hay líneas de trabajo desde el Instituto Nacional de la Juventud en apoyo de algunas actividades, que pueden y deben ser profundizadas para que estén más al alcance de los jóvenes rurales. Pero también señalamos, a partir de nuestra experiencia, que los propios jóvenes, organizándose y vinculados con organizaciones de sus territorios, pueden ser gestores de eventos y actividades recreativas.

Éstos son algunos de los planteos de jóvenes uruguayos que queremos seguir en el campo, el lugar en que nos hemos criado y que queremos seguir eligiendo para vivir.