“El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia”. Gilbert Keith Chesterton (1874-1936, escritor británico).

La importancia de las raíces, las que sin darnos cuenta vamos generando desde el principio mismo de nuestras vidas, para los unos y para los otros, por lo que aquellos nacidos en el campo traemos implícito un amor y una necesidad de convivencia con nuestro medio del cual no siempre somos conscientes.

Muchos son los factores que inciden en esto, y sin duda la familia es el fundamental. Desde siempre esta institución ha marcado la evolución de la humanidad; de hecho la generación de redes comienza por ella y de ahí surge una de las mayores fortalezas del hombre. En el camino uno va encontrando otras “familias”, por ejemplo la escuela, donde se comparte con compañeros y maestros y se aprende de todos.

He aquí una de las primeras dificultades que se encuentran hoy en el medio rural. Mientras con la propia familia y las de los compañeros hablamos en los mismos términos, no siempre pasa eso con los maestros rurales: no nos son ajenas las frases “Tienes que estudiar para no quedarte en el campo” o “¿Para qué quieres quedarte en el campo?” (en forma peyorativa). Un ninguneo surgido, las más de las veces, de la propia ignorancia o de falta de reconocimiento al derecho de vivir donde uno quiere. Claro está, que cuando uno es niño y escucha estas frases de alguien que se supone que debe “iluminarnos”, las toma como si fueran enseñanzas; es el comienzo de un debate interno que lleva años.

Por ahí empiezan las dificultades que afrontan los jóvenes de la Agricultura Familiar en nuestro país. Luego se suman otras vicisitudes y escollos. En extensas zonas, la falta de acceso a la educación de nivel secundario, en especial la dirigida y enfocada al sistema de producción familiar, o que por lo menos lo reconozca como real y válido; el constante bombardeo mediático que impone un sistema consumista, ante el cual se termina sucumbiendo al creer que es el camino para acceder a la felicidad y al desarrollo, dos conceptos que probablemente no descifraremos en el transcurso de todas nuestras vidas.

El simple devenir de los años y las responsabilidades, la familia propia, el camino propio, hacen que de a poco terminemos aceptando trabajos como dependientes y trasladándonos a centros poblados, de mayor o menor tamaño, pero que siempre tienen la misma consecuencia: el desarraigo y el acceso a ciertas comodidades que no está mal tenerlas, pero que a la larga nos separan aún más de nuestro origen. Y debemos pensar que si esto sucede con nosotros, pasará a ser la base de la pirámide que construirá la vida de nuestros hijos, que en el mejor de los casos ya nacerán en un medio semiurbano. Claro que no todos los jóvenes caen a priori en esta cascada; están lo que de alguna forma apuestan por seguir otro camino y comienzan a toparse con dificultades, siendo la principal la de hallar un lugar donde desarrollarse.

El cambio de la matriz productiva de los últimos años, la falta de políticas (o mejor dicho el escaso uso de las pocas y limitadas herramientas existentes) en materia de acceso a la tierra durante mucho tiempo, últimamente con un intento de revertir la situación pero sin efectos nítidos y notorios, acaban de bajar de sus anhelos a otra gran porción.

Si bien la sociedad civil y otros actores, como por ejemplo Extensión Universitaria, han planteado este tema nada menor, ya sea en seminarios o al actuar en ámbitos como la Reunión Especializada sobre Agricultura Familiar (REAF), las respuestas por parte del Estado han sido lentas, por no decir inexistentes. Se encuentran trabas dentro de la estructura estatal hasta para hacer llegar a las autoridades competentes, de forma oficial, una simple recomendación en materia educativa para el área rural. Similar situación se da en relación con el comienzo de un estudio sobre demanda de acceso a la tierra por parte de jóvenes rurales.

Asoma un panorama para nada alentador, pero que para muchos es imprescindible revertir. ¿Y por qué? ¿Sólo por intereses personales? ¿Y sólo el Estado debe hacerse cargo?

Cuando se pide al Estado que se ocupe de ciertas cuestiones, y más allá de la efectividad de sus acciones, o de si las hay adecuadas y a tiempo, debe existir un motivo que fundamente la demanda. He aquí tal vez el aspecto fundamental por el que se sigue luchando para afincar y mantener en el medio rural no sólo a los jóvenes sino a todos quienes lo sienten: raíces, convicción y visión. Los primeros en reconocer la situación y tomar postura deben ser los propios protagonistas, cuyas formas organizacionales y gremiales se han dispersado, posiblemente como consecuencia de otros procesos ocurridos en los últimos 30 o 40 años. Luego se debe analizar hasta qué punto es necesaria y prudente la asistencia estatal, ya que la total dependencia de los subsidios no siempre es positiva y condiciona en ciertos puntos.

El sentimiento de arraigo, las convicciones sobre el derecho a vivir de la tierra y en la tierra, y la visión de que el país depende en gran medida de lo que ésta produce, con el convencimiento de que el modelo del agronegocio quita soberanía y por sobre todo seguridad alimentaria (entendida en el sentido de la inocuidad de la alimentación que todos precisamos para un correcto desarrollo) fundamentan la necesidad de reclamar al Estado acceso a la tierra, educación, créditos dirigidos y otras medidas que tiendan a paliar la continua migración del campo a la ciudad, que ha significado la pérdida de más de 20% de los pequeños productores en los últimos diez años.