Luis Lacalle Pou, candidato presidencial del Partido Nacional (PN), está en una encrucijada. Las últimas encuestas sobre intención de voto sugieren una variación de las tendencias registradas por sondeos anteriores, en las que el Frente Amplio (FA) decrecía mientras los blancos iban en sostenido ascenso, y ese fenómeno parece vincularse con cambios en la dinámica de la campaña. Tabaré Vázquez y Raúl Sendic priorizan el anuncio de propuestas de gobierno; las críticas frenteamplistas al desafiante vienen de otros dirigentes y militantes, políticos o sociales, con creciente presencia pública; y a ellas se ha sumado, con artillería gruesa, el candidato colorado Pedro Bordaberry, poco resignado a tolerar en silencio una polarización entre Lacalle y Vázquez que le quita espacio y votos.

El semanario Búsqueda informó el 4 de este mes que el comando de campaña de Lacalle Pou había decidido aumentar la presencia en los medios de comunicación de cuadros políticos blancos “curtidos”, para “cuidar” al candidato del desgaste y el riesgo de dar “pasos en falso”, asociados con su papel como casi exclusivo portavoz electoral del PN. El problema es que esa concentración del mensaje en la figura de Lacalle es un elemento clave para la viabilidad de su estrategia.

Desde hace muchos años, gran parte de la ciudadanía mantiene una decisión firme de voto frenteamplista, y otra porción de tamaño similar persiste, con similar firmeza, en la decisión de votar contra el frenteamplismo. A esos dos bloques, que son el grueso del electorado, no hay campaña que los haga cambiar de opinión, pero no todos los que han votado o pueden votar por el FA son frenteamplistas convencidos, ni todos los que han votado o pueden votar por blancos o colorados son antifrenteamplistas: una minoría decisiva sigue en disputa.

Se trata en gran medida de ciudadanos que no deciden su voto a partir de la percepción de propuestas estructuradas y antagónicas. Muchos de ellos, como señaló Luis Eduardo González en la mencionada edición de Búsqueda, consideran que el próximo gobierno no debe “cambiar de rumbo”, pero sí llevar a cabo “algunos ajustes”: eso piensa, según la empresa Cifra, nada menos que 56% de quienes votaron al FA en 2009 y hoy están indecisos.

En este marco, el perfil público de Lacalle Pou se adecua a la premisa de que, como el voto antifrentista está asegurado, lo que importa es atraer indecisos. Omite o minimiza el planteo de diferencias de fondo, y destaca en cambio aspectos parciales en los que promete “hacer las cosas mejor”.

La idea de que es posible mantener todo “lo que está bien” al tiempo que se corrigen desvíos e ineficiencias, como quien reemplaza bombitas de luz quemadas, tiene su principal -y hasta ahora casi única- garantía en los atributos con que la campaña de Lacalle lo adorna; él menciona con frecuencia la importancia de los equipos de gobierno, pero las personas que integrarán esos equipos no se hacen visibles, o no se sabe (como en el caso de la inefable Graciela Bianchi) qué lugar en el Poder Ejecutivo podrían ocupar, si es que ocupan alguno.

El discurso “por la positiva” sonaría inverosímil en boca de los “cuadros curtidos” herreristas, aun si, con un enorme esfuerzo de autocontrol, personas como Ignacio de Posadas, Gustavo Penadés o Jaime Trobo fueran capaces de adoptarlo en forma estricta y disciplinada. En realidad, ese discurso ni siquiera expresa la elaboración programática de Todos, la alianza que apoyó a Lacalle Pou en las internas.

Tal elaboración aún se puede leer en el sitio de internet lacallepou.uy, bajo el título “Agenda de gobierno”. Como es lógico, no se limita a enumerar medidas, sino que se apoya en un análisis de la realidad desde determinadas coordenadas ideológicas.

En cada área, “lo que está bien” se atribuye casi siempre a factores internacionales o acciones del sector privado, mientras que casi todos los problemas se presentan como consecuencias de los gobiernos del FA, por mala gestión y razones ideológicas. Pero luego se optó por mostrar exclusivamente las propuestas, omitiendo gran parte de los razonamientos que condujeron a ellas.

Últimamente, para no dar “pasos en falso”, Lacalle se limita, como señaló con acierto Joel Rosenberg (ver http://ladiaria.com.uy/UF6), a “explicar una y otra vez que la campaña es por la positiva”, y así corre el riesgo de “naufragar en la superficialidad”. Pero también puede hundirse si profundiza, solo o mal acompañado.

“Las carreras políticas son cada vez más intensas, pero también cada vez más cortas”, le dijo Lacalle Pou a Emiliano Cotelo el 10 de enero de 2013, al día siguiente de anunciar que competiría por la candidatura presidencial del PN. En aquel momento ya no se podía decir que su carrera fuera corta (comenzó en 1999, cuando se postuló a la Cámara de Diputados por el sector de su madre), pero es indudable que se volvió intensa. En todo caso, seis semanas más pueden ser demasiado tiempo si dice siempre lo mismo, como un LP rayado.