Hace poco vi en YouTube un video bastante extraño, del que no tenía la más remota idea. Un Ricky Gervais veinteañero, aspirante a músico, canta frente a la cámara peinado al estilo Erasure, en un video ochentoso y tirando a patético. Visto en perspectiva -como ahora podemos ver los sacos con hombreras, los peinados con spray, los sobretodos negros y la mayoría de las cosas que poblaron aquella lejana década de placeres culposos-, el video es un himno universal a la vergüenza ajena, sobre todo porque el joven Gervais se toma muy en serio su papel de promesa new wave.

En 1982, Ricky Gervais y su amigo Bill Macrae -a quien había conocido en la universidad donde estudiaba Filosofía- formaron un dúo que se llamó Seona Dancing. A los dos sólo les interesaba una cosa: llenar estadios y convertirse en los nuevos Erasure. Si bien la banda firmó un contrato con London Records y llegó a sacar dos sencillos (“More to Lose” y “Bitter Heart”, este último el tema de YouTube), ninguna de las dos canciones consiguió entrar al Top 40 de la lista de singles de Reino Unido. Y en 1984, luego del fracaso rotundo, Seona Dancing se separó. Tiempo después uno de esos temas triunfó en Filipinas, pero ésa es otra historia.

Si no lo vieron, busquen “Bitter Heart” en YouTube y échenle un vistazo, a ver qué les parece. La escena transcurre en una especie de subsuelo atravesado por cañerías humeantes y válvulas sanitarias. Gervais -camisa blanca, pantalones de cuero negro, corbata del mismo color- luce una cresta abultada arriba y lisa a los costados. Se lo ve flaco, en buen estado, y mientras canta levanta la ceja izquierda en una actitud que pretende ser seductora y misteriosa al mismo tiempo. Detrás de él aparece la sombra de su amigo Bill Macrae, rodeado de un resplandor fucsia, que sacude acompasadamente un pedazo de hierro contra el caño más grueso del lugar, con toda la violencia flemática que la época consentía.

En otro video de YouTube que encontré después, ya en pleno apogeo de su celebridad, Ricky Gervais asiste a la tortura impuesta por el conductor de un late show, que lo invita a ver parte de aquel video ochentoso 20 años más tarde, con público y carcajadas en vivo. Gervais se prepara para lo que está por venir, y conforme pasan las imágenes lo vemos apretar fuerte los ojos, hundir un dedo en el entrecejo y ladear la cabeza de un lado a otro, mientras susurra “oh, god” una y otra vez.

La pasa mal. O tal vez exagera que la está pasando mal; da igual. Lo curioso de esta brevísima escena es que nos permite ver al auténtico Ricky Gervais -el artífice monumental de los momentos más incómodos en la historia de la ficción televisiva- beber, en la vida real, un poco de su propia medicina.

Una carrera a todo trapo

Como creadores de televisión, Ricky Gervais y Stephen Merchant -su inseparable amigo y coguionista- exploraron la vergüenza ajena como nadie lo había hecho hasta entonces en la televisión, y convirtieron ese recurso narrativo en una mina de oro inagotable, además de un sello propio de la casa.

La primera serie del tándem fue The Office, dos temporadas de seis capítulos cada una, con sus respectivos especiales de Navidad, como nos suele tener acostumbrados la televisión británica. En formato de falso documental, The Office exploró la convivencia forzada del ambiente laboral y se dedicó a desnudar las miserias de un grupo de oficinistas de una empresa papelera, liderada por David Brent, que interpreta de manera magistral el propio Gervais.

David Brent tiene unos 30 años y está convencido de ser un tipo fantástico e irresistible, un líder lúcido y motivador, cuando en realidad es todo lo contrario: es insoportable, mediocre y ególatra, por momentos misógino, generalmente racista, y nunca -pero nunca-, gracioso, por lo menos en la medida en la que él pretende serlo. En otras palabras, es un personaje enorme, capaz de generar sublimes momentos de incomodidad y vergüenza ajena, acompañado por un grupo de personajes secundarios igual de magistrales.

No por nada The Office se convirtió en una de las series más exitosas de la BBC, ni tampoco es casual que el formato se haya transformado en una franquicia con distintas versiones en todo el mundo, entre ellas la estadounidense (para muchos todavía mejor que la inglesa), con nueve temporadas, 200 episodios y un montón de galardones encima.

A The Office le siguió Extras, otra comedia genial que cuenta los infortunados días de un par de actores de reparto: Andy Millman (Ricky Gervais) y su compañera Maggie (Ashley Jensen), una pareja televisiva con menos tensión sexual que un episodio de Sheriff Lobo.

Hay muchas cosas patéticas en este mundo, pero es posible que la aspiración de alcanzar la fama como único propósito en la vida sea una de las más ridículas. La televisión está poblada de estos personajes que todavía no conocemos o que, en el mejor de los casos, nunca conoceremos. Y Extras, en este sentido, fue el gran hallazgo de la dupla Gervais-Merchant para seguir contando lo mismo, pero distinto. Andy tiene alrededor de 40 años y dejó un trabajo seguro para perseguir el sueño tardío de convertirse en estrella del espectáculo. Tanto él como Maggie buscan desesperadamente el mismo objetivo: una línea de diálogo que los proyecte sin escalas al firmamento de las celebridades. Pero mientras que el lamentable Andy se cree poco menos que De Niro, Maggie -una muchacha de escasas luces- se conforma con pasar una noche romántica con algún guionista, actor o utilero (no importa el orden). Con esta fórmula invencible, la dupla se recicló a sí misma y logró momentos de incomodidad extrema, acaso todavía más tremendos que los conseguidos con David Brent y compañía.

Extras cuenta con participaciones de Kate Winslet, Ben Stiller, Daniel Radcliffe, David Bowie y otras tantas celebridades, que acceden a parodiarse a sí mismas sin ningún complejo. Y suma, también, la participación del mismísimo Stephen Merchant, que interpreta al adorable y patético Darren en el imposible rol de agente de Andy. Extras está tan buena, que los 12 episodios en los que se desarrolla (más un único especial de Navidad) se quedan cortos.

En su siguiente experiencia televisiva, Gervais y Merchant buscaron subir la apuesta con Life’s Too Short (la vida es demasiado corta). Para lograrlo, se asociaron con Warwick Davis: el actor enano que protagonizó la película Willow (1988), fue el ewok Wicket de La guerra de las galaxias y le dio vida al diminuto profesor Filius Flitwick en la saga de Harry Potter. Y que en los créditos de la serie figura como uno de sus creadores.

En Life’s Too Short, el género reality comedy aparece potenciado al máximo de sus posibilidades, porque todos los personajes que desfilan frente a cámara lo hacen con el nombre que llevan en la vida real; empezando por Warwick Davis, el protagonista absoluto de la historia, que interpreta a un actor enano que tuvo su momento de gloria, pero de quien ahora nadie se acuerda. La serie está contada a la manera de un falso documental, igual que The Office, pero la coartada, en este caso, es que se trata de una película que el propio David está realizando para poner en valor su pasado de enano famoso y, al mismo tiempo, encontrar alguna puerta que le permita recuperar su lugar en el mundo del espectáculo. Sin embargo, sólo lo vemos atravesar situaciones horribles, degradarse sin ninguna resistencia y hundirse en la humillación que le genera su propio narcisismo.

Gervais y Merchant también aparecen en todos los episodios, en una parodia cruel y descarnada de sí mismos. Y, a la vez, hay cameos de celebridades como Liam Neeson, que acude a la oficina de Gervais y Merchant en busca de consejo para subir a un escenario de stand up; Helena Bonham Carter, que en un set de filmación les pide a sus asistentes que metan a Davis en un tacho de basura porque no puede concentrarse mientras éste reemplaza a un niño como “doble de luces”, y Johnny Depp, que aparece enojadísimo por la gastada pública que le hizo Gervais en una de las últimas galas de entrega de los Globo de Oro, cosa que realmente ocurrió y que en su momento generó un fuerte revuelo en la prensa del espectáculo.

Cada uno a sus cosas

Después de siete episodios y de un especial con la participación de Val Kilmer, Life’s Too Short llegó a su final, y tanto Gervais como Merchant dejaron de escribir temporalmente a cuatro manos para abocarse a sus propios proyectos.

Merchant (ahora en rol protagónico) se mantuvo fiel a la premisa que tantos beneficios aportó a la dupla y creó Hello Ladies para HBO, sobre las peripecias de un inglés imbécil y especulador, mitad hipster, mitad nerd, al que sólo le interesa acostarse con hermosas modelos y que a cambio de eso lo único que obtiene es el rechazo de parte de ellas y mucha incomodidad en nosotros. Pero la serie no alcanzó los estándares de audiencia previstos y la cadena, para mi gusto injustamente, optó por no concederle una segunda temporada.

Gervais, en cambio, sorprendió con una propuesta que nadie esperaba: Derek, una reality comedy que se aleja abiertamente de la comedia cínica para enfocarse en la vida de un personaje sin una pizca de maldad en su corazón, Derek Noakes (Ricky Gervais), un retrasado mental de unos 50 años que vive y trabaja en un hogar de ancianos.

En esta serie, que hasta el momento lleva dos temporadas (el último capítulo se estrenó el 28 de mayo de este año), Gervais de pronto se vuelve sensible y piadoso, e intenta reflexionar, con los recursos de la comedia, sobre la solidaridad, el amor y el sentido de la vida y de la muerte cuando se llega a la edad de 90 años. Pero el tiro no le sale del todo bien. La serie es una apelación constante a la lágrima fácil y al sentimentalismo más ingenuo, a tal punto que cuesta creer que sea Gervais el verdadero autor de los guiones.

Es cierto que, en la residencia, Derek convive con un par de inadaptados sociales que propician algunas situaciones patéticas -como el caso de Kev, un loser de mediana edad obsesionado por el sexo-, pero también es cierto que esta última serie, al lado de sus creaciones anteriores, se queda corta.

Los problemas no terminan acá, porque la interpretación que hace Gervais de un retrasado mental es, en el mejor de los casos, desafortunada. No hay forma de creer en el personaje, ni tampoco de que seamos capaces de no ver todo el tiempo, detrás del flequillo, de los ademanes y de las muecas inconcebibles de Derek, el gesto orgulloso de Ricky Gervais.

De todas maneras no es raro que, en la búsqueda constante por sorprender con cada nuevo proyecto de ficción, Gervais haya cambiado completamente el registro de sus comedias y se haya arriesgado por un personaje como Derek, despojado de toda maldad, y por una historia que busca conmover desde la inocencia y la sencillez de sus protagonistas. Pero en el terreno de la sensibilidad Gervais no parece moverse con la misma desenvoltura que en el campo del sarcasmo y, lamentablemente, pifia el tono. En Derek, por momentos, la vergüenza ajena se manifiesta de forma tan involuntaria y tajante como en el video ochentoso de Seona Dancing.

¿Será que esta clase de problemas aparece cuando el comediante genial empieza a tomarse a sí mismo demasiado en serio? La respuesta, en parte, parece tenerla el gran Juan Verdaguer, y a las pruebas me remito: “Los cómicos no son nada. Nacen, mueren, los entierran, crece el pasto: un caballo se lo come. Ojo dónde pisemos, porque puede ser un primo nuestro”.